Esencia en frasco pequeño
David Roas vuelve a sorprendernos con una serie de relatos protagonizados por niños, en la que el terror y la inversión de la realidad se convierten en sus dos mejores armas, pero sin olvidar la palabra justa y el mimo a la hora de plantear cada relato, con precisión de orfebrería y envolviendo unos ambientes especiales y más de una sorpresa en su final, como dictaban las ordenanzas cuentísticas
Antonio Parra Sanz
Sábado, 22 de abril 2023, 07:26
Dice una leyenda negra del mundillo cinematográfico que Alfred Hitchcock se negaba a rodar películas con perros, con niños y con Charles Laughton, eso al ... menos comentaban las malas lenguas, argumentando que cualquiera de las tres especies resultaba ingobernable para su genio. David Roas, que es un autor al que también le suele gustar saltar sin red, como a veces hacía el director inglés, desoye esas advertencias y se ha marcado un libro de relatos en el que el protagonismo, de manera indiscutible, recae en aquellos locos bajitos de los que hablaba Serrat, ejemplo de la dulzura donde la haya pero también quintaesencia del mal, llegado el caso.
'Niños', de David Roas
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Género: Relato
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Páginas de Espuma 114 páginas
Lanzarse a escribir una docena de relatos protagonizados por tiernos infantes tiene sus riesgos, aun cuando un narrador adulto sea el intermediario entre el ambiente sugerido y los hechos protagonizados por los pequeños. Son riesgos porque, una vez metidos en el proceso, o bien se cae en el exceso de la miel y el empalagamiento, o bien nos vamos al terror más descarnado pensando en aquellas gemelas huérfanas de juegos en un hotel montañoso, o en el niño que auguraba sin cesar la llegada del maligno.
De ese contraste entre lo angelical y lo monstruoso, lo temerario o incluso lo terrorífico, se alimentan unas narraciones que parecen producto del trabajo más minucioso, y en las que los planteamientos y la manera de llevarlos a buen término han sido elegidos de forma cuidadosa, pensando en la mejor opción para no quemar a los personajes, pero también poniendo un ojo en la sensibilidad del lector, y en la mejor manera de llegar a sorprenderle, de ganarle para que acceda a las realidades paralelas que se le sugieren en cada relato.
Lo sobrenatural
Así que la mayor virtud de Roas en esta ocasión ha de ser el equilibrio, y eso que en algún relato no renuncia a dejar asomar la patita a uno de sus temas preferidos: el terror de lo sobrenatural y su presencia continua en el envés de la vida, aunque por lo general se muestre comedido y se conforme con ser un mero instrumento narrativo que le concede el protagonismo a los más pequeños, que para eso dan título al volumen y lo protagonizan de cabo a rabo. Pero la alteración de lo esperado, narrada siempre con gran naturalidad, se hace patente en cada relato, invitándonos a traspasar los umbrales del universo de lo cotidiano, y otorgándonos la confianza suficiente como para hacerlo.
Pervertir la realidad, entiéndase el infinitivo como darle la vuelta a la lógica, ha sido siempre el abecé de un buen relato, no en vano Poe, Borges, Cortázar o Carver nos respaldarían sin apenas dudas, lo difícil es lograrlo ahora, en un siglo XXI ya avanzado en el que el público, lector o no, está ya más que acostumbrado a Matrix, sueños, delirios, discusiones varias, payasos asesinos y demás inquietantes presencias del más allá. La sorpresa, por tanto, se vuelve casi una quimera, y sin embargo, la búsqueda de la misma, en mayor o menor medida, vertebra cada uno de los relatos, mostrando la férrea voluntad del autor por lograr su objetivo.
La palabra justa
Lo que les da entonces más valor a estos relatos es la forma de narrarlos, el distanciamiento, el control de la pasión, el punto de vista y la elección de la palabra, siempre justa, a veces incluso diríase que algo telegráfica, aunque al cerrar la página última de cada relato convengamos en que menos es más y a la rosa es mejor no tocarla demasiado.
Encontramos en el volumen intervenciones de neonatos, porque Roas sigue un camino evolutivamente lógico, exigencias de crianza que amenazan con acabar con la resistencia de los padres que se creían más templados, un gemelo desaparecido al nacer que ha dejado aquí un huérfano que ha seguido creciendo. Hay días de la marmota en los que los fantasmas bajo las camas de los niños amagan con adueñarse del mundo, juegos crueles con animales ante los que el padre sólo puede mirar recordando su propia infancia, en una cruel perpetración de las costumbres, terrores nocturnos que se apoderan de toda la casa, y hasta asistentes virtuales que sustituyen a los progenitores, ya sean de primero o segundo grado.
Cada relato ha sido colocado en su lugar y en su momento correspondientes, para lograr el efecto deseado, para que la criatura crezca como debe, con sus estirones, sus llantos, sus fiebres...
Por supuesto, de otra forma éste no sería un libro de David Roas, hay homenajes recurrentes a la extinción provocada por criaturas que amenazan pero no golpean, y, quizá el mejor de todos, el que narra la asistencia a uno de esos circos de los horrores, paraíso de los friquis clásicos, ante cuya sola presencia el niño queda fascinado, mostrando incluso más sensibilidad que cualquier adulto, por muy aficionado que fuera a este tipo de espectáculos. El momento del acceso a esa feria oscura y lóbrega es uno de los más especiales del libro, y casi justificaría por sí solo la lectura del mismo.
Gracián hablaba de la bondad de lo breve, este es un buen momento para que todos ustedes le hagan caso, acercándose a un libro trabajado, planteado con mimo y con delicadeza, en el que cada relato ha sido colocado en su lugar y en su momento correspondientes, para lograr el efecto deseado, para que la criatura crezca como debe, con sus estirones, sus llantos, sus fiebres, sus desvelos y sus exigencias. Al otro lado del volumen les aguarda, a buen seguro con una sonrisa de pícara satisfacción, el padre de todos estos personajes.
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