Cinco lobitos tiene la 'Loba' de Arturo Pérez-Reverte
'La isla de la mujer dormida'. La dama, en esta ocasión, Lena Katelis, anda en la línea no de Emma Bovary, personaje al que detesta, sino de la Milady de 'Los tres mosqueteros'. En las ocasiones en las que el autor nos advierte de su presencia, parece que estemos frente a un delicado cuadro de Matisse, o ante una genial página de Scott Fitzgerald
Parece que fue ayer. Pero desde 'El húsar', aparecido en 1986, cuando el autor ya era un conocido y bien reputado reportero de guerra, han ... paso casi cuarenta años; y el mundo, con la aparición de las redes sociales, las nuevas tecnologías y una voraz pandemia, ya no es lo que era.
Y en esas casi cuatro décadas, Arturo Pérez-Reverte ha publicado más de cuarenta libros, entre novelas y recopilaciones de sus celebrados artículos periodísticos, en donde se halla el germen de muchos de sus más relevantes relatos.
Los dos impactos más destacados en su brillante carrera literaria, se refieren a la guerra, presente, directa o indirectamente, en buena parte de sus páginas escritas, y el mar, con frecuentes intersecciones entre uno y otro asunto. El mar ha sido el leitmotiv de obras como 'La carta esférica', 'La Reina del Sur', 'El pintor de batallas', 'El asedio' y 'El italiano', sin contar con uno de los relatos de la serie Alatriste, 'Corsarios de Levante', o los del ciclo protagonizado por Falcó.
En casi cuatro décadas, Arturo Pérez-Reverte ha publicado más de cuarenta libros, entre novelas y recopilaciones de sus celebrados artículos periodísticos, en donde se halla el germen de muchos relatos
Jordán, el protagonista
'La isla de la mujer dormida' transita por esos caminos, caminos sobre la mar, que diría Machado, que, a la vista está, son los predilectos de su autor. Así, de ese modo, siguiendo la línea de algunos de los artículos periodísticos recogidos en su volumen 'Los barcos se pierden en tierra', en las páginas de la recién estrenada novela, también se aprecia ese firme deseo del autor de elucubrar sobre el destino de los barcos, siempre tan paralelo al destino de los propios seres humanos. Uno de los personajes se refiere a los barcos como si fueran seres vivos: no se les puede engañar porque se dan cuenta y jamás perdonan. Eleonas, el noble capitán de la 'Loba', opina que los buenos barcos deberían acabar sus días hundidos en el mar, porque –añade a continuación, en su conversación con Jordán, el protagonista de este libro– 'nada hay más triste que acabar varado en tierra y que lo desguacen a uno'.
En 'La isla de la mujer dormida', ambientada en los inicios de la Guerra Civil española, se aprecia, una vez más, la larga e intensa labor de investigación previa de Reverte. Y se nota, además, que el autor conoce bien el paño, el mundo por el que se mueve, con una auténtica exhibición del vocabulario propio de las embarcaciones y de los marineros, desde los tiempos de Homero a esta parte.
Más no se puede pedir
Siempre lo mismo, pero siempre distinto cuando Pérez-Reverte la emprende con una nueva obra: un héroe cansado, Miguel Jordán, una chica hermosa e inteligente, rodeada de misterio, un buen puñado de secundarios que adquieren una gran relevancia en el devenir del relato, una docena larga de frases geniales, marca de la casa, como extraídas de la sorprendente coctelera revertiana ('Un hombre al que ves sorprendido porque va a morir es que no ha comprendido nada'), un lenguaje adecuado a la trama, verdaderamente impecable, sin una sola tachadura, y un argumento y una estructura consistentes, perfectos para atrapar al lector desde el primer párrafo del libro, como viene siendo costumbre. Más no se puede pedir. Y, sin embargo, Pérez-Reverte, rizando el rizo, hace el esfuerzo de querer dejar patente su autoridad en materia literaria.
Eleonas, el noble capitán de la 'Loba', opina que los buenos barcos deberían acabar sus días hundidos en el mar, porque «nada hay más triste que acabar varado en tierra y que lo desguacen a uno»
Jordán no es Astarloa, ni Lucas Corso, ni ninguno de esos otros héroes cansados que pululan por sus obras. Esta vez, aunque se trata de un muchacho bien parecido, alto, rubio y de ojos azules, hasta el punto de no parecer español, al margen de ser un hombre de pocas palabras, imperturbable y algo abúlico, aunque dotado de inteligencia, carece, sin embargo, de las muchas lecturas que hallábamos en protagonistas precedentes. Y ahí, acaso, reside una parte de su atractivo: la poco contaminada mente de quien no ha leído ni la 'Ilíada' ni a Shakespeare, por lo que se enfrenta al mundo como si fuera una página en blanco.
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Género Novela
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Editorial Alfaguara, 2024
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416 páginas, 22,90 euros
La dama, en esta ocasión, Lena Katelis, anda en la línea no de Emma Bovary, personaje al que detesta, sino de la Milady de 'Los tres mosqueteros'. En las ocasiones en las que el autor nos advierte de su presencia, parece que estemos frente a un delicado cuadro de Matisse, o ante una genial página de Scott Fitzgerald. Los ricos combates dialécticos entre Lena y Miguel Jordán resultan muy estimulantes para el lector. De no menor calado vienen a ser los enfrentamientos verbales entre dos secundarios como Salvador Loncar y Pepe Ordovás, que, aunque de ideas opuestas, resultan dos enemigos 'bien avenidos', como sucedía en 'Hombres buenos' en donde cultura, el ansia de saber, era capaz de reducir distancias entre dos ideologías contrapuestas: París bien vale una misa. Otro de los más gloriosos secundarios de la novela, el radiotelegrafista inglés Bobbie Beaumont, uno más de los díscolos lobitos que forman parte de la tripulación de la 'Loba' -con sus fauces de bronce y su lengua de hierro-, por su manera de entender el mundo, por su modo de hallar en la literatura –en Homero y en Shakespeare, principalmente– una respuesta para todo lo que le rodea, nos recuerda a uno esos secundarios extraídos de una película de John Ford.
Sus predilectos
Por lo demás, como toda obra literaria es el resumen de todas las obras literarias precedentes, según la teoría de Umberto Eco, no faltan en estas páginas, como en el conjunto de la obra narrativa de Arturo Pérez-Reverte, las consiguientes alusiones a sus escritores predilectos: desde Homero a Ford Mador Ford, pasando por los inevitables Séneca, Cervantes, Chateaubriand, Conrad y Montaigne. Un equipazo.
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