La ciencia del verano
Como cantaban Los Hurones, «el verano ya llegó», y con él no solo cambian las temperaturas: también nuestros ritmos, nuestras costumbres y hasta nuestro descanso. Exploremos hoy científicamente mi estación preferida para entender mejor cómo nos afecta y cómo podemos adaptarnos.
El solsticio de verano
El solsticio de verano marca el inicio oficial de esta estación en el hemisferio norte. Ocurrió la pasada madrugada, cuando el eje de rotación de la Tierra, inclinado unos 23,5° respecto a su órbita, orienta el hemisferio norte más directamente hacia el Sol. Esta inclinación no cambia a lo largo del año, pero la posición de la Tierra en su órbita sí, y eso hace que los rayos solares incidan de forma diferente en cada estación.
Durante el solsticio, el Sol alcanza su punto más alto en el cielo al mediodía y recorre la trayectoria más extensa posible, resultando en el día más largo y la noche más corta del año. La diferencia entre el día más largo del verano y el más corto del invierno depende de la latitud. En la Región de Murcia, esta diferencia es de alrededor de cinco horas y veinte minutos, bastante menos que los nueve horas que pueden darse en latitudes más altas (como en el norte de Europa).
Además del efecto sobre la duración del día, el ángulo más directo de los rayos solares en verano también aumenta la intensidad de la radiación solar, lo que explica por qué los días no solo son más largos, sino también mucho más cálidos.
El reloj circadiano
Gracias a la cronobiología sabemos que nuestro cuerpo está ajustado a los ritmos de la naturaleza. A través del llamado reloj circadiano, un sistema biológico regulado por el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, respondemos a los cambios en la luz y la oscuridad para regular funciones vitales como el sueño, el apetito, la temperatura corporal y la secreción hormonal.
En verano, la exposición prolongada a la luz solar –especialmente en las horas de la tarde– inhibe la producción de melatonina, la hormona que indica al cuerpo que es hora de dormir. Esto retrasa la sensación de sueño, haciendo que nos acostemos más tarde sin que necesariamente durmamos más. Al mismo tiempo, los amaneceres tempranos pueden acortar el sueño, especialmente en personas como yo, muy sensibles a la luz matinal.
Este desfase horario natural puede generar consecuencias leves pero acumulativas como fatiga, irritabilidad y menor concentración. Además, las altas temperaturas nocturnas también juegan un papel importante. El cuerpo necesita bajar su temperatura central para conciliar el sueño, y si el ambiente no permite esa pérdida de calor, el sueño puede volverse más superficial e interrumpido.
¿Existe algún complemento alimenticio que nos ayude a combatir el sueño en verano? La melatonina... pero solo si la consumimos correctamente. Esta molécula contribuye a disminuir el tiempo necesario para conciliar el sueño siempre y cuando se ingiera 1 mg de melatonina poco antes de irse a dormir. Además, la melatonina contribuye a aliviar la sensación subjetiva de desfase horario (jet lag) si se ingieren 0,5 mg poco antes de acostarse el primer día de viaje y unos cuantos días después de la llegada a lugar de destino.
¿Cómo nos afecta el verano mental y físicamente?
El calor no solo afecta el sueño, sino que también reduce el rendimiento cognitivo. Esto se debe a que el cuerpo, al intentar disipar el calor, desvía flujo sanguíneo hacia la piel para enfriar la sangre, lo que puede reducir la oxigenación del cerebro y afectar procesos mentales como la atención, la memoria a corto plazo y la capacidad de tomar decisiones.
En el plano físico, el rendimiento deportivo también se ve condicionado. Cuando la temperatura y la humedad son altas, el cuerpo tiene más dificultades para enfriarse mediante el sudor. Esto puede conducir a la deshidratación, calambres, agotamiento por calor o incluso golpes de calor.
La ciencia del helado
Para combatir el calor existen diferentes estrategias como la hidratación inteligente; regular la exposición a la luz; usar ropa ligera y colores claros... y tomarse un helado, mi gran debilidad veraniega.
¿Hay ciencia en un helado? Mucha. Se trata de un sistema coloide multifásico, en equilibrio entre fases sólida, líquida y gaseosa, que responde a principios de termodinámica y reología (la rama de la física que se estudia el modo en que los materiales se deforman en respuesta a fuerzas aplicadas). Los helados son pura química-física. Están compuestos por agua, grasas, azúcares, aditivos. aire y sólidos no grasos. Su textura cremosa resulta de la cristalización parcial del agua, la incorporación de aire y la estabilización de la mezcla mediante emulsionantes y estabilizantes. Al congelarse, se forman microcristales de hielo rodeados por una fase continua de grasa y sólidos disueltos. La temperatura, el tamaño de los cristales y el contenido de grasa determinan la suavidad de cada tipo de helado... lo mejor del verano.
Ventiladores versus aire acondicionado
La mayoría de nosotros confiamos en dos grandes aliados tecnológicos para combatir el calor: los ventiladores y los aires acondicionados.
Los ventiladores, aunque no reducen la temperatura del aire, crean corrientes de convección que aceleran la evaporación del sudor. Esta evaporación extrae calor del cuerpo y proporciona una sensación de frescor. El efecto es mayor si la piel está húmeda, por eso muchas personas mojan una toalla o usan spray de agua en combinación con un ventilador.
Los aires acondicionados, en cambio, sí reducen la temperatura del aire. Funcionan mediante un ciclo termodinámico: un gas refrigerante circula entre un evaporador y un condensador. Al evaporarse dentro del sistema, el gas absorbe el calor del aire interior. Luego, al comprimirse y condensarse en el exterior, libera ese calor al ambiente. Pero ojo, pasar bruscamente de 38° C en la calle a 22° C en interiores con aire acondicionado puede causar problemas respiratorios, resfriados o rigidez muscular. No abusemos del aire acondicionado.
Estimados lectores de LA VERDAD, el verano no es solo una época de vacaciones. Detrás del calor, el sudor y las noches cortas, el verano también es ciencia. Y conocerla es la mejor forma de disfrutarlo... sin perder el sueño.