Las calorías del cerebro
Atanor ·
No cabe duda de que la sociedad tiene un cierto grado de obsesión con adelgazar. Esto sirve de incentivo para que aparezcan por doquier predicadores ... y predicadoras de mágicas soluciones para lograrlo. Lo curioso son las explicaciones que dan para ello, porque todo depende de ti. Si el sistema no funciona es por tu culpa. Las reclamaciones al maestro armero, que diría el genuino.
Lo cierto es que los detalles de la fisiología humana son complejos. Tanto como para que la mayoría de los predicadores y predicadoras no tengan acceso cabal a ellos. Pero, desde la ignorancia es difícil acertar en la interpretación correcta de lo necesario. La trastienda es suficientemente complicada como para que los planteamientos generales sean eficaces, en cualquier caso. Cuando nos acercamos a los procesos que tienen lugar en el marco de la fisiología humana, hay que dominar muy bien la Química y la Bioquímica para tener una idea realista de lo que ocurre en un momento dado. ¿Qué les parece si decimos que el cerebro quema diariamente las mismas calorías que las liberadas en una carrera de media hora de duración?
Soluciones
Se abren toda una serie de interrogantes sobre la incidencia en el organismo de esta aportación. Si la hipótesis de liberar calorías mediante el ejercicio físico, tan recomendado por muchos, alcanza al órgano más noble de nuestra existencia, cabe pensar en una actividad del cerebro que pudiera ser alternativa al propio ejercicio físico, en la faceta calórica que obsesiona a tanta gente.
Ciertamente, una constatación empírica consiste en advertir que pensar provoca cansancio. Los trabajos que exigen mucha atención y que se realizan de forma continuada, provocan cansancio. El estudio es un buen ejemplo de ello, por el que todo el mundo, en mayor o menor grado ha pasado. Puede causar perplejidad que, sin movernos del sitio, podamos lograr un resultado equivalente al conseguido con el esfuerzo físico asociado a una carrera de cualquier tipo.
El cerebro de los humanos supone en torno a un 2% del peso corporal y consume en torno al 20% del oxígeno que ingresamos por los pulmones y de la glucosa del organismo. Se cuantifica en unas 350 calorías diarias, que implica en torno a un 20% de lo que solemos gastar diariamente. Por otro lado, es una maquinaria biológica que nunca deja de funcionar, día y noche, 24/7. Esto implica un gasto energético notable. Parece razonable suponer que el consumo energético del cerebro tiene que tener relación con su actividad. En estado de actividad rutinaria, como puede ser caminar o pensar en cosas usuales, deberá ser menor que cuando se concentra en resolver un problema que implica recuperar todo el conocimiento requerido para lograrlo. El riego sanguíneo reclamado en la actividad estará asociado a los distintos niveles de consumo, tanto de oxígeno como de glucosa, que son el combustible cerebral por excelencia.
La espectroscopía de resonancia magnética aplicada al cerebro en sus distintas acepciones ofrece la posibilidad de examinar la dinámica de la actividad cerebral y cuantificar el consumo. No todas las actividades cerebrales tendrán el mismo consumo. La intensidad del trabajo cerebral es determinante. Lo cierto y verdad es que las estimaciones más recientes proponen una equivalencia entre el trabajo cerebral y físico intensos, en cuanto al consumo energético. El estrés asociado a la intensidad es un factor muy importante.
Carbohidratos
La diferencia entre el trabajo físico y el intelectual se establece en términos de los mecanismos implicados en la liberación de la energía. El cerebro consume glucosa para liberar la molécula de adenosintrifosfato (ATP), que es la implicada en los procesos metabólicos. Se dan como cifras concretas un consumo de 5,6 miligramos de glucosa por minuto por cada cien gramos de tejido cerebral. Las vías de obtención de la glucosa son varias y la del azúcar es la más directa y simple y la vía más eficiente. Proviene de los carbohidratos incorporados en ingesta.
El cerebro puede confundir por el hecho de que controla desde la respiración, hasta la digestión y las funciones corporales. Constantemente. Pero aun cuando intensifiquemos la actividad de pensar el aumento del consumo es incomparablemente menor que el de una actividad física en que se consume para activar los músculos. Pensar quema calorías y esto implica que adelgaza, pero el pensamiento requiere unas pocas calorías, sólo. Esto nos disuade de intentar adelgazar pensando. Seguro que, si lo hacemos caminando, mejoraremos el resultado.
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