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Cuarenta y nueve años de cine

Nacho Ros

Domingo, 22 de noviembre 2020, 09:31

Cuarenta y nueve años de cine; cuarenta y nueve años de FICC. Ahí es nada, casi medio siglo de trabajo, dedicación e ilusión. Y el FICC los cumple en uno de los momentos más difíciles y extraños de su historia, de la suya y de la de todo el mundo, porque este 2020 le habrá parecido un capítulo de 'Black Mirror' a mucha gente, pero en España ha sido más una 'Historia para no dormir' dirigida por Jesús Franco que otra cosa.

En este año trágico y surrealista a partes iguales, echaremos de menos las proyecciones en salas durante el FICC. Mucho, muchísimo. Sobre todo yo, que siempre he mantenido una idílica relación con las salas de cine: vivir cerca de los cines de tu ciudad es genial para refugiarte, o para exiliarte porque eres un crío muy inquieto y tus padres no quieren que des la lata en casa o en la tienda. Mis primeros recuerdos cinematográficos me trasladan al Cine Principal, donde vi '20.000 leguas de viaje submarino'; después, fui cumpliendo años y fueron mis hermanos los que me llevaron al cine todos los fines de semana. Porque tener hermanos mayores es genial: aparte de para ser utilizado como saco de la risa, también me sirvió para, casi de manera accidental, empaparme de su cultura, de todo lo que veían y escuchaban, de disfrutar de otra realidad. Gracias a ellos y la tienda familiar de discos y vídeos, vivir en nuestra casa era como tener Spotify y todas las plataformas del mundo a nuestro alcance, un absoluto privilegio. En cambio, las nuevas generaciones tienen hoy la suerte de poder disfrutar de un acceso a la cultura casi ilimitado.

Pero, muchas veces, faltan hermanos mayores con sus recomendaciones. Y también faltan salas de cine en la ciudad, santuarios, lugares sagrados y oscuros para esconderte, refugiarte y evadirte. Este año las hemos echado tanto de menos como a nuestros amigos o familiares, porque las salas de cine son nuestras fieles aliadas. En el poco tiempo que hemos podido disfrutarlas han demostrado ser lugares seguros, y desde el FICC, y con el apoyo de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Cartagena, incluso pudimos reeditar el Cine de Verano y disfrutar de nuevos clásicos en pantalla grande y al aire libre. Un auténtico lujo en estos tiempos extraños.

Decía que, para nuestro festival, como para tantos otros, este ha sido un año especialmente complicado. Pero, a pesar de las dificultades, hemos conseguido sacar adelante una nueva edición: de forma virtual, el FICC ha programado diversas actividades y más de sesenta títulos que podrán ser vistos en varias plataformas. Por eso, mi amor al cine va muy unido al cariño que tengo por este festival: al igual que recuerdo la primera vez que fui a una sala de cine, recuerdo también la llamada que esa sala me devolvió un día. Un día normal, sencillo, uno de esos días que no hacen ruido, pero que dejan un eco eterno. Fue hace diez años, cuando me presenté en la oficina dispuesto a colaborar con el festival. Lo que no podía imaginarme en aquel momento es que, diez años después, aún tendría la misma o más ilusión que cuando entré por esa puerta y me encontré con los que se convertirían en mis compañeros. Esa llamada fue el mensaje que siempre deseé recibir. Y, por esa llamada, sigo en el FICC diez años después, un período de tiempo que da para varias cervezas y muchas anécdotas; algunas no muy divertidas, también es cierto, pero en el festival siempre se ha tenido cintura y cabeza para capear las dificultades, que por algo el FICC es un cruce entre el cuerpo fajador de Jack Dempsey y la cabeza de Woody Allen. Y con esa energía, iremos a por el medio siglo de festival con la misma dedicación, cariño y entrega de siempre. Mientras tanto, este año, disfrutaremos del FICC en casa.

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