Villacis, el maestro desconocido
La muestra 'Ritmo y armonía en el espacio. Arquitectura en los fondos del Mubam' pretende entender la técnica del gran pintor barroco murciano, cuya obra ha desaparecido casi por completo
NACHO RUIZ
Lunes, 14 de noviembre 2016, 23:01
Antonio Palomino es el cronista español del barroco, nuestro Vasari. Gran parte de lo que hoy sabemos del Siglo de Oro viene de su 'Parnaso español, pintoresco y laureado' (1715-1724). Todos los historiadores del arte, en algún momento, hemos recurrido a ese libro. En él se dice que Velázquez pidió a un murciano que lo acompañase y sucediese como pintor de Corte: Nicolás Villacis, nacido en 1616 y muerto 1694. Estamos, por lo tanto, ante uno de los grandes contemporáneos de Zurbarán, Ribera y Murillo, pero hay un problema: su obra no existe, se ha perdido casi totalmente. No exagero, solo tenemos cinco obras indudables de su mano, que estos días se exponen en 'Ritmo y armonía en el espacio', una muestra de la que soy comisario y que tiene, entre sus varios fines, recuperar en lo posible la obra del maestro murciano.
Todo en Villacis es literario, parece sacado de una novela. La teoría de arte moderna no ha dejado de profundizar en un librito de Balzac, 'Le Chef-d'ouvre inconnu' (1831), en el que Frenhofer, un pintor inventado, plantea una especie de confrontación con Poussin y Pourbus -dos pintores reales- sobre la esencia del arte. Frenhofer busca una modelo para el cuadro perfecto y Poussin, interesado en verlo, le ofrece a su propia amante como modelo. Cuando Frenhofer descubre el lienzo, los otros dos pintores no alcanzan a ver nada más que un pie perfecto y una amalgama de colores -que presagia la abstracción- inconexos. Frenhofer, portador de una verdad que nadie alcanza a ver, enloquecido, quema la tela y la casa, pereciendo en el desastre final. Es muy sugerente vincular la imagen del gran maldito de la literatura artística decimonónica con nuestro esquivo Villacis, un pintor relativamente documentado pero del que, paradójicamente, no tenemos casi obras para comprobar su maestría, solo una galería de caballeros, que, a la manera del pie pintado por Frenhofer, se muestran inteligibles en el gran pantano de desconocimiento que mantiene sumergida su obra.
La vida real y una posibilidad fascinante
Nicolás de Villacis fue bautizado el 9 de septiembre de 1616 en la iglesia de Santa Catalina. Su padre fue un potentado local, probablemente un comerciante, con la suficiente sensibilidad como para llevarlo al taller de un pintor mediano de la ciudad. En 1632, viajó a Madrid, donde debió conocer a Velázquez. De ahí pasó a Italia. Palomino dice que fue a Roma, algo que tenemos por cierto; de hecho, el profesor Alfonso Pérez Sánchez escribía en 1976 sobre su paso por Como, Mendrisio y Varallo en Lombardía, donde se casó en 1643 con la hermana del también pintor Francesco Torriani: «Allí tuvo hijos y discípulos, antes de regresar a Murcia donde figura establecido, al menos, desde 1650 hasta su muerte en 1694». Entre la reconstrucción documental moderna y las palabras de Palomino acumulamos datos y sabemos que, en 1675, trabajó para el marqués del Carpio y que pintó los frescos -algo muy raro en España y más en Murcia- del convento de la Orden, también desaparecidos. Pérez Sánchez hablaba escéptico de un San Lorenzo del ciclo de Santo Domingo y de otra pieza en el actual Mubam más vinculable a Villacis. Poco más.
Sí tenemos restos de su gran obra: el ciclo mural de la iglesia de los Trinitarios, en el solar de los actuales colegio Andrés Baquero y Mubam (Museo de Bellas Artes de Murcia). La vinculación era familiar, su padre, enviudado por segunda vez, ingresó en la orden. Nicolás, siempre según Palomino, había rechazado el ofrecimiento de Velázquez de trasladarse a la Corte. Llevaba una vida acomodada y sus rentas eran notables, por lo tanto, se dedicó a pintar por gusto, de manera que en el encargo del convento de la Trinidad pudo ser aceptado por motivos personales.
Más allá de eso, tenemos la misteriosa correspondencia que mantuvo con Velázquez. Ceán Bermúdez, uno de los grandes sistematizadores del patrimonio artístico español en el siglo XIX, la buscó en Murcia y perdió el rastro en Milán, donde, según sus descendientes, habría viajado como parte de su herencia. Decidí seguir la búsqueda de Ceán con los medios actuales. No tiene mucho mérito, me fui a las páginas blancas de la ciudad italiana para encontrar nada menos que seis Villacis. Teniendo en cuenta lo raro que es ese apellido en el país vecino, no es descabellado pensar que hablamos de descendientes del artista, que, recordemos, se casó en la zona emparentando con el citado Torriani. Entre mis proyectos futuros figura viajar allí y entrevistarme con los seis a la búsqueda, quizá insensata, de un archivo que cambiaría la historia del arte no solo en Murcia. Pero es un cuento de la lechera difícilmente materializable. De momento, sigamos con los hechos y dejemos los deseos.