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ARTÍCULOS

Un mandato para Rajoy

JAVIER ZARZALEJOS

Martes, 22 de noviembre 2011, 02:19

Esta vez no han ganado todos. La contenida reacción con la que Mariano Rajoy recibía el domingo su histórica victoria, al tiempo que interiorizaba la responsabilidad que los votos han cargado sobre sus espaldas, hacia más audible el estruendo del desplome del Partido Socialista.

El triunfo del PP pone fin a un ciclo de gobierno que cuando se abrió, en marzo de 2004, los socialistas seguramente creyeron que duraría mucho más que siete años y medio. La suposición de que España es un país de izquierdas, unida a la versatilidad de Zapatero para la combinación con los nacionalistas y a la estrategia de deslegitimación y aislamiento del PP, auguraban algo parecido a un cambio de régimen en el que el centro-derecha tardaría lustros en volver a ser un alternativa viable de gobierno. Para bien del sistema democrático, estas previsiones no se ha cumplido. Un nuevo episodio de alternancia habla de la madurez de un electorado más reflexivo, más libre de prejuicios y sectarismo y mucho menos sensible a los mensajes demagógicos de lo que algunos hubiesen querido.

El PP ha ganado las elecciones con un resultado extraordinario que supera en tres escaños el obtenido el 2000. Si entonces la mayoría absoluta de Aznar resultó de una gestión política y económica que los ciudadanos avalaron con cuatro años más de gobierno, ahora, con una mayoría superior y un PSOE en el umbral de supervivencia, el PP liderado por Mariano Rajoy recibe la confianza mayoritaria de los votantes para protagonizar el cambio prometido.

Los materiales con los que el PP ha construido su éxito son identificables. Por un lado, un espacio político y electoral sólidamente articulado desde su etapa anterior de gobierno. Por otro, la constancia estratégica de Mariano Rajoy que le ha reportado confianza y credibilidad crecientes como alternativa ante la falta de competencia del gobierno socialista. Finalmente, un acertado mensaje de integración y concordia para la superación de la crisis en el que ha funcionado la reiterada referencia al 96 cuando el PP accedió al gobierno con el sistema de pensiones amenazado y una tasa de paro aun mayor que la actual. La agresiva estrategia socialista de tremendismo y agitación del miedo («pelea», decían) parece haberse estrellado frente a Rajoy y su talante, frente a un espacio político de centro-derecha firmemente consolidado y frente a la evidencia de la gestión del PP tanto en el gobierno de la nación como en los gobiernos autonómicos y municipales. Del fracaso de esta estrategia de movilización- de la que los socialistas guardaban tan buenos recuerdos- dan testimonio los cinco millones de votos perdidos.

Los ciudadanos han dado a Mariano Rajoy lo que éste les pedía: un mandato claro para emprender una senda de reformas con las que ganar confianza, alentar el crecimiento y recuperar el empleo. Rajoy no es un tecnócrata pasado por las urnas sino un político experimentado y capaz que, por serlo, es plenamente consciente que la salida de la crisis también exige mejorar el funcionamiento de las instituciones y reconstruir los consensos en que estas se sustentan.

Cuando en su mensaje desde la calle Génova, el presidente del Partido Popular reiteraba su compromiso integrador, subrayaba lo que será una de las claves de la legislatura. Ante la responsabilidad que Rajoy asume, tan importante como hacer será explicar. La competencia de los equipos, la capacidad inclusiva de las reformas, la sinceridad en la explicación a los ciudadanos de lo que hay que hacer y la ejemplaridad en las conductas y actitudes, constituyen las exigencias a las que el PP puede y debe responder en esta coyuntura verdaderamente crítica.

El Partido Socialista atraviesa los amargos momentos de una derrota sin precedentes. Una campaña fallida, un candidato proyectado como un espejismo que se ha desvanecido, un partido agotado en credibilidad, cuadros e ideas, un mensaje desordenado y muchas facturas que pagar de un mal gobierno han provocado la huida en masa de un electorado que los socialistas siguen creyendo que les pertenece a pesar de las evidencias demoscópicas en contrario.

Si el futuro congreso del PSOE se plantea como una pugna orgánica en la que sólo se ventilen cargos, difícilmente conseguirán arrancar. Un partido que quiera emerger desde la posición en la que le han colocado los votos debe plantearse una renovación ideológica y programática que, por otra parte, hay que reconocer que la crisis de la izquierda no facilita. Lo que no parece sostenible es que cada vez que hay que afrontar situaciones económicas complicadas, para los socialistas resulte incompatible gestionar adecuadamente la crisis con el cumplimiento de su programa. No es todo. El PSOE debería abandonar la creencia de que un gobierno de centro-derecha no es más que un paréntesis o, peor, una anomalía que hay que prevenir mediante la exclusión sistemática con la ayuda de los nacionalistas. Esta pulsión le ha llevado Zapatero y los suyos a políticas de división, de hostilidad ideológica y de radicalismo, peor que contraproducentes. La alternancia se ha consolidado y esta constatación debería cambiar actitudes en la izquierda que tienden con demasiada frecuencia a patrimonializar el sistema democrático. Algo que tiene que bastante que ver con la «cuestión nacional» sobre la que el PSOE tendría que sacar alguna conclusión duradera y coherente con los valores que quiere asociar a su identidad de izquierda.

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