Veranos de pan caliente y cangrejeras

Al veraneo de playa se vuelve por la calle de la memoria. Si se soltó amarras de aquellos meses de vacaciones escolares y cuartillas de caligrafía, de siesta obligada y cangrejeras, de perseguir grillos y hacer 'mandaos', es posible que los recuerdos se agolpen de pronto al entrar en uno de esos 'súper' de playa a los que los veraneantes recurren a cada olvido. En esa urbanización mazarronera con una antítesis por nombre, Ordenación Bahía, Eduardo Caravaca y María José Paco regentan el supermercado Bahía, que ha cumplido ya los 40 años. Es flor de verano, porque en invierno echan el cierre en cuanto las familias vuelven a sus ciudades, y la barriada empieza a tomar el color de los periódicos pasados de fecha. Cualquier mañana de julio vive el trasiego pausado de sus principales clientas, las abuelas, el correteo de los niños y las prisas de los adultos.

«Aquí tenemos la mejor carne, que viene de proveedores de la Región, bebidas buenas y las mejores marcas de conservas», se desmarca Eduardo de los inventores de marcas blancas. «No me vas a contar a mí que una marca blanca de esas es igual que comerte unos berberechos Noly o un bonito Ortiz», defiende el comerciante, que dejó el negocio de la cría y engorde de pollos para atender el supermercado que su suegro compró en los ochenta, cuando él ya había saltado de Espinardo a Totana en su primer trayecto vital. En una discoteca totanera conoció a su mujer, hija de emigrantes en Francia. Grandote y musculoso, como campeón que era de taekwondo y lucha libre, se abrió paso en la pista de baile hasta su objetivo. «¡Cómo era el pop español de aquellos años!», suspira Eduardo. «Yo di el primer paso. Soy de los antiguos», sonríe al recordar que no se ganó ni una sonrisa a la primera.

Con los años, Eduardo se ha visto rodeado de mujeres. «Mi suegra, mi mujer y mis dos hijas. Yo, cuando preguntan, siempre a favor de la mujer», sube la mano en juramento sagrado. Presume de sus productos caseros de toda la vida, como las empanadillas de atún y de sobrasada con queso. «También puedes comprar pasteles de carne, tortas y rollos, porque son mucho mejores que la bollería industrial», recomienda. Antes de que el sol suba a su punto más alto de arrogancia astral, Eduardo vende sobre todo pan caliente y bizcochos para el desayuno. Si todo fuese tan fácil como saltar de la cama y, con el sueño aún pegado en la piel, calzarse las chanclas para salir a por bollos recientes, los pactos de gobierno medrarían como una magdalena.

A Eduardo le gusta cuidar el trato con los clientes. Les llevan la compra a casa a los abuelos que flaquean de fuerzas y procura tener siempre los productos que gustan a sus vecinos. «Tengo mil clases de leche, pues siempre viene alguno que pide la más rara», se lamenta. El ir y venir no cesa en todo el día, aunque en el 'súper' rige el reloj de arena de playa. Antes de ir a apiñarse en la orilla para el baño diario, toca proveer el menú del mediodía. «Por la tarde está más tranquilo, pero a partir de las siete vienen en chorrico», conoce el comerciante, orgulloso de sus productos autóctonos: «Se está perdiendo el gusto por la charla en la tienda y por las hortalizas frescas. Pero aquí tenemos las mejores, y tú no te llevas el tomate 'tocao'. El tomate solo lo toco yo».