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Todo el mundo me decía que en la aventura de la vida cada persona es pasajera, pero yo sabía que te ibas a quedar.

Probaste a ponerte delante del destino a decirle que no esperas más de él que lo que siempre has soñado y que, por tanto, ya no hay más cuentas que las que hagamos tú y yo.

Hiciste de la música la categoría de compañera para toda la vida, que hablara por ti y que las primeras palabras fueran un saludo seguido de una sonrisa suspirada, tan exacto, tan certero. Y después, que a diario ofrecieras el mismo acento, sin cansarte y sin guardarte nada, sin nada más.

Que sin darme cuenta me abrigaras con tus ocurrencias, con tu carcajada, haciendo que te soñara mientras sonara la música que sonara... así es como estás aquí.

Que tan poderoso fue el primer grito, la primera complicidad, ofreciendo al mundo entero que te escuchara, sin importarte quién ni cuantos estuvieran cerca o lejos. Porque eres así, leal a tu alegría.

Que hayas reconocido al otro lado del mundo el mismo brillo que tú llevas en tu mirada, y sin que sea ni invierno ni verano, acomodes la historia del mundo a la tuya propia, porque sabes hacer que cualquier problema sea fácil de resolver.

Que huela a mar y piense que hueles así, que se cuele la sal en mi casa y piense que son tus abrazos los que han venido a verme, que hayas conseguido que mire por la calle por si en una sorpresa apareces.

Que no me importe si solo un lucero en el cielo alumbra una noche completa si sé que me estás pensando, porque cuando te hablo mientras cocino sé que me estarás hablando, y que me hablas porque sabes que me enamoré de tu voz.

Y yo también a ti.

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