TikTok es lo mejor. En Instagram todos presumen de que su vida es mejor que la tuya. En Twitter se creen más listos que tú. ... En Facebook... Bueno, ya nadie recuerda muy bien cómo era Facebook. Pero TikTok se limita a darte lo que necesitas. Aunque no lo sepas ni tú.
Unos días usando la aplicación y su algoritmo ya te conoce como tu madre. Entonces empieza a actuar como tu abuela. ¿Le dijiste que te gustan las natillas? Al día siguiente el frigorífico estaba lleno. Natillas para desayunar, natillas de postre y natillas para merendar. Así funciona TikTok.
Mi perdición llegó cuando la aplicación detectó el extraño efecto sedante que tienen en mí los vídeos de extracciones de puntos negros. Cada vez que aparece en la pantalla un primer plano casi pornográfico de una nariz o una mejilla plagada de cráteres rellenos de sebo me siento obligado a verlo hasta el final. El problema de TikTok, como con las abuelas, es que con uno no basta. Tras ver complacido cómo extraen la perla, recargo la pantalla y me presenta otra anónima extensión de piel trufada de jugosos puntos negros.
El repugnante detritus se suele extraer entero, pero siempre hay espacio para la sorpresa. En ocasiones la pieza genera una graciosa guirnalda de sebo solidificado o, si hay infección, mana un pus amarillento que recuerda a las mencionadas natillas. A veces estallo en carcajadas cuando un cuajarón sale disparado como metralla hacia la cara del pobre profesional o me indigno si considero que el tratamiento se está efectuando con torpeza o usando material inadecuado.
Me puedo pasar horas viendo estos vídeos. Al principio me relajaban, pero ahora los vivo con una intensidad preocupante. Lo peor es que ya no puedo mirarme al espejo sin buscar algún yacimiento en carne propia. Entonces maldigo mi piel limpia y tersa.
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