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Importa la manera en la que nos miramos. Importa y mucho la forma en la que nos dirigimos a los demás. La urbanidad, la buena vecindad, el respeto, la educación 'de la buena' o como cada cual quiera llamar al genial invento de referirnos a nuestros semejantes se convierte en casi una especialidad de la escuela de la vida cuando tenemos la certeza constatada de que vivimos en sociedades especialmente violentas.

La ocupación del territorio, la publicidad o las aplicaciones de contactos personales son, por ejemplo y cada una en su ámbito, la construcción de un relato que tiene intencionalidad, y ahí es donde radica el error inicial que vicia todo el proceso.

Al contrario que con el sencillo placer de conocer, que nos puede llevar desde una conversación banal sobre el tiempo atmosférico hasta la periodicidad de visitar una biblioteca y empaparnos de la obra de Huxley, la construcción de un discurso es por sí misma una perversión que pretende controlar un ámbito que nos es ajeno.

Pero sabiendo esto, y con la ventaja que actualmente tenemos gracias a la democratización del acceso al conocimiento, deberíamos ser capaces de articular espacios que no fueran agresivos, que nos trasladaran a lugares en los cuales no se nos esté continuamente interrogando, increpando o examinando. Es importante para la salud de las sociedades que la convivencia no se transforme en una carrera por quedar el primero en todo, otra forma de agresividad. No confundir con mejorarse a sí mismo.

Por eso es importante que sepamos que, cada cierto tiempo, viene bien 'desconectar' para no contribuir a la impía competición de ganar todos los trofeos, porque está bien saber, sin más, que no pasa nada si una vez no ganas mientras hayas disfrutado del viaje. Sean humildes, honestos y honrados, será de agradecer.

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