Suena música chill out de fondo. El chiringuito es blanco de madera, está elevado sobre una colina. Desde lo alto se ve el mar surcado ... por algún barco de vela, una moto de agua a lo lejos, varias islas al fondo, todo calma. Va llegando gente y se sienta en silencio para ver cómo se esconde el sol, los colores anaranjados sobre las aguas mansas, la naturaleza serena, el sentimiento de que a pesar de todo hay cosas buenas, que es verano y hay que disfrutar. Alrededor los camareros sirven mojitos, cervezas frías, cócteles de colores.
Podría estar en cualquier cala de moda de Ibiza, pero para ver maravillas no hay que irse muy lejos. Estoy en el Mar Menor, un mar que al atardecer ofrece su cara más amable, parece que no está enfermo. Me pregunto si el mar que veo desde La Negra Lola tendrá las aguas cristalinas que imagino.
El Mar Menor de nuestra infancia estaba repleto de caballitos de mar. Su estado actual es un poco responsabilidad de todos, de años de mala gestión y de contaminación sin control, pero también los ciudadanos contribuimos a ensuciar, tirando basura al suelo que puede llegar al mar, dejando restos y colillas en la arena, usando productos solares que dañan el ecosistema marino, navegando en barcos que contaminan, queriendo comprar una casa en la misma arena. Tras alguna tempestad aparece la playa llena de plásticos. Según los científicos, entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de residuos plásticos llegan a los mares cada año. Si no ponemos conciencia en los gestos que hacemos, en los residuos que generamos y en dónde los depositamos, puede que en poco tiempo los únicos caballitos que veamos sean de plástico.
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