Escribir una columna fresca este verano está siendo como bailar en un campo minado. Te sientas con la intención de contar algo ligero y en ... cuanto escribes la primera línea, arde media península, los líderes mundiales juegan en su tablero nuclear, niños que mueren de hambre en Gaza y discursos de odio que se multiplican sin control. Mantener la ligereza sin parecer frívola resulta un reto extremo.
Publicidad
Y aun así, aquí sigo escribiendo. Porque la columna no está para competir con el desastre: eso ya lo hacen los informativos y las columnas de opinión con eficacia aplastante. Está para recordar que, mientras el mundo se quema, hay otra vida: una sobremesa familiar en Los Urrutias, un atardecer desde un barco en el Mar Menor, un finde de amigas de la universidad en Campoamor que se cuelan entre titulares diseñados para deprimirte.
La ironía sirve para no perder la cabeza; la ternura, para no perder la fe. El puesto de churros que abre cada mañana, ir al mercadillo a por olivas y «que no se te olviden los melocotones», el cine con sillas de plástico que se repite cada verano: actos diminutos de resistencia que prueban que seguimos aquí y nos devuelven la sensación de que no todo está perdido.
Escribir en medio de tanta calamidad es un acto de confianza: confianza en que alguien leerá y comprenderá que lo ligero no es frivolidad, sino supervivencia. Entre humor y nostalgia, entre problemas y pequeños milagros, la columna cumple su función: recordarnos que, pese al caos, podemos respirar, reír y resistir un día más.
Publicidad
Y sí, la supervivencia a veces se mide en detalles mínimos: una caña fría, unas risas sinceras, los besos de los tuyos y la certeza de que seguimos resistiendo, aunque el mundo grite más fuerte que nosotros. Porque en esos pequeños instantes está la vida, y la vida insiste en no desaparecer.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión