Esta semana leo atónita en 'El País' que restaurantes de Barcelona impiden sentarse sin acompañantes, concretamente locales en Poble-Sec y del Eixample rechazan a ... clientes únicos en sus mesas.
Aprecio, como todos, una gran mesa compartida con amigos, una larga sobremesa y un batiburrillo de conversaciones que arreglan el mundo, pero como soltera me opongo firmemente a esta medida. ¿Pondrán un cartel de: 'Si no tiene acompañante, se le asignará uno de oficio'? ¿Lo cobrarán aparte como el servicio de pan? ¿Te lo ponen a la llegada al restaurante al estilo 'First Dates'? ¿Crearán una red social de desconocidos para quedar a cenar?
Así es el mercado, que despoja de todo humanismo las decisiones, siendo únicamente relevantes las económicas. Una mesa de un comensal es menos rentable que una mesa de dos y ocupan lo mismo.
Tampoco podemos los solteros elegir vacaciones antes que nuestros compañeros casados y con hijos ya que ellos tienen más responsabilidades, algo que consideran más prioritario que satisfacer los caprichos de una vida disoluta de soltero decadente, sin ataduras y sin compromisos.
Algunos creen que los solteros sin hijos no deberían tener vacaciones directamente y deberían encargarse de cubrir todos los festivos y fines de semana. Por lo que se ve las personas que viven solas no tienen derecho a existir y mucho menos disfrutar de la vida.
Las mujeres solteras debemos alejarnos de ese automatismo que nos hace tener miedo de quedarnos solas y construir redes solidarias y profundas de relaciones no amorosas que nos arropen y nos permitan ser amadas sin tener pareja. Todavía a ojos del mundo una mujer soltera es una pobrecita o una rarita, sin embargo un estudio de Paul Dolan demuestra que las mujeres sin pareja ni hijos son el colectivo más feliz. Felices pero hambrientas, al menos, de momento, en Barcelona.
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