Bajo el agua. La arqueóloga subacuática Rocío Castillo flota y disfruta de la paz y la tranquilidad del fondo marino cerca de Cabo de Palos. Julio Martínez López
Arqueóloga subacuática

Rocío Castillo: «Somos insignificantes si no contamos con los demás»

Estío a la murciana ·

«Las burbujas me hipnotizan, cómo van subiendo y creciendo según disminuye la presión; con esos pequeños detalles flipo»

Domingo, 24 de agosto 2025, 07:35

Pasó del líquido amniótico al agua de la piscina sin solución de continuidad Rocío Castillo (Madrid, 1966), cuenta bromeando, «y eso que mi madre no ... sabía nadar». El agua es su medio pese a haber nacido tierra adentro y, de hecho, «he sobrevivido muchos años gracias a las piscinas», recuerda sobre su trabajo como monitora de natación mientras estudiaba Arqueología en la Universidad Autónoma de Madrid y durante los 15 años que trabajó de arqueóloga subacuática 'free lance' hasta que por fin encontró su hueco en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua) en Cartagena.

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Como buena sirena, ha buceado todo tipo de aguas marinas y continentales: en España (Marina Baixa, Cádiz, Tarifa, Algeciras, Ibiza, Gerona, Guadalajara, Cáceres...) y en el extranjero (El Salvador, República Dominicana, Portugal, Túnez...); y a las órdenes de diversos organismos. Siempre en busca de las joyas milenarias en peligro que atesoran océanos, mares y aguas continentales para revelar detalles desconocidos de la historia de la Humanidad.

–¿Qué quería ser?

–Siento una atracción visceral por el mar y de adolescente quería hacer algo relacionado con el agua. Estaba entre Biología Marina y Arqueología Subacuática. Me encanta el agua.

«Buceadora profesional de segunda clase», título que adquirió en el Centro de Buceo de la Armada, en Cartagena, forma parte de las primeras generaciones que abordaron la disciplina de la Arqueología Subacuática de manera profesional. «En 1979, en San Ferreol (San Pedro del Pinatar), con Julio Mas García a la cabeza, se realizó la primera excavación subacuática en España por arqueólogos licenciados y estudiantes», explica. Y también presume de que en esta disciplina hubo muchas mujeres pioneras, como la chipriota Honor Frost o la valenciana Gabriela Martín. «Hay bastantes, ahora estamos trabajando para ponerlas en valor, porque no se las conoce».

–¿Qué cambió su vida?

–Pues, estando en cuarto de carrera, empecé a investigar y me enteré de que había unas becas en Cartagena. Opté, aunque no buceaba y estaba en cuarto, y había gente que ya buceaba y era licenciada. Al final, pasé la selección. Atreverme a echar la beca me cambió la vida.

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–¿Quién fue su maestro?

–He tenido varias, citaría a Belén Martínez y Mercedes Gallardo. Son arqueólogas subacuáticas. Belén dirigió la carta arqueológica de Ibiza y Granada y, en esa época, era la coordinadora de Arqueología Subacuática en el Ministerio de Cultura, y Mercedes, la carta de Cádiz y fue la primera coordinadora del Centro de Arqueología Subacuática de Cádiz (CAS). Luego, ha habido mucha gente.

–¿Y qué le enseñaron?

–Pues muchísimas cosas: a documentar en condiciones, a planificar adecuadamente. También me orientaron. Yo estaba empezando en Arqueología y a bucear, con lo que tenía muchísimo que aprender: a manejarme, porque, cuando trabajamos en el agua, estamos en diagonal, como haciendo el pino, para no dar con nuestras aletas a los restos.

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–¿Cuánto tiempo pueden estar bajo el agua?

–Depende de la profundidad del yacimiento. Si estás a 3 o 4 metros, no hay límite, solo que se te acabe la botella o el frío. Según va aumentando la profundidad, el tiempo es menor. Siempre se planifican las inmersiones fuera, sin descompresión. Solemos hacer, si la zona lo permite, dos inmersiones al día.

En tragos cortos

  • Un sitio para tomar una cerveza. -La playa de Bolonia, en Tarifa.

  • Una canción. -De Ruibal, 'Un ave del paraíso'.

  • Un libro para el verano. -'Recuérdame bailando', de Mara Torres, aunque es durita. Algo liviano para el verano, alguna de las novelas gráficas de Paco Roca: 'El abismo del olvido' o 'El regreso al Edén'.

  • ¿Qué consejo daría? Haz lo que realmente te gusta, lucha por tus sueños y, por muchas dificultades que encuentres, no los abandones ni te quedes con la pena de no intentarlo, aunque te salga mal.

  • Un aroma. -El olor a tierra mojada después de una tormenta.

  • ¿Le gustaría ser invisible? -No, al revés, me gustaría dar visibilidad a personas, colectivos o realidades que pasan desapercibidos.

  • ¿Tiene enemigos? -No que yo sepa. Quizá, puede haber habido faltas de entendimiento, pero no le llamaría ni enemistad.

  • ¿Qué le gustaría ser de mayor? -Sentirme libre, comprometida y coherente.

  • ¿Qué es lo que más detesta? -La falta de empatía y de solidaridad, la indiferencia, el egoísmo.

  • Un baño ideal. -De día, un lugar tranquilo para hacer 'snorkel' y disfrutar de la vida marina. De noche, con luna llena.

  • Un sueño cumplido. -Trabajar como arqueóloga subacuática y viajar a Cuba con mi mujer.

  • Un sueño por cumplir. -Tener un año sabático, como mínimo, para viajar por el mundo y vivir una temporada en Sudamérica.

–¿Qué ha aprendido?

–En el trabajo, la importancia de los equipos inter o multidisciplinares; que siempre es imprescindible la planificación; que nadie es más importante que otro en Arqueología Subacuática; que es muy necesario contar con la gente que se mueve en ese medio (pescadores, buceadores...). De hecho, ahora estamos haciendo un proyecto de recuperación de toda esa información oral con historiadores, archiveros,... Es que somos muchos.

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–¿De qué se ha convencido?

–De que, realmente, el arqueólogo es una pieza más; y de que somos insignificantes si no contamos con los demás.

–¿Qué siente cuando bucea?

–Me siento muy a gusto y muy feliz, en mi medio; como una hormiguita insignificante en la inmensidad del océano. Siento mucha paz y tranquilidad.

–¿Qué es necesario?

–Respetar el medio natural y cultural, porque el patrimonio natural y cultural van totalmente asociados. Y es importantísima la educación y la sensibilización en cuestiones de patrimonio cultural, arqueológico, natural, medioambiental y en la vida en general. La tolerancia también.

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–¿Ha vivido algún momento crítico en alguna misión?

–Sí, recuerdo un par de situaciones. Antes, a veces buceábamos con narguilé –tubo que suministra oxígeno desde la superficie–, como los buzos antiguos, y, a veces, el narguilé se estrangula, como cuando riegas con la manguera, y te quedabas sin aire. Pero siempre tienes al lado una botella de seguridad. Además, en el buceo, la unidad mínima es la pareja. Y quien impone el ritmo y los tiempos es el que menos sabe. La seguridad es lo más importante. Pero incluso buceando con gente con mucho dominio y al mismo nivel, puede fallar un regulador y tienes que compartirlo y subir. Son momentos críticos. Quizás sea exagerada con la seguridad, pero me parece vital.

–Y buceando, ¿qué ha descubierto?

–La flotabilidad, es una de las sensaciones más estupendas. No sé qué sienten los astronautas, pero debe ser parecido: mantenerte equilibrado a dos aguas y flotar sin hacer nada. No tienes que mover aletas, solo flotar y disfrutar de esa sensación. No necesitas casi respirar, nada más que disfrutar de tu entorno, de la paz, de cómo entra la luz del sol; de las burbujas, cómo van subiendo y creciendo según disminuye la presión. A mí, las burbujas me hipnotizan. Con esos pequeños detalles flipo.

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–¿Qué civilización le fascina?

–Mi problema es que me gusta todo. Siempre me ha pasado: las ciencias y las letras, la biología y la arqueología... Y en civilizaciones, también. Cuando estaba en la universidad, quizá lo que más me fascinó fue la arqueología americana antes de la llegada de los europeos. Esas civilizaciones me hipnotizaron. Y, en el Mediterráneo, los primeros navegantes, como fenicios o griegos, cómo se relacionaban con las poblaciones indígenas. Me interesa mucho el intercambio, comercial y cultural. Los yacimientos subacuáticos son muestra de eso.

–¿Qué es lo más sorprendente de lo encontrado bajo el mar?

–En esta zona de la Región, los tres yacimientos fenicios. El Bajo de la Campana y los Mazarrón I y II, aunque hay muchísimos yacimientos romanos impresionantes. Y, en el Mediterráneo, hay un yacimiento que me alucinó, el Uluburun (Turquía), del s. XIV a.C., que llevaba un cargamento muy dispar y, estudiándolo, te puedes hacer una idea de las rutas comerciales y de los intercambios que había ya entonces. Realmente, no hemos inventado nada, y eso que hablamos de la Edad de Bronce.

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–¿Cómo garantizaría la riqueza cultural que albergan las aguas?

–Sobre todo, educación y sensibilización. Ahí tenemos una convención de Unesco en el 2001 para la protección del patrimonio cultural subacuático. España fue uno de los primeros países que la suscribió. Y ahora ya van por 80. Lo que promueve es la protección del patrimonio cultural subacuático como patrimonio de la humanidad que no pertenece a ningún país ni civilización. Y también promueve la conservación 'in situ', siempre que se pueda. No tiene sentido sacar y sacar objetos sin más si no corren riesgo.

–¿Y se está sensibilizando?

–Se intenta. Hay bastantes proyectos europeos que trabajan en eso. Mucho con escolares y, luego, en cuestiones de patrimonio cultural subacuático, con las comunidades que siempre están en el agua, pescadores y, sobre todo, buceadores, intentando involucrarlos. La sensibilización es fundamental. Y otra cosa en la que insiste esta convención es el 'no' a la explotación comercial.

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–¿Cuál es, entonces, el beneficio que sacan los expoliadores?

–Hasta no hace mucho era el vender esos objetos. Pero en el caso de Odissey en la 'Mercedes' no era la venta. Si quieres vender 600.000 monedas, no anuncias que las tienes a bombo y platillo porque, con esa cantidad, baja su valor. Fue pura y dura especulación bursátil.

–Y ¿son habituales los expolios?

–Menos, pero sigue habiendo. Por una parte, hay desconocimiento. Igual que vamos al mar y nos llevamos una concha o una estrellita de mar muerta y no deberíamos, ven algo de cerámica y se lo llevan porque piensan que como hay mucho..., no pasa nada. O con buena voluntad lo llevan al museo, pero eso no sirve de nada porque la han retirado de su contexto. Luego está el expolio intencionado, que hubo mucho en los años 70. Encontrabas 'pescadores' que no tenían para comer y, si daban con ánforas, las vendían. Y, cuando esas personas consiguieron un trabajo estable, pasaron a ser colaboradores de los centros de arqueología subacuática.

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–¿Sin trampa ni cartón?

–Bueno, aún hay gente que se ofrece para colaborar poniendo su barco durante el día para los arqueólogos y, por la noche, vuelven al sitio y expolian. Eso ha pasado hace unos años en España y la Guardia Civil tiene monitorizadas algunas empresas internacionales y también los barcos que paran en sitios donde hay yacimientos. Se va persiguiendo y hay juicios, pero a veces es difícil de demostrar.

–¿Viene mucha gente al museo a donar objetos?

–Sí, sí, hay gente que se interesa por las donaciones o que lo tenía en su casa y, cuando fallece la persona que lo recuperó, se acercan a legalizar ese fondo y donarlo.

–¿Alguna vez la han tentado para pasarse al lado oscuro?

–No, nunca, yo no soy nadie. Pero conozco testimonios de directores y responsables que sí, en España, en México, hace años..., que les han tentado.

–¿Cuál ha sido la campaña más apasionante?

–Uf, ha habido muchas. Te he mencionado Escombreras –su primera campaña– y las del embalse de Buendía (Guadalajara) y de Valdecañas (Cáceres), en aguas continentales, quizá porque de esas he hecho menos. Estar encima, en una, de dos eremitorios visigóticos y, en otra, de un dolmen... Es emocionante ver como el Instituto Hidrográfico de la Marina de Cádiz y la Universidad Complutense hacen un 3D de un dolmen bajo el agua... Y campañas en profundidad, la 'Mercedes' y la misión de Unesco en el canal Skerki. Fue una misión con ocho países –la más ambiciosa de Unesco, en 2022–, gente de muchos sitios, volver a localizar unos yacimientos que se habían documentado en los años 90... A mí me gustan los proyectos pluridisciplinales. Y, a nivel internacional, poder estar trabajando con barcos franceses especialmente diseñados para Arqueología Subacuática, con gente de Croacia, Egipto, Marruecos, Túnez, Italia y Argelia... Aprendes mucho.

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–¿Qué lugar ocupa Jacques Cousteau para la profesión?

–Costeau es un referente en el buceo porque nos abrió la posibilidad de que arqueólogos, restauradores, fotógrafos,... todos, buceáramos de forma autónoma e hiciéramos nuestro trabajo bajo el agua. Con Émile Gagnan, inventaron el equipo Scuba o regulador de buceo, una revolución.

–¿Qué han descubierto bajo el mar que no se sabía?

–Pues muchas cosas. Pero, sobre todo, se ha pasado de ver un pecio como una cápsula del tiempo a abrir el objetivo y ampliar la visión hasta descubrir las redes comerciales, las relaciones entre las distintas civilizaciones y el papel de las distintas ciudades, la arquitectura naval,... Nadie pensaba al principio que un yacimiento subacuático pudiera dar tanta información. Y el reconstruir esas historias es lo que realmente nos importa. Hay que investigar mucho antes y después.

–¿Qué es lo que más le gusta?

–Me gusta mucho viajar y vivir en otros sitios. No solo viajar al extranjero, me parece que vitalmente, por mi experiencia, haber podido trabajar en un pueblito de la serranía de Cádiz con pocos habitantes, seis meses, o en ciudades diferentes; salir de tu zona de bienestar; conocer diferentes gentes, culturas y realidades en tu propio país y, algunas de esas veces, vivir sola; eso te resitúa.

–¿Algún destino pendiente?

–Muchos. Te diría Guatemala, Japón... Y, últimamente, estamos pensando en Perú y Bolivia; me encantaría. Eso también es quizá de lo que más he aprendido en mi trabajo y de lo que más me siento afortunada: he podido no solo trabajar en otros proyectos, campañas subacuáticas, sino que a través de los proyectos europeos en los que está involucrado Arqua, he podido viajar mucho, a diferentes continentes y conocer a su gente. Eso te nutre mucho.

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La sonrisa de un niño

–¿Sin qué no podría vivir?

–Sin mi gente y sin tiempo para parar, que nos falta muchas veces.

–¿Se te saltan las lágrimas...?

–Pues, ahora, cada día, cuando veo la espeluznante realidad de Gaza. Me horroriza. Aunque me está sorprendiendo para bien la cantidad de ONG judías, escritores judíos y chavales jovencitos, a los que encarcelan porque no se quieren alistar. Empieza a haber voces discordantes.

–¿Con qué ríe a carcajadas?

–Me cuesta, pero la sonrisa de un niño, por su inocencia, se me contagia, o cuando a alguien le da un ataque de risa.

–¿Qué es lo mejor?

–Pues quizá, pararte y disfrutar de las pequeñas cosas: de un amanecer, de un atardecer, de escuchar un pajarito, de ver un animalito, de tu tiempo, tanto sola como en buena compañía.

–Si pudiera, ¿qué haría?

–Conseguir que se acabara la discriminación de todos los colectivos. No creo que exista ese superpoder.

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