Katarzyna Rogowicz: «Venir a Murcia fue como descubrir un mundo nuevo»

Nacida en la ciudad polaca de Sosnowiec, en 1971, una ciudad «donde no debería haber nacido, un sitio muy insípido», Kasia, Kati, Kata,... -en la Región la llaman de mil maneras, depende de en qué momento de su vida la hayan conocido- llegó a Murcia en 1992 de la mano de su familia -su padre entrenaba equipos femeninos de voleibol- y sintió «fascinación por España», que despertó su arte más 'happy' y colorido. Ahora, tras 'Antípodas', que ha colgado en la murciana sala Caballerizas de Los Molinos del Río, ha saldado cuentas con su pasado.

-En pandemia no pude crear. Pensé en mi infancia como momento bonito y no tengo recuerdos. Al escarbar, descubrí que mi padre era un maltratador y que borré todo; descubrí que soy huérfana, que me criaron mis abuelos maternos [reflexiona].

De ahí surgen sus esculturas y obras 'El miedo', 'Alfombra mágica', 'Mapas',... «Un viaje imaginario, de huida y de ganas de encontrar un sitio; de catarsis, de reconciliación con Polonia; de recuperar a mi madre y a mi familia»; de alcanzar «un sitio de deseo» a través de su hija Alicia, que logró plaza en la selecta Academia de Bellas Artes de Katowice para hacer su Erasmus, donde quisieron entrar su abuelo, su madre (Jadwiga) y ella misma; de transformarse en una mujer madura que aún no se reconoce del todo en el espejo: «Los 50 son un antes y un después», se ratifica; y bromea, «como dice una amiga, me engorda hasta mirar las aceitunas».

-¿Cómo era de pequeña?

-Pues mi primerísimo recuerdo es dibujando con mi abuelo. Él fue acuarelista y hacía también caricaturas robadas, sin que la gente lo supiese. Aquí tengo todos sus cuadernos, de dibujos rapidísimos y todo perfiles. De hecho, hice una obra sobre esos trabajos que se llamó 'Facebook', porque creo que fue precursor de esa red social [bromea mientras hojea los cuadernos].

-¿Con qué está ahora?

-Acabo de ilustrar los 7 cuentos sonoros que LA VERDAD va publicando cada domingo de verano, componiendo una historia paralela en imágenes para ofrecer al lector un sinfín de puertas abiertas a su imaginación; cadáveres exquisitos donde todo es posible: locura, amor y el calor de verano. Tengo previsto exponer toda la serie en Studio K después del verano.

-¿Y algo más?

-Pues la pandemia me tocó mucho, porque reviví la situación en Polonia, antes de venir a España, donde pasé un estado de sitio, que era exactamente igual: no poder salir de casa, la preocupación por los alimentos, por la situación económica, política, cultural; todo lo que conlleva un parón de ese tipo. Entonces surgió mucho miedo y una tendencia a no querer salir que me está costando mucho esfuerzo. Pero estoy muy ilusionada con un proyecto multidisciplinar que estoy preparando con Joaquín Clares, Chelete Monereo, Vicente Martínez Gadea, Ángel Haro, Crudo Pimento, Esteban Campuzano, Ana Martínez, Manuel Barnuevo, Marcos Salvador Romera y Arquitectura de Barrio. Aún no tiene fecha.

-¿Qué fue una suerte?

-Que los pocos juguetes que tenía de niña eran muy buenos. Me ayudaban a ser creativa, a trabajar mucho la imaginación. Por ejemplo, tenía una colección de vinilos de cuentos que, al escucharlos de noche, me tenía que imaginar todo. O estar con mi abuelo, que me enseñaba todo tipo de técnicas; podía pintar con él.

-¿Qué le inspira?

-La vida, la naturaleza, lo extraño, mis propias vivencias y mi propia mente inquieta.

-¿Qué da color a su vida?

-Es una mezcla, como un batido. A los colores mismos, también al blanco y al negro, le añadiría estar bien contigo misma, ilusión, un poco de deseo y sentimientos positivos.

-¿Amor?

-Pero no amor romántico, sufrido,... El amor que es cordialidad, empatía, simpatía, ternura, cariño, deseo, pasión...; la pasión es otra de las cosas que da color a la vida.

-¿Algún ingrediente más?

-Tenemos estos tres, amor, felicidad y alegría, pero también, por alguna razón, nos movemos por ira, miedo, ansiedad y tristeza. Pero claro, si no existen los unos, no existen los otros. Son complementarios, como los colores. Eso da color a la vida.

-¿Y...?

-El arte, que me hace ir hacia lo positivo. Y también poner nombre a todos los asuntos. Y que te sigan sorprendiendo las cosas.

-¿Cuál fue el verano de su vida?

-Posiblemente mis últimas vacaciones. Pero recuerdo con mucho cariño y placer un viaje con el padre de mi hija y Alicia pequeña, a Marruecos. Fue una maravilla porque era vivir la esencia de la vida. Solo dunas y el océano. Y mi último viaje con Ramón, acabamos de venir de Ibiza. Una maravilla. Y las acampadas a orillas de los ríos de Polonia, de pequeña, los mejores veranos, en la naturaleza.

-¿La naturaleza?

-Me produce fascinación pensar que la naturaleza es fruto de una evolución que, ¿puede ser que sea perfecta? Ahí veo la perfección.

-¿Y cómo se plantea este verano o lo da ya por disfrutado?

-Va a ser increíble porque tengo oportunidad de ir un par de semanas a París. Será la tercera vez, pero sé que va a ser muy distinta. Lo hemos preparado Ramón y yo. Hay muchas ganas de disfrutar y pasear la ciudad. Y vivirla como un parisino... Y, además, va a ser mi mejor verano porque ya tengo mi estudio y voy a poder trabajar. Me parece un lujo.

-¿Qué es lo mejor?

-Que soy reflexiva.

-¿Y lo peor?

-Que al ser reflexiva tardo en dar o encontrar las respuestas. Antes, en mi época escolar, suspendía y la mente se me quedaba en blanco, sobre todo en los exámenes orales. Una verdadera pesadilla que suelo soñar hasta ahora.

-¿Qué echa de menos?

-Mucho los 90. Porque fui muy feliz: sin redes sociales, sin móvil; donde cuando te citabas con alguien aparecía; la gente sonreía más; Murcia tenía las mejores salas de conciertos y también los restaurantes de comida típica murciana, que han desaparecido. También los 90 porque salí de Polonia, un sitio que no me gustaba, que la mitad del año no tiene sol, es frío, oscuro...; y vine a Murcia, a España, y ver todo exótico, la vegetación, el clima, mujeres morenazas preciosas, la playa,... fue como descubrir un mundo nuevo.

-(...)

-También echo mucho de menos las matanzas que Manolo Belzunce y Manuela hacían en su casa, en la huerta.

-¿A qué da gracias?

-A todas las personas que he conocido desde que vine a España, que han sido mi familia elegida. Y todo, tanto las cosas buenas como las malas, me han hecho ser persona. Ha sido un aprendizaje y un acompañamiento que quiero agradecer. También agradezco que, dentro de todas las dificultades y obstáculos, me han pasado cosas muy buenas como poder desarrollarme artísticamente desde el minuto uno en España, en Murcia; formarme; ser madre. Realizarme como persona y mujer.

-¿Qué es un cuento chino?

-Es mi frase favorita. Pues todo es un cuento chino hasta que tú no lo haces tu propio cuento. Por ejemplo, que la pareja, la casa, el trabajo... son para toda la vida; o sea, un cuento chino es esa falsa estabilidad. Luego descubres que no pasa nada si te divorcias, si tienes seiscientos trabajos, si te mudas decenas de veces... Eso es la vida, lo otro es una felicidad de cuento chino.

-¿Y una verdad verdadera?

-Pues siempre me han llamado la atención los dichos populares, los refranes, tanto en castellano como en polaco. Aunque pueden parecer a veces tontos o frívolos, creo que tienen una sabiduría de generaciones.

-¿A quién admira?

-A mi hija, Alicia, y a mi pareja, Ramón, por cómo afrontan la vida. Son dos personas que, aunque tienen mucha diferencia de edad, comparten la actitud: se beben la vida, se ilusionan, me dan la impresión de que han vivido de todo. Y, luego, porque viven el presente y son personas que piensan, se cuestionan, se quieren, son generosos.

-¿Es de lágrima fácil?

-Ya no. Uno de mis recuerdos de pequeña era que siempre estaba llorando. Ahora me cuesta. A veces lo echo de menos, pero me temo que he llorado tanto que he llenado un vaso. O una fuente. O más bien una piscina [dice mientras dibuja su sonrisa]. Se me han gastado las lágrimas [ríe].

-¿Y las carcajadas?

-No, me encanta reírme a carcajadas, de cosas supertontas, que me sorprendan. También Alicia y Ramón me hacen reír mucho. Lloramos de risa.

-¿Con qué disfruta?

-Pues,... desde cosas más complejas, como cuando tengo en la cabeza un dibujo y lo puedo plasmar, a cosas tan sencillas como haber dormido bien una noche.

-Porque ¿duerme mal?

-No. Pero me gusta dormir. Me parece muy placentero. Y soñar. Me gusta mucho soñar.

-¿Se acuerda de lo que sueña?

-Sí. Algunas son pesadillas y otras son para pintar un cuadro. Mis sueños son muy caóticos y surrealistas.

-¿Cómo se concentra?

-En este caos [dice señalando su mesa en Studio K]. Ahí encuentro mi actitud de trabajo. Con todo sacado, me puedo sentar y enfrentarme a un papel, a una superficie en blanco.

-¿Qué le provoca?

-Me provoca... Es que antes me provocaban mucho las cosas [ríe]. Lo de los 50 [años] es un antes y un después. (...) La violencia, por eso me metería en un follón. Aunque soy una persona muy pacífica, no me gusta ponerme en pie de guerra. Pero no es cobardía, miro a otro lado muchas veces para protegerme.

-¿Qué le gusta?

-Las cosas bien hechas. Lo que más me gusta es trabajar. No puedo estar sin hacer nada. Me faltan horas y muchas veces se las robo al sueño.

-¿En qué flojea?

-A veces me cuesta poner el punto sobre la 'i'; terminar las cosas, algún proyecto... Pero cuando lo consigo, soy superfeliz. Este es mi objetivo ahora: ser feliz y conseguir poner los puntos sobre las íes a los asuntos.

-¿En qué es un auténtico desastre?

-Pues soy caótica. Para el orden. Y, para mí, las matemáticas es una asignatura suspensa. Y... mi ordenador es un desastre, no consigo ordenar mi ordenador. Y luego, procuro no entrar en la pereza, pero cuando entro me cuesta mucho salir.

-¿Cuál es su tabla de salvación?

-Para mí lo más horrible es cuando pienso que no tengo nada que decir. Entonces, desde que recuerdo, escribo y también dibujo. Hay muchos de mis cuadernos que me hacen recordar que soy un ser pensante, que tengo cosas en la cabeza, que tengo ideas, lo que pasa es que están dormidas.

-¿Qué le impresionó?

-Las retrospectivas de Cornelia Parker en Tate Britain (2022) y, hace tiempo, Bill Viola en el Museo Guggenheim Bilbao (2017). Me atraparon por completo, de tal modo que no conseguía dejar de mirar: 'El jardín de las delicias', de El Bosco; el busto de Nefertiti, de Tutmose, y 'Los Girasoles', de Van Gogh. Volvería a visitar la isla de los museos de Berlín y, sobre todo, el Museo Nuevo de Berlín. También me magnetizó la obra de la recién clausurada retrospectiva de Chelete Monereo en el Mubam. Y fue una supersorpresa disfrutar de la feria de arte emergente Can Art Fair de Ibiza este julio y, en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, de 'Valkyrie Crown', de Joana Vasconcelos. En definitiva, poder ver obras de arte en persona, inspira, da sentido a mi vida y me emociona. Me hace sentir viva.

-¿Es más de embadurnarse o de digital?

-De embadurnarme. Aunque el digital lo uso mucho como una herramienta más. Ahora estoy experimentando con la tableta, el iPad y el lápiz gráfico, pero el gesto de dibujar a mano no se puede hacer digitalmente, se nota. Prefiero mi mano.

-¿La banda sonora de su vida?

-El silencio.

-Una cualidad para ser artista.

-Talento.

-¿Y un libro que ilustraría?

-'La Divina Comedia' [de Dante Alighieri].