Ginés Aniorte: «Ahora mis sueños tienen más que ver con el buen dormir que con el soñar despierto»
«He llegado a una edad en que la sombra y la luz me sugieren lo mismo, y todo lo que acontece me sabe a ya vivido»
Alberto Alcázar
Miércoles, 27 de agosto 2025, 00:09
Como un dios arrebatado de misericordia con las imperfecciones aparentes de su creación, el poeta Ginés Aniorte (Sangonera la Verde, Murcia, 1960) decidió descender a ... los poemas que apresaban «dos carpetas con el intrigante título de 'Proscritos'». Introduce así su último libro, 'Hojarasca' (La Fea Burguesía), que presentará el próximo 3 de octubre en su pueblo, «en Sangonera la Verde, donde siempre». El autor repite el ejercicio que realizó por primera vez en 2013 para 'Liquidación por reformas' –publicado por la editorial Renacimiento– y rescata las composiciones escritas veinte años atrás: «El paso del tiempo nos muestra otra perspectiva del mundo que una vez creímos conocer y, desde ese otro ángulo, con frecuencia podemos descubrir que lo que ayer no supimos ver y desechamos, hoy tiene una luz distinta que, al reflejarnos en ella –porque nos representa–, merece ser recobrada», cuenta a LA VERDAD desde Tánger (Marruecos).
Ginés Aniorte vive instalado en una ciudad que visitaron artistas y escritores, desde Delacroix hasta Juan Goytisolo (este último da nombre a la biblioteca del Instituto Cervantes de Tánger), fundiendo en un mismo espacio mítico arte y literatura. Allí, el poeta sangonereño confiesa que se ha reencontrado con los espejismos del pasado y de la infancia que relata con palabras que se deslizan de una duna y vuelven a amontonarse en la cima de la misma al abordar la nueva pregunta. Todo ello, bajo el cielo de 'Hojarasca', reluciente de astros que estallaron en Ginés Aniorte y de los que ahora nos llega, años después, su luz: «Por el cielo corría una estrella fugaz / y pedíamos todos un deseo. / No sé por qué razón / mi deseo era siempre / ver correr otra estrella. / Si el cielo, sordo entonces / me hubiese complacido, / los demás hoy serían muy felices».
–¿De qué árbol es la «hojarasca» de los poemas de su libro?
–De aquel árbol del pasado, que es el árbol de la memoria que me cobija y que no existe sino incrustado dentro del presente que soy. Al recobrar estos escritos he querido mostrar gratitud a los versos extraviados de entonces –a esta hojarasca, en la que me reconozco y da cuenta de la realidad que abracé un día–, porque entiendo que estas hojas secas no representan las cenizas del hombre que he sido, sino que son el símbolo de lo que viví y ya nunca habré de perder.
En tragos cortos
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Un lugar para tomar algo. En mi casa, en la de mis amigos o en la que me inviten.
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Un poema. 'Soliloquio del farero', de Luis Cernuda.
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Un libro para el verano. El mío, 'Hojarasca'; por qué no.
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¿Qué consejo daría? Que cada cual viva su vida y deje en paz a los demás.
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Un aroma. El de la flor del almendro.
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¿Con quién no cenaría jamás? Con quien no respeta los derechos humanos o silencia las barbaries.
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¿Le gustaría ser invisible? Para muchos lo soy, ahora que estoy lejos.
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¿Qué le gustaría ser de mayor? Un mayor que acepte la vejez como algo natural.
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¿Tiene enemigos? Supongo que sí, sobre todo desde que digo lo que pienso.
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¿Lo que más detesta? La falta de respeto.
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¿Un baño ideal? El que proporciona un buen libro que, además de un baño, es también un viaje.
–¿Le hubiera gustado tener alguna segunda oportunidad?
–Más que una segunda oportunidad, cuando me equivoqué, como todos, me habría gustado tener la experiencia que ahora me sostiene y así no necesitaría hoy enmendar error alguno. Pero como eso es imposible, a esta altura de mis años intento que cada día me brinde todas las oportunidades perdidas y que, en cada nuevo afán, vea yo la posibilidad de subsanar todos los desaciertos del pasado.
–¿Qué sensación experimentó cuando viajó al pasado de sus poemas?
–Como digo en la breve nota con que se abre el libro, al principio no me recordaba autor de esos poemas desdeñados en otro tiempo. «Fue como entrar en un mausoleo y presenciar la exhumación de unas cenizas que, al aventarlas e intentar reconocer su origen, iban cobrando nueva vida ante mis ojos». Pero pronto me identifiqué con ellos y me reconcilié con aquellas presencias olvidadas; pude entonces recomponer algunos versos, que seguramente entonces no me satisfacían, y de este modo los devolví a la luz.
–¿Por qué sentimos nostalgia?
–Siempre estamos mirando lo que el río de la vida se lleva de nosotros para siempre, y, como nuestra naturaleza se resiste a aceptarlo, andamos siempre mirando atrás porque creo que, al recordarnos, volvemos a representar el mundo perdido, y en esa interpretación, cual actores, reavivamos el ascua de lo que fuimos un día. La nostalgia no deja de ser una fantasía donde nos guarecemos de las inclemencias que nos reporta el vivir. Es una invención de aquella realidad y lo sabemos. Pero, ¿acaso no nos alimentamos de sueños?
–En los primeros poemas de su libro 'Hojarasca', utiliza imágenes cotidianas de su infancia. ¿Cómo la recuerda?
–Rilke decía que la infancia es la patria del hombre y creo que no hay definición más exacta. Recuerdo mi infancia como una época dichosa, a pesar de la escasez que nos reportaron los años sesenta. Los niños, como no saben nada, saben todo lo que hay que saber: que el mundo es suyo porque ellos son el mundo, y por eso no advierten discordancia alguna y son felices. Pero aquello fue un sueño del que la vida nos despierta, un paraíso del que se nos acaba desterrando. No obstante, si me esfuerzo, aún puedo reconocerme en el espejo aquel y, de alguna manera, consigo vislumbrar que sigo siendo el niño de entonces, disfrazado ahora de mayor. Pulso aquel tiempo y todo es armonía. En momentos oscuros, pienso que, del fruto que fui en aquellos años, queda ahora este hueso, prueba de que he vivido.
Todas las mismas ciudades
–¿Cuenta ya con alguna certeza en su vida?
–Sí, la certeza de la duda; acaso no haya otra verdad más íntegra. Antes percibía verdades; ahora, sugerencias.
–¿Qué ha encontrado en Tánger?
–Muchas cosas que resultaría muy largo enumerar. Pero la mayoría de esos hallazgos también los encuentro en Murcia. En realidad, todas las ciudades son la misma ciudad, como todas las rosas son la misma rosa. Son las personas las que conforman el espíritu de un lugar y siempre hay algo con lo que pueden enriquecerte. Por cierto, algo que tiene Tánger, y quizá todo Marruecos, es que te retrotrae a los años de la infancia, a aquella atmósfera donde parecía que todo estaba aún por descubrir.
–¿Y cómo siente España desde allí?
–Muy cerca. Desde el sofá del salón, desde donde leo y a veces escribo, veo la costa española; puedo divisar con perfecta nitidez los generadores eólicos de Tarifa. Eso me procura una cercanía con mi país que, por lo que siento, no es comparable a la proximidad con que mis amigos me conciben a mí. Para ellos estoy en el extranjero, lejos. Ellos, sin embargo, se proyectan en esa tierra que se erige al otro lado del estrecho y me conecta continuamente a su recuerdo. De ahí que, a veces, cuando hablo por teléfono con ellos, confunda el aquí con el allí.
–¿Propone algún puente?
–Los puentes se construyen en el corazón, y ahora parece que bajo el pecho tuviésemos una piedra.
–¿Qué es un hogar?
–Para mí un hogar no es una casa física como en la que ahora vivo, sino aquella otra hecha de literatura y de memoria y donde, sobre todo, habite la paz y el deseo.
–¿Cuál es el lugar donde jamás lo encontraríamos?
–En una manifestación contra un gobierno, sea el que fuere. Para mí, la palabra democracia es sagrada. A los gobiernos se les echa con las urnas o con una moción de censura. Lo demás es falta de respeto a la democracia, que son los ciudadanos.
–¿Por qué sintió la necesidad de escribir el poema de amor 'Ave Fénix'?
–Por la misma razón por la que ahora escribo otras cosas, por aprehender el pulso del presente, que nos hace ser y lo contiene todo. La naturaleza de un poema de amor no es distinta de la de una elegía, pues ambas comparten la misma esencia y se ven impulsadas por el mismo latido.
–Los latidos del corazón han sido uno de los principales temas de la poesía, ¿qué lugar ocupa el amor en su vida?
–El amor es un lugar donde ahora habito, pero la experiencia me ha enseñado que no debo permitir que sea el único soporte de mis días. Es una de las caras del poliedro que es la vida, pero la vida es muchas cosas más y me debo a todas ellas. Si apostamos todo lo que somos a esa cara del poliedro, corremos el riesgo de perder, no ya la vida, sino la esperanza, que es mucho peor.
–Qué es lo más extremo que haría por amor?
–Bueno, esta pregunta habría que hacérsela a alguien joven. Yo he llegado a una edad en que la sombra y la luz me sugieren lo mismo –porque me adapto a ambas con mucha facilidad–, y todo lo que acontece me sabe a reencuentro, a ya vivido. Podría deducirse de lo que digo que la pasión queda excluida, pero no es verdad; la pasión va mudando con los años. Por amor haría muchas cosas, quizá ninguna extrema. Lo que sí puedo garantizar es que nunca abandonaría a quien he querido.
–¿Hemos devaluado la palabra?
–Depende de quien la pronuncia y del respeto que sienta por ella. Antes, las palabras nos exigían obediencia y disciplina; ahora es al contrario, parece que ellas debieran ser sumisas y subordinarse a nuestros intereses. Es lo que tienen estos nuevos tiempos 'utilitaristas'. Cito unas líneas de 'De verbis' (Renacimiento), un libro que publiqué en 2024: «Toda palabra puede vaciarse, si al cabo hemos ido quemando sus certezas, cuanto en nosotros hay de honestidad. La palabra justicia es un ejemplo».
«No me he ido de Murcia»
–Cuando no encuentra una referencia para orientarse, ¿qué es lo que le proporciona una línea de vida?
–Ahora, el amor. Cuando no lo he tenido, un libro o un proyecto literario que me suponga un reto.
–¿Le ha fascinado algo últimamente?
–Estos últimos días he regresado a Borges, que es una fascinación perpetua. ¡Qué lumbrera!
–¿Qué títulos y autores duermen junto a usted en la mesilla de noche?
–En la mesilla no, pero los tengo siempre muy cerca: 'Memorias de Adriano' y 'Opus nigrum', los dos de la [Marguerite] Yourcenar. Los suelo releer todos los años.
–¿Cuáles son sus sueños?
–Ahora, mis sueños tienen más que ver con el buen dormir que con el soñar despierto, pero a algún sueño que otro me sigo agarrando, como todo el mundo.
–¿Qué deberíamos saber como norma general pero no practicamos?
–Que somos animales, racionales, pero animales. Y hemos de llevar mucho cuidado con ello, porque las consecuencias de nuestros actos, a veces, suelen ser más perjudiciales que las de los animales sin razón. A veces no veo la diferencia entre unos y otros.
—¿A quién le dedicaría una elegía?
–Al pasado, que también es el presente.
–¿Y una oda?
–A mis padres o a los padres de cualquiera.
–¿A dónde lo está conduciendo la poesía en estos momentos?
–A algo muy enrevesado que no sé si llegará a ver la luz. Pero, como ya he dicho que me gustan los desafíos, ahí estoy, enfrentándome a la dificultad, que es lo que me hace disfrutar.
–¿Qué es necesario para escribir poesía?
–Aparte de leer mucho y dedicarle muchas horas, amarla.
–Un consejo para un joven poeta.
–Que lea y escriba, y que no esté tan pendiente del eco de sus versos que los otros le devuelven.
–¿Qué siente al regresar?
–Cuando llego a mi pueblo es como si resucitara todo lo que el tiempo se ha ido llevando, es como volver al útero materno. El mero hecho de ver a la gente que conozco por la calle despierta en mí una cadena de sensaciones que me renueva. Supone volver al nido.
–¿Ha estado tentado a quedarse alguna vez?
–En realidad, yo nunca me he ido de Murcia. Estoy en Tánger, pero mi corazón está aquí y allí. En cuanto unos asuntos burocráticos por resolver me lo permitan, estaré.
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