Ángel Fernández Saura: «He visto cocodrilos capaces de partirte en dos de una dentellada. ¡Pero son mucho peores los hipopótamos!»
«La experiencia se adquiere con el tiempo. Y creo que porque nos lo merecemos y por el bien de la comunidad, tienen que contar con nosotros», asegura el artista murciano, que acaba de cumplir 70 años y todavía tiene mucho material inédito que está deseoso de mostrar
Salvo en brazos de su madre en el balneario Floridablanca y en Calblanque, ya de adulto, Ángel Fernández Saura (Murcia, 1953) no guarda el recuerdo ... de un verano tirado en la hamaca junto a la sombrilla en la playa. «Todos mis veranos han sido una continua aventura desde muy joven», admite el reconocido fotógrafo murciano, que con 9 años fue solo a su primer campamento de la OJE en Castellón de la Plana. «Mi madre me llevó a la estación y me encomendó al revisor, y al llegar me instalaron en una escuadra con cinco zagalones que no conocía de nada». Antes de ese primer veraneo en solitario sí es capaz de evocar excursiones en las que montaba barracas con zarzos; también haciendo compañía a sus abuelos en la orilla de la acequia en la carretera de la Fuensanta, cerca de Patiño, en plena huerta de Murcia. Si fuera animal sería «un felino».
-¿De dónde era su familia?
-Mi familia materna era de Patiño, y la paterna de Quitapellejos, muy castizos los dos. Mi padre fue chófer de camiones, y mi madre, pues madre de casa y mujer imparable.
-¿Cómo de ordenado tiene su archivo fotográfico [una preciada joya para cualquier institución]?
-La mayoría de lo analógico lo tengo controlado, con carpetillas agrupadas por títulos. Pero antes se aprovechan los rollos y hay fotos sueltas de las que no tengo contactos hechos, pero tengo la fecha y el motivo principal. Y con las diapositivas tengo cientos de miles, en cajas, con el año y el motivo. El digital lo tengo más organizado.
-La última mudanza. ¿Qué pasó?
-Tenía una caja de 1 metro por 1 metro llena de diapositivas de cosas que no me gustaban. Fotos movidas, desenfocadas, repeticiones... cosas con las que quería hacer algo alguna vez. Me tuve que desprender de muchas cosas, pero esa caja la guardo como si fueran tomates.
-Su última exposición, 'Tres Culturas hoy', fue una colectiva con José Carlos Nievas, Juan Ballester, José Luis Montero... Esta tierra ha dado buenos fotógrafos, pintores, diseñadores, escritores...
-Podríamos decir que hay una falta de empatía con los maestros cerebrales. Ahí tenemos a Salzillo, que ahora lo quieren hacer famoso, pero sin ir más lejos quién recuerda a Juan de la Cierva y sus ingenios, o al arquitecto Emilio Pérez Piñero, cuyas estructuras espaciales tan bien se prestan para un jardín... ¡Hay tantísimos!
-¿Qué aprendió enseguida en el oficio fotográfico?
-Que esta región es tan pequeña que no te puedes especializar. Durante una época a mí me dieron mucho dinero las bodas. Pero yo quería hacer «la boda», porque todas las bodas no son iguales, y yo quería hacer mi reportaje. Además como tengo noventa y tantos primos hermanos, pues tuve oportunidad de hacer muchas. Muchos de estos primos han triunfado, son gente emprendedora en general. Del que no soy familia es de Carlos Saura, el director de cine, que lo conocí en Murcia, un tipo genial.
-¿Qué hizo por amor?
-Irme a vivir a Suiza. Conocí en un viaje a una periodista, una persona muy bien relacionada, pero aquello me costó trabajo. Porque en el fondo soy un murcianazo. Es un país que envidias por su orden y por su naturaleza, en verano Suiza es una maravilla. Quién sabe si quedarme habría sido una oportunidad.
En tragos cortos
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Dónde tomar una cerveza En el Café-Bar de Alfonso X en Murcia. Buenos recuerdos y tapas.
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Una canción 'Starless', de King Crimson.
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Un libro para el verano 'Lo que el viento se llevó', de Margaret Mitchell.
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¿Qué consejo daría? Mira adelante.
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¿Cuál es su copa preferida? Un buen güisqui.
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¿Le gustaría ser invisible? A veces.
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Un héroe o heroína de ficción De crío, 'El Jabato' y Capitán Trueno.
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Un epitafio 'Perdonen que no me levante', de Groucho Marx.
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¿Qué le gustaría ser de mayor? ¿Qué le gustaría ser de mayor?
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¿Tiene enemigos? Más que enemigos, tengo malentendidos.
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¿Qué es lo que más detesta? La hipocresía, no saber realmente a quién tienes delante.
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Un baño ideal Calblaque me tiene enamorado porque la han respetado.
-¿A quién más conoció de casualidad y pudo cambiar su vida?
-Cuando estuve en Nueva York [la Dirección General de Cultura de Murcia le concedió una beca en 1987 para la realización de un proyecto en Nueva York], por accidente, terminé hablando con el redactor jefe del New York Times. Por no saber hablar bien inglés. Fui a ver una exposición y me gustó, así que al terminar me acerqué a la chica que vigilaba aquello, para preguntarle si había algún catálogo. Ella entendió que yo quería trabajar allí, y yo lo único que quería era un catálogo. Pero en esas llegó un señor, me preguntó si era fotógrafo y qué hacía en Nueva York. Le enseñé una credencial, porque yo siempre he sido para eso bien organizado, y llevaba una credencial de la embajada, y me dio su tarjeta, y me pidió que le enviara una muestra de mi trabajo. Una amiga que daba la casualidad que venía para Nueva York me trajo los tochos que presenté para que me dieran la beca, unos seis kilos pesaban, y fui a mostrárselos, los vio, y no hizo ni un solo gesto. Solo me dijo: '¿Usted sabe que tiene trabajo en Nueva York cuando quiera?'. Así me lo dijo. Aquello me dio miedo.
-¿Qué hizo en Nueva York?
-Me vi más de 600 exposiciones. No paraba. Me pilló con treinta y tantos, y he cumplido 70 ya. Solo de Nueva York tengo material para mil cosas más. Cuando volví hicimos una exposición ['N.Y. 651 9th Avenue', que fue expuesta en la iglesia de San Esteban en 1989], con un catálogo de Severo Almansa. Tenía fotos de gente en las ventanas, una serie de espionaje, que estaba prohibido, porque afectaba a la intimidad de la gente. Cada casa era un mundo, cada familia. Tengo series de retratos, con muchos artistas americanos y españoles.
-¿Cómo se las carpinteó allí?
-Viví en pisos compartidos, y me pasó de todo. Agoté pronto la beca y los ahorros. Allí pagabas 60.000 pesetas por una habitación con una cama, una mesita y un armario empotrado. En una de esas viví en el pasillo de un actor fracasado que trabajaba como teleoperador o algo de eso. Era un poco histérico. Un día le dije que me iba y se pensó que le dejaba sin pagar mis llamadas de teléfono y me armó una buena. No me entendía. Tuve la suerte de que conocí al chófer del cónsul, y en dos horas me llevó hasta otra casa donde se quedaba una habitación libre en el Lower East Side, donde fue la mejor parte de mi estancia. Todavía no sé cómo no me asaltaron nunca. Porque llevaba mis cámaras y objetivos potentes siempre encima.
-¿Para qué es usted fantasioso?
-Soy fantasioso hacia adelante, pero nunca hacia atrás. Mi serie de desnudos, por ejemplo, pienso que no se ha tratado bien. La Comunidad Autónoma tiene una exposición mía en propiedad, que ha movido por muchos espacios ya. Tengo muchísimas fotos callejeras. A mí siempre me gustó la pintura y la arquitectura, y en Nueva York me quedé pasmado con la explosión de arte contemporáneo.
-¿Pasó por el Bronx?
-Una vez tomé el 'subway' y conforme ibas subiendo hacia el norte en las estaciones había menos luz, más mierda y más gente tirada por los suelos. Me bajé en una de ellas y cuando salí a la superficie parecía que estaba en un barrio bombardeado en la Segunda Guerra Mundial. Coches quemados, casas tapiadas, montañas de basuras... y un bar enfrente, con una serie de gente como buitres en la barra, y nada más entrar el camarero me dice: 'Hermano, tú no eres de aquí. Si no conoces a nadie, lo mejor que puede hacer es irte por donde ha venido'. Estaba claro que podía ser un cebo, y además con cosas en el cuerpo. Después volví al barrio, con el chófer del cónsul, donde tocaba en un club de jazz de negros Miguel Ángel Chastang, contrabajista de jazz. Dejé la cámara en la mesa, y el jefe de camareros me dijo, 'hey, man, ¿la cámara para qué la has traído? ¿para que le dé el aire?'. Allí al segundo día de ir a un restaurante ya te trataban como de la familia.
-¿Qué locuras ha cometido?
-Soy un apasionado de la espeleología. Estuve ocho días bajo tierra en una sima de los Picos de Europa para hacer la exploración completa, con una humedad relativa del 90%, neveros terribles, tenías que seguir bajando unos 500 metros entre tapones de hielo y la pared. Cuando vas saliendo, la piel se va secando, notas cómo se acartona la piel. La luz, los colores, el aire en la cara... vuelves a tener sensaciones nuevas... Te quedabas pasmado. Mi hermano Luis Miguel siguió mis pasos. Antes de la espeleología, hice muchas expediciones en Kenia, Uganda, Tanzania, Perú, el Montblanc, y un intento de un 7.000 en la Cordillera del Pamir en Tayikistán. En esa época me dio también por volar en parapente.
-¿Está vivo de milagro?
-Podría decir que sí, he tenido varios sustos. Yo he llegado a saltar en parapente desde el restaurante Piz Gloria en el monte Schilthorn (Suiza), famoso porque es giratorio y sale en la película de James Bond 'Al servicio secreto de su majestad'. Fue casi una hora de descenso suave. Yo no he sido muy de escalada, pero Juan Carrillo me animó e hicimos una pared de 1.000 metros en el norte de los Alpes suizos, en pantalón corto y en ensamble, utilizando los clavos y los compresores, al mismo tiempo, uno montando y otro desmontando.
-¿Qué le queda por mostrar?
-Tengo muchísima fotografía inédita. Por ejemplo, una serie sobre niños, que muestra la candidez, la soledad, la pobreza, el trabajo. Tengo series sobre el hombre y el trabajo, y series de viajes fotográficos, con Quique Pina, Pepe Franco, José Ángel Navarro, Chimo García Cruz... ¡He visto unas caras, unas bocas y unos colmillos de monos babuínos enfurecidos! ¡Y cocodrilos hermosos de 4 metros que de una dentellada te podían partir en dos! ¡Pero son mucho más peligrosos los hipopótamos! Los viajes me han dado mucha energía. En el Amazon Camp nos dijeron que si pasábamos el río había tribus que no respetaban al hombre blanco.
-¿Qué le apetecería hacer?
-¡Me gustaría hacer todo! Si pudiera viajar, ¡a Kamchatka!, el lugar más salvaje de la tierra. Entiendo que hay que dar paso a las nuevas generaciones, pero es curioso el olvido aparente cuando dejas una actividad. Es de sabio en los pueblos antiguos colocar a los ancianos como consejeros por su experiencia vital. Eso se adquiere con el tiempo. Y creo que porque nos lo merecemos y por el bien de la comunidad, tienen que contar con nosotros.
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