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Javier Guillenea
Lunes, 30 de julio 2018, 23:00
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Envió su primera carta al director en 1977 y desde entonces no paró. Le cogió el gusto a la idea de tener ocupadas a las redacciones con sus misivas, que cada vez fueron más breves porque «al señor director no le gustan las cartas largas». Durante cuatro décadas, el arquitecto chileno Alberto Collados mandó miles de mensajes a periódicos de su país y a alguno español hasta que, por motivos desconocidos, dejaron de publicárselos. Ahora se ha tomado la revancha y ha recopilado en un libro todas sus cartas, entre las que no faltan las respuestas de quienes le pedían que no escribiera más. Él ya ha dejado de hacerlo, pero sus imitadores, que son legión, continúan en activo.
-Yo ya no mando cartas al director.
-No lo sé, tendría sus razones. Él estaba trabajando y yo jugando. Por entonces ya habían surgido imitadores que mandaban cartas.
-Sí, y a esos sí les siguen poniendo las cartas, pero yo interrumpí el juego.
-A fines de la década de los setenta me surgió la idea de salvar de la demolición el campamento minero de Sewell y mandé unas primeras cartas a algunas autoridades. Al principio fue una campaña muy solitaria, nadie tenía interés y estábamos con un Gobierno militar, pero a la larga el campamento fue declarado Patrimonio de la Humanidad y se salvó una parte importante. Así empezó todo. Después, de una forma bastante inconsciente, seguí mandando cartas de otros temas. Se convirtió en un juego, casi en un vicio.
-No. Los medios eran muy cautos y seleccionaban las cartas para no tener problemas con el Gobierno. Había un control de prensa bastante claro, pero ahí me di cuenta de que una de las condiciones de este nuevo género literario es que a uno le publiquen la carta, y por lo tanto había que mandar una que fuera publicable. Muchas no me las pusieron, pero había que adaptarse a esa condición.
-El tema inicial, el del campamento, requería brevedad porque había que explicar de forma precisa lo que yo quería, que era salvar una ciudad que estaban demoliendo. A partir de ahí empezaron a ser cada vez más breves, lo que era un factor conveniente para que las publicaran.
- El señor director prefiere una carta breve a una larga. Enseguida empezaron a hacerse populares las cartas cortas como una cosa novedosa, porque en ese tiempo nadie hacía esto.
-Aquello fue el precursor del tuit y de algunos rayados callejeros. Se trataba de ir a la brevedad y no poner ningún adorno a lo que se dice.
-Nunca se me ocurrió, pero podría ser.
-Con frecuencia. En el libro se publican no solo mis cartas, sino también algunas respuestas indignadas que me dicen que ya no mande más.
-Nunca conocí a ningún director de periódico, ni siquiera hablé por teléfono con ellos. La gran ventaja de mandar estas cartas es que uno tiene una relación absolutamente limpia. Si el director quiere, la pone; y si no, no la pone. Y si yo quiero, la mando; y si no quiero, no la mando. Nadie me va a exigir que la envíe.
-3.500.
-Unas 5.000.
-Exactamente, aunque yo no lo he dicho, ha sido usted. Sí que hubo muchos imitadores, pero imitaron la brevedad, no otra cosa.
-Cuando andaba de viaje enviaba postales, y ellos ponían la foto para darle un poco de movimiento a la sección.
-Sí me lo han dicho, pero yo les doy el libro. Con eso tienen 3.500 cartas, que ya es suficiente.
-Supongo que esa sí me la publicarán, aunque yo no lo sabré.
-'No sabes cuánto te envidio, maldito lector de mi epitafio'.
Su obra Alberto Collados ha recopilado sus mensajes en el libro 'Cartas al director', editado por Archipiélago. También ha publicado 'Ostras con mostaza', 'El cajón está más podrido que el muerto' y 'Cuando venga el Papa a Valparaíso'.
Algunos mensajes «Los tontos más graves son más tontos que los tontos leves y, por tanto, menos abundantes»; «Nadie se confiesa el día antes»; «Tritón es la única luna del Sistema Solar que gira en sentido contrario al de su planeta. Ha de ser el astro que ilumina a muchos».
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