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Almazán, delante del edificio que ha levantado sin ayuda en los números 47 y 48 de la Avenida de Andalucía de Linares. r. a.
El hombre que está levantando un edificio con sus propias manos

El hombre que está levantando un edificio con sus propias manos

Ricardo Almazán lleva diez años construyendo en solitario un edificio en Linares que quedó paralizado por la crisis. «Dudo de que alguien pueda pagar lo que realmente vale», dice

SUSANA ZAMORA

Sábado, 2 de marzo 2019, 13:49

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Sus manos enrojecidas, salpicadas de sabañones, lo delatan. Cada callo, cada rozadura, cada cicatriz, resume lo que ha sido la vida de Ricardo Almazán (Linares, Jaén, 1963) desde hace una década. Justo cuando empezó a vigilar la obra de un edificio que ha terminado por construir él mismo en solitario. Nunca estuvo en los planes de este ingeniero técnico industrial convertirse en albañil, ni en fontanero, ni en electricista, ni en encofrador. En realidad, su sueño de siempre fue pilotar aviones. Y casi lo acariciaba cuando, a punto de ser admitido en Air Nostrum, el atentado contra las Torres Gemelas lo truncó.

En Madrid, donde se instaló tras realizar el servicio militar y vivió más de veinte años, renunció a un puesto fijo en Tabacalera para explorar el sector privado, precisamente, en la confianza de ganar más dinero y costearse el título de piloto. Lo consiguió. Fueron dos años intensos de formación en Estados Unidos, una experiencia en la escuela American Flyers «inolvidable». Pero la barbarie yihadista en el World Trade Center de Nueva York derivó en la mayor crisis que ha sufrido la aviación y desbarató los planes de Almazán.

Desanimado por el goteo incesante de noticias sobre despidos masivos de pilotos en todo el mundo, optó por regresar a su tierra. Llegó en plena recesión económica, que castigó sin piedad a este municipio jienense con el cierre de Santana Motor. Un millar de familias se quedaron en la calle y, como en tantos puntos de España, muchas promociones inmobiliarias empezaron a agonizar. La obra que había emprendido en enero de 2007 la empresa familiar de Ricardo (fundada en 1995 y de la que él es hoy administrador único) en dos solares propios de 650 metros cuadrados tampoco escapó al desastre y tuvo que parar. «Aguantamos la embestida de la crisis hasta 2009 -explica-. A partir de entonces, fue imposible mantener el ritmo de trabajo y los contratos laborales».

«Lo más duro es cuando, de regreso a casa, miras para atrás y parece que no has hecho nada»

La inversión era grande. Habían terminado la excavación y tenían ya levantada la estructura. Pero quedaba todo por hacer. «Cada día iba a vigilar la obra para que no nos robaran y me vi obligado a hacerle un cerramiento para protegerla. En ese momento es cuando me planteo qué hacer, si dejarla morir o continuarla yo mismo». Lo comentó con su familia (su hermano es arquitecto) y decidió liarse la manta a la cabeza. Han pasado diez años y Ricardo no ha dejado de trabajar ni un solo día en ella. De lunes a domingo, de sol a sol.

Se ha dejado ver poco en este tiempo; casi nadie en Linares pone nombre a quien ha colocado 140.000 ladrillos y más de 12.000 tejas en los números 47 y 48 de la Avenida de Andalucía. «Sí, soy bastante discreto; nunca he tenido problemas con nadie. Hay quien dice que lleva años pasando por aquí y que ha visto la evolución del edificio, pero sin saber quién estaba detrás», relata. Un trabajo callado, constante, casi artesanal.

El proyecto

  • 140.000 es el número de ladrillos puestos en el edificio tras medirse uno a uno y cortarse con precisión milimétrica.

  • Futuro El inmueble se destinará, «con probabilidad», a apartahotel, dado que las horas y la dedicación empleadas «no tienen precio».

  • Un edificio de altura El bloque, de 18 viviendas en cuatro alturas, planta baja y dos de parking, ocupa una superficie de 650 metros cuadrados.

El esmero y el tiempo dedicados a este inmueble de siete plantas y 18 viviendas son «impagables». Asegura que la noticia no es que la obra la haya levantado él solito, sino las «aplastantes» diferencias respecto a otras construcciones. «Yo no he tenido limitaciones de tiempo ni he escatimado en las calidades de los materiales», subraya. Por ejemplo, saca pecho del «inmenso mecano» que es el tejado, donde cada pieza, atornillada una a una, es «insustituible»; o del aislamiento térmico, «con una espuma de poliuretano de cinco centímetros de espesor, cuando lo normal es que no llegue ni a dos»; o de haber puesto en pie un edificio con doble canalización de agua, conectado a un pozo por si falla el abastecimiento de la red general; o del tipo de ladrillo utilizado, suministrado por «una de las mejores alfarerías de Pantoja (Toledo)». Cada uno pesa 1,88 kilos y todos están milimétricamente medidos y cortados con precisión para aprovechar toda la pieza... «Es un trabajo faraónico, pero ahí está el resultado», admite orgulloso delante de la fachada.

El punto de no retorno

Ricardo es soltero y vive con su madre. Calcula que en tres o cuatro años podrá tener terminado el bloque, al que no consigue ponerle un precio ni siquiera aproximado. «Lo más probable es que lo convierta en apartahotel -anticipa-, porque dudo mucho de que alguien pueda pagar lo que realmente vale». Quienes le conocen dicen que Ricardo es «un superviviente», que no hay obstáculo que se le resista. Siguiendo con los ejemplos, ya lo demostró cuando, en los inicios de la obra, compró una grúa y se sacó la licencia «en solo tres meses» para no depender de nadie. «Fue un paseo», presume.

Su paciencia y tenacidad le mantienen permanentemente al pie del cañón, aunque admite que la construcción es una profesión «hostil e ingrata». Especialmente cuando, de regreso a casa por la noche y después de toda una jornada de intenso trabajo, «miras para atrás y parece que no has hecho nada». Pese a todo, jamás ha pensado en tirar la toalla. Porque, como en la aviación, hay un punto de no retorno. «En los vuelos transoceánicos -lo argumenta-, sabes que, sobrepasado cierto límite, ya no puedes regresar si surgen problemas. El avión nunca llegaría a tierra. Esa frontera la pasé hace tiempo. Ya hay que llegar hasta el final del trayecto».

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