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Longinos saca contraseña en la Sangre
El paso de la Sagrada Lanzada se incorpora a la Pasión del gran Miércoles Santo carmelitano
Cuentan algunos que andaba el centurión romano desde hace dos milenios largos, más o menos como tardó la llegada del AVE, bastante molesto cuando ... el Miércoles Santo murciano se desplegaba la inigualable procesión 'colorá' desde el Barrio, que es otra diminuta ciudad allende el río, tan diferente en usos y costumbres a quienes pueblan la mal abierta Gran Vía al otro lado del Segura. El Carmen es aún una castiza pedanía, que siempre fue más que un gran barrio. La cuestión es que el romano venía observando envidioso a la Samaritana, tan pecadora como él o más, al Berrugo con las habas y al resto de sayones, que orgullosos y burlones recorren las calles cada primavera. Y a él, ni agua.
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Nadie le daba respuesta ni nadie reparó en su disgusto. Ni tampoco había muchos, hasta ayer por la tarde, que acaso lo conocieran. La tradición, que no la Biblia, lo llama Longinos, el que atravesó con su lanza el costado del Cristo de la Sangre y se convirtió al instante, a la fuerza ahorcan, bañado en sangre y agua. «¿Y eso solo no vale para poder sacar contraseña en El Carmen?», se venía preguntando.
Pero ayer, por fin y por todo lo alto, Longinos se incorporó a la Semana Santa murciana. El noveno paso de la tarde carmelitana. El mismo que soñó su promotor Pedro Lázaro y cuyo deseo compartió, ya hace muchos años, con este humilde cronista. «Voy a sacar un paso. Y uno hermoso. Quizá el jueves por la noche, en la procesión del Retorno, si me autorizan». Tantos pensaron que era una locura. Pero de locos magníficos se nutre nuestra amada Murcia. Mes tras mes, el proyecto avanzó. Hasta que hubo maqueta, que también la conocí de los primeros. De los primeros en sorprenderse ante la grandeza del proyecto. ¡Qué difícil lo veía!
Pedro Lázaro tuvo un sueño casi imposible, que pocos creyeron: «Voy a sacar un magnífico paso en la Sangre»
A la ilusión de Lázaro enseguida se sumó, como resultó evidente, el buen olfato nazareno de Carlos Valcárcel, presidente de la Archicofradía, quien decidió, cuando la idea podía tocarse y admirarse, que la Sagrada Lanzada bien merecía cruzar el río el Miércoles Santo. Ayer fue una realidad.
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Longinos campeó por Murcia. Y lo hizo a lomos de un espectacular caballo, para cuyas hechuras el escultor Antonio Bernal Redondo se inspiró en el nieto de un equino que fue campeón olímpico. El desconocido animal ni imaginó que su nombre pasaría a la historia de la ciudad y sus procesiones. Se llamaba 'Fuego', término que bien describe la ilusión de los miles de cofrades de la Sangre cuando inundan de nazarenía Murcia en el ecuador de su Semana Santa.
En San Pedro, la borriquita sobre cuyos lomos entra en Murcia el Señor de la Esperanza cada Domingo de Ramos andaba algo recelosa. «¡Ese no lleva al Señor como yo!», la escucharon rebuznar. Como le sucedió al gallo de San Pedro, de la misma procesión. Y a las crisálidas de gusanos de seda que lucen al pie de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el que desfila el viernes. También los animalicos tienen su corazón.
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Durante las cuatro horas de su carrera, esta vez sí, Longinos encandiló a esa legión de murcianos, como a la que él pertenecía, que cada año se congregan para ver pasar a la Sangre. Sobre todo, a los más pequeños, que se sorprendían al descubrir un trono con un caballo sobre su tarima. Y aunque nadie lo crea, aquel centurión remoto, más de una vez parecía sonreír al ver realizado, como Pedro Lázaro, un sueño que parecía, diría que era, imposible.
Solo ya le resta a Longinos cumplir algo que se me antoja imposible. Por mucho que se empeñe, el testarudo. Porque le encantaría participar también en el traslado de Nuestro Padre Jesús desde las Agustinas, donde ayer campeó una insignia 'colorá' como signo de hermandad tras una antigua polémica que al caso no viene.
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Ya lo intentó, según se cuenta en las barras de los antiguos colmados, el mismísimo San Vicente Ferrer, el primer paso que saca la Sangre. Y le dijeron que no, que desde Ángel Imbernón, de tan grato recuerdo, la cosa estaba harto complicada.
Lo demás ya está escrito. Porque es Murcia aquella «ciudad clara de colores calientes», que cantara Jorge Guillén. Colores de piedras tostadas en sus fachadas, hoy cuajadas de balcones con escudos de la Sangre que se antojan, también como escribió el viejo profesor, «notas deliciosas de luz». Notas que son tambores sordos y burlas destempladas ante las magistrales obras que González Moreno imaginara.
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Pasa el Lavatorio, que es Cena improvisada. Miles de familias aguardan sobre la acera quemada por un sol que viene anunciando primaveras ya olvidadas. «Aquí salía el abuelo, aquí la abuela lo esperaba», mientras resurgen nostalgias que al corazón aquilatan. Y después, La Negación, que evoca a Jara Carrillo cuando anunciaba en sus versos aquella urbe caduca, prendida de cofrade lumbre, que el cielo en el río refleja, «con nimbo de laurel sobre su frente».
«Vergel siempre florido», señaló de Murcia Larra. Vergel que puebla tarimas con sus flores más galanas. «Recuerdo del Edén perdido», que retorna en Semana Santa con filigranas de Sangre bordadas en las enaguas. Hijas de Jerusalén, bajo un sol que ardiente clama por retozar en las sombras de la tarima dorada.
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De Murcia al cielo cantaba otro maestro, Zorrilla, el del «azahar que exhala aroma» de fina mantilla y cuando admira a la Sangre, lleva la ciudad a sus pies, «blanquea como una paloma anidada en un ciprés». Cipreses antiguos del Malecón que ayer se erguían por ver pasar a ese Cristo carmelitano que los hacía palidecer.
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