'El sacrificio de un ciervo sagrado': Hogar, perverso hogar

La última propuesta del cineasta griego Yorgos Lanthimos, 'El sacrificio de un ciervo sagrado', es fiel a su inquietante filmografía. Es obvio compararlo con Haneke, una de sus influencias confesas, pero en esta ocasión también le da un tiento al onirismo de Lynch en otra muestra de buen cine, no apto para todos los públicos, que busca incomodar al espectador. La indiferencia no va con el responsable de las excéntricas 'Canino' y 'Langosta', dos singulares piezas de culto que apuestan por la metáfora pura y dura con acierto y desconcierto.

Colin Farrel es un cirujano reconocido, casado con una oftalmóloga encarnada por Nicole Kidman. Viven plácidamente con sus dos hijos en una vivienda en un barrio residencial, hasta que su equilibrio hogareño se tambalea debido a la aparición de un enigmático chico que entabla una extraña amistad con el padre del clan. Sumidos en la perplejidad, el nuevo estado de las cosas obliga a los protagonistas a tomar decisiones inesperadas que descalabran el concepto de familia al que estamos acostumbrados.

Lanthimos da un paso más allá estéticamente con 'El sacrificio de un ciervo sagrado', cuida al máximo la fotografía y la puesta en escena. Encuadres de otro mundo recogen la confusión que envenena al personaje de Farrel.

La descomposición de su realidad adquiere fisicidad en medidos movimientos de cámara que resaltan la sofisticación de las interpretaciones. La familia se ahoga en sí misma.

Con un sentido del humor perturbador, el filme goza de una atmósfera desasosegante que envuelve el retrato contemporáneo de una civilización en franca decadencia que pisotea la ética sin remordimientos. Barry Keoghan ('71'), Raffey Cassidy ('Tomorrowland') y Sunny Suljic ('The Unspoken') completan el casting de uno de los grandes títulos del momento, aplaudido en festivales como el de Sitges.

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