Vuelven a pasar los gigantes
No todos saben que en el Mediterráneo vive la segunda ballena más grande del planeta, después de la ballena azul
El 28 de abril leí en mi WhatsApp: «Rorcual común al sur de los Piles, rumbo suroeste. A las 16:33 horas». Era mi amigo Joaquín desde Cabo de Palos. Fue un instante, un resoplido y desapareció. La migración de los gigantes del Mediterráneo había comenzado.
No todos saben que en el Mediterráneo vive la segunda ballena más grande del planeta, después de la ballena azul; y es que el rorcual común puede superar los 25 metros de longitud y las 45 toneladas de peso. O que es un auténtico misil submarino, alcanzando los 40 km/h (galgos del mar, los llaman poéticamente algunos). O que todas las primaveras, doblan el cabo de Palos para enfilar el mar de Alborán, atravesar el Estrecho de Gibraltar y llegar al océano Atlántico. Pocas criaturas tan colosales pueden ser vistas en las aguas de nuestra Región. Pese a su tamaño y magnificencia, son bastantes discretas. Nada que ver con los saltos de las ballenas yubarta (¿recuerdan la que visitó cabo Tiñoso en 2018?); ni hablar de sacar la cola fuera del agua con el exhibicionismo de los cachalotes... Los rorcuales en migración son discretísimos. Se deslizan sobre la superficie del mar, apenas asomando parte de su espalda y su característica aleta dorsal. Pueden pasar a 100 metros de uno y ni reparar en ellos. Resoplan, eso sí. Tres, cuatro veces consecutivas: una columna vertical de espray que supera los 2 metros de altura. Después vendrá la inmersión, sin aspavientos, y el gigante marino desaparecerá fundiéndose con el azul del mar. En migración, emergerán unos metros más adelante; siempre adelante... de noche y de día. ¿Cuántos pasan en estos meses? Misterio.
Avanzan en solitario o en pequeños grupos que rara vez superan los 5 ejemplares. Su trayectoria rectilínea y su velocidad nos transmiten la certeza de su inteligencia, de saber perfectamente a dónde van y por qué se trasladan. Nosotros estamos empezando a comprender algo de su fantasmagórica presencia en nuestras costas. Son muchos los misterios que aún atesoran. La hipótesis más aceptada, con inmensas incertidumbres para comprender el hecho en su totalidad, apuntan a ejemplares de la subpoblación de rorcuales atlánticos que, tras pasar unos meses en el Mediterráneo, regresan al gran océano. Efectivamente: también hay otra subpoblación de rorcuales mediterráneos que, en principio, no abandonan nuestro mar; o al menos parece que no es la tendencia general. Entre las costas penínsulares y las islas Baleares, ambas subpoblaciones se encuentran, conviven, tal vez se apareen.
Pocas criaturas tan colosales pueden ser vistas en las aguas de nuestra Región
En nuestro mar se han localizado zonas habituales de alimentación de los rorcuales, como las profundidades del mar de Liguria. Pero frente a las costas españolas también se los ha observado alimentándose en superficie. Parece que aprovechan afloramientos puntuales de alta productividad, que congregan a varios individuos de rorcuales hasta que agotan la comida, y luego buscan nuevos afloramientos muchas millas más allá. ¿Cómo lo hacen? Misterio.
El tránsito de rorcuales desde el Mediterráneo al Atlántico a través del Estrecho de Gibraltar es algo que se conoce desde antiguo, e incluso propició su caza en el golfo de Cádiz. Aún hoy, la visita a las ruinas de la factoría ballenera de Getares (Algeciras) crea desasosiego. Sin embargo, en los últimos tiempos se viene observando que, entre mayo y julio, un elevado contingente de rorcuales se movilizan a lo largo de las costas españolas rumbo al sur. ¿Qué marca el inicio de la migración? Misterio.
Muchos pasarán relativamente cerca del litoral, no siendo raro las ocasiones en que se divisen desde la propia costa. Todos doblan Cabo de Palos, a más o menos millas de sus escollos. Y cada año, sus raudos y fantasmagóricos desplazamientos son observados por más personas. Nunca olvidarán estos fugaces encuentros. Ni el resoplido de la respiración de la bestia rasgando el aire. Ni el pulso acelerado del propio observador. Ni la sensación de que no estamos solos en este planeta y de que otras criaturas formidables compartirán el destino que forjemos.
Como todos los años por estas fechas... ¡por allí resoplan! ¡Vuelven a pasar los gigantes del mar por Cabo de Palos!