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Cómo vivir juntos (y con el Covid-19)

Aprovechemos estos días de confinamiento para escribir cómo queremos que se concrete esa agenda de la 'paz del pueblo'. La vamos a necesitar

Domingo, 29 de marzo 2020, 03:36

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¿Cómo vivir juntos? Es la gran pregunta de la sociología. Un virus ha venido a reactualizarla. Y a que no olvidemos que seguiremos conviviendo con virus que llevan entre nosotros desde la noche de los tiempos. Frente a ellos levantamos medidas defensivas: productos de higiene, muros de viviendas, distancias corporales, fronteras. Pero para vivir juntos, y además con los virus, hemos de extraer algunas lecciones de lo que está pasando.

1. La conciencia colectiva y la solidaridad social siguen siendo los ingredientes más sólidos para vivir juntos. Los gobernantes han apelado a la conciencia colectiva con consignas de guerra contra el virus. Y la gente común está siguiendo con escrupulosidad la disciplina del confinamiento (con sus excepciones, claro). ¡Cuán viejuna resuena ahora toda esa retórica neoliberal del 'emprendedor' y del individuo competitivo! De repente viejos libros de la sociología cobran una inusitada actualidad, como Emile Durkheim, que escribió: «Solo una sociedad constituida goza de la supremacía moral y material indispensable para crear la ley a los individuos, pues la única personalidad moral que se encuentra por encima de las personalidades particulares es la que forma la colectividad» (en 'La División del Trabajo Social', 1893). La sociología descubrió hace mucho tiempo que la conciencia colectiva se forja en la división social del trabajo, que no es solo, ni siquiera prioritariamente, el origen de 'la riqueza de las naciones'. Es, ante todo, un espacio moral del cual emerge la solidaridad social, fuente del vivir juntos. Cuando cada noche salimos junto con nuestros vecinos y vecinas a aplaudir al personal sanitario y a otros colectivos que lo están dando todo por proteger el vivir juntos, en realidad, aplaudimos a la división social del trabajo y recordamos el valor sagrado de la colectividad.

2. Es un tanto enigmático, pero ¡bendito enigma!, la rapidez con la que se rehacen la conciencia colectiva y el deber profesional en estos tiempos amargos, si tenemos en cuenta lo dañada que está la división social del trabajo tras décadas de precariedad laboral y recortes del gasto público. En efecto, en las últimas décadas, sobre las ruinas de la moral colectiva se ha venido edificando una auténtica «sociedad del desprecio» (Axel Honneth): desprecio hacia el valor del trabajo y sus derechos, desprecio hacia lo colectivo y los derechos sociales. Por ello, en estos días de estado de excepción, esos mismos colectivos despreciados ponen encima de la mesa exigencias de reconocimiento: en términos simbólicos –aplausos– pero también materiales: gasto público, derechos laborales, derechos sociales.

¡Estad atentos a sus reclamaciones, fundamentales para el vivir juntos! El personal de la sanidad pública nos dice que no tienen suficientes respiradores artificiales para atender a todos en las UCI y reiteran que los recortes matan: Italia: 3,95 médicos/1.000 habitantes; 3,4 camas/1.000 h; sanidad: 9,2% del PNB. España: 3,82 médicos/1.000 h; 3,1% camas/1.000 h; sanidad: 9% del PIB. Alemania: 4,13 médicos/1.000 h; 8,2 camas/1.000 h; 11,3% del PIB. España tiene 216,64 camas menos por 100.000 h respecto a la media europea –514,54/100.000; antes de los recortes eran 564,43/100.000–. Al inicio de la crisis anterior –2007–, España tenía 327,19/100.000 habitantes. Para pacientes agudos, son 111,84/100.000 h en 2015. Una limpiadora denuncia que siempre ha sido invisible y peor pagada, pero ahora, dice orgullosa, «la gente me da las gracias». Un jornalero marroquí, consciente de que con su trabajo abastece los supermercados, cuestiona sus derechos precarios. Los operadores de mantenimiento de los ascensores denuncian «una jornada completa tocando ascensores sin ninguna protección, ni posibilidad de lavarme las manos ni tan siquiera con gel desinfectante». Esas madres y padres que inventan todo lo imposible para entretener a sus peques en los hogares. El gesto emocionante de las trabajadoras de una residencia que deciden encerrarse con los ancianos para no contagiarlos. Por todas partes la división del trabajo 'nos' habla de sus desgarros y reclama la necesidad de tejer de nuevo o restaurar el reconocimiento en forma de derechos. Vuelvo a recordarlo: la división social del trabajo, con sus deberes y derechos, con el reconocimiento frente al desprecio, es la fuente de la conciencia colectiva y de la solidaridad social. Sin ambos elementos, no podríamos ganar esta guerra contra el virus.

3. No nos hagamos ilusiones: el capitalismo no nos va a perdonar estas semanas dedicadas al trabajo concreto del cuidado y en las que no se está produciendo valor. Por ello tratará de pasar su factura en forma de crisis económica. Nos recuerda la historiadora británica Selina Todd ('El pueblo', 2018) que en Inglaterra la gente, cuando volvió a sus casas tras combatir y derrotar al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, le dijo a sus gobernantes: si hemos combatido victoriosos en la 'guerra del pueblo', ahora queremos 'la paz del pueblo'. Esa paz (el denominado 'espíritu del 45') consistió en desplegar la Seguridad Social y reducir las desigualdades. Contra el coronavirus se nos están pidiendo muchos sacrificios, el cuerpo social está respondiendo con heroicidad y se ganará esta 'nueva guerra del pueblo'. Pero queremos también una paz en forma de derechos, de reconocimiento, de igualdad y de reforzamiento de los servicios públicos. Aprovechemos estos días de confinamiento para escribir cómo queremos que se concrete esa agenda de la 'paz del pueblo'. La vamos a necesitar.

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