El virus del egoísmo
Hace unos meses, tras culminar esa fiebre de aplausos agradecidos de las ocho, escuché a una de mis pacientes salir de consulta afirmando que este virus era el de la «solidaridad»; la señora, con ojos de esperanzada, afirmaba que la Covid-19 había llegado para cambiarnos, para estampar a esta sociedad del frenesí contra una realidad congelada, sin corazón, y hacerla recapacitar, obligarla a escuchar al otro, a mirarlo de frente; a darle la mano. Poco y más que iba a ser la maestra que instruiría a unos niños ingenuos a pensar antes de hacer (el daño) al prójimo... lo cierto y verdad, es que no lo tengo yo tan claro.
Durante estas fiestas, hablando del tema con amigos sanitarios me he percatado que algo hay en común en nuestro discurso: un tono de hastío y decepción acerca de lo que se nos viene encima. «En dos semanas, tendremos que afrontar por tercera vez las consecuencias de estas dos semanas» decía una amiga enfermera de urgencias de un hospital murciano. Y es que, dejando a un lado las restricciones, las políticas de control, y a los altos cargos que dirigen este país, creo que ha quedado claro que nos comportamos, mayoritariamente, como auténticos egoístas. Egoístas que viven alrededor de costumbres que sobrepasan al contexto y que deben erigirse contra todo y todos, en Facebook o Instragram, llueve o truene… caiga quien caiga –¿Cómo nos vamos a quedar sin «tardebuena»?—escucho por la tele en las entrevistas a los jóvenes y no tan jóvenes. Claro que no, imposible imaginarlo, y tampoco nos quedaremos sin «tardevieja», sin nochevieja y sin los aperitivos multitudinarios en plazas repletas. Eso sí, con distancia de seguridad y mascarillas, pero donde todos beben, con una conciencia perfecta, después de alguna copa de más. Y no nos privaremos de ellas, simplemente, porque somos unos afortunados de vivir en una sociedad del bienestar. Un país donde si la cosa pinta mal llamo al 112 y … «tachán, tachán»… los famosos ángeles, antes aplaudidos, aparecerán en mi domicilio al instante.
Creo que no hemos entendido nada de lo que pasó en este país de marzo a mayo; y seguramente sea porque han faltado más imágenes impactantes. Fotografías de profesionales atendiendo a personas moribundas en las UCI, en las plantas de hospitalización, en los domicilios, en las ambulancias y en los centros de salud de nuestro país. También han faltado imágenes y entrevistas con los grandes perdedores de esta pandemia, las familias; se le ha dado muy poca voz ( por no decir ninguna) a aquellos que se quedaron sin los suyos, sin sus allegados. Pero total, si sólo nos interesa el recuento diario del ministerio o las consejerías, y como ayer se murieron 3 menos, y hoy dos altas más en la UCI, definitivamente …¡vamos mejor!
Por la calle se dice que no es una Navidad común ¡si lo escuchamos hasta en el anuncio de la lotería! Y sabemos que en poco más de un mes un sector importantísimo, que nos lo ha dado todo, el vulnerable de nuestra sociedad, estará vacunado; y me pregunto: ¿pasa algo si no se celebran estas fiestas cómo siempre?, ¿podemos sobrevivir a no juntarnos con nuestras familias extensas físicamente?, ¿podríamos limitar las comidas a nuestros núcleos familiares? Me sorprende cómo hemos vivido un confinamiento donde nadie salía ni a caminar, durante meses, y se aplaudía de agradecimiento al unísono, en el que todos nos veíamos por videollamada. Nadie se planteaba ni salir a tomar una simple cerveza, con su pareja, en el bar de enfrente de casa. ¿Se reportaron casos de pacientes fallecidos con diagnóstico de desesperación? Igual me perdí aquel telediario.
Sin embargo, en dos semanas aproximadamente, muchos de los que acostumbramos a invitar a nuestras mesas repletas y alegres, ya no podrán hacerlo nunca; y no sólo eso, en este proceso de perder por egoísmo, supone que los compañeros de la sanidad, los que no teletrabajan nunca, los médicos, enfermeros, auxiliares, celadores, administrativos, equipos de limpieza… y un largo etcétera, tengan que hacerlo ahora de forma desproporcionada y bajo circunstancias que sólo algunos sabemos, para mantener un sistema que no puede quedarse sin su aperitivo de «tardebuena». Y vuelta al ruedo, viviremos nuevos contagios, más pacientes ingresados en hospitales y otra tanda de fallecidos en las UCI. Pero también viviremos consultas saturadas, escucharemos llantos de dolor, y deberemos atender a familias destrozadas sin haber podido entender cómo pudo ser que por ese encuentro inocente, tu padre, mi abuelo o su tía, se fueran, sin más, cuando todo estaba bien… ¡ pero si ya venía la vacuna! Por supuesto, los pacientes con otros problemas, los 'COVID free' también sufrirán la demora consecuente, y sufrirán nuestro cansancio… pero eso es harina de otro costal. Por ello, brindemos y bebamos, con egoísmo, que ya luego vendrán los ángeles a socorrerme si se tercia, aunque como a mí no me va a tocar…