Vinos sin cobertura
LA ISLA ·
A María José la llamaron para levantar aquello y lo supo: no iba a ser fácil, pero tenía el prestigio de lo diferenteInazares es un sitio estupendo para hacer senderismo, pero yo no fui allí a caminar, sino a beber vino. Al final de una cuesta de ... las muchas que culebrean por las barbas de aquellas montañas hay un sitio especial. Es la bodega Alto de Inazares, donde un grupo de amigos pasamos una tarde maravillosa timoneados por la enóloga María José Fernández, quien ha hecho vino en el que es quizá el rincón menos murciano de Murcia: hay frío, viento y nieve, así que no parece un sitio de aquí, sino cualquier sitio del norte. La bodega son unas parcelas pavimentadas de viñedos, con varios contenedores reconvertidos y presidido todo por una casa a la manera de una cabaña en cuyo porche hay una mesa, sillas y una suerte de hamaca, con una vista feraz y espléndida. Uno de esos sitios donde uno quisiera quedarse a vivir para siempre, tan bonito que uno lo incorpora al recuerdo nada más pisarlo: no te has ido y ya lo echas de menos.
Sí, todo muy bonito, pero no es fácil hacer vino allí, en un lugar donde las temperaturas caen cada octubre y queda entelado de nieve cada invierno. María José explica que la llamaron para levantar aquello y enseguida lo supo: no iba a ser fácil, pero tenía el prestigio de lo diferente, así que sí: había que intentarlo. Tan diferente que los vinos que ha logrado son más atlánticos que mediterráneos, con variedades que no son la ubicua monastrell y producciones mesuradas. También la bodega es distinta, con esos contenedores de mercancías ennoblecidos por cubas y aparatos de vendimiar, ahora artistizados con dibujos y forrados por fuera contra los aires difíciles, que diría Almudena Grandes. Allí explica María José lo que les ha costado y cómo se las tuvieron que ingeniar en cada cosecha, como cuando usaban estufas, hasta llegar donde han llegado.
Al salir es inevitable pasear la mirada tierra abajo, aterrazada de viñas y distintos tonos de verde hasta perderse de vista. El sitio es idílico, casi 3 hectáreas en Moratalla, y considerado en su día como la bodega más alta del continente. Tan idílico que solo al final, abanicados ya por una brisilla que en Murcia no sopla ni por asomo, me doy cuenta de que el móvil no me ha sonado una sola vez en todo ese tiempo y no me ha importado. Era fácil no hacerlo por una razón sencilla: aquí no hay cobertura. Así de diferente es.
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