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La vida sigue

Deberíamos aprovechar los fondos para adecuar la industria a los nuevos tiempos en vez de hacerla crecer sin sentido a base de deuda

Martes, 23 de junio 2020, 00:33

Antes de nada quiero recordar a todos aquellos a los que el maldito virus les dejó en la cuneta sin avisar, a los que les recortó sus esperanzas, a los que tuvieron que sufrir la enfermedad, a los que se han jugado la vida atendiendo a los contagiados y en tareas de servicios, ayuda y asistencia. Y a los que han dedicado su esfuerzo, que somos todos los demás, a impedir el contagio. Ya no hay números, ni crecientes ni decrecientes, ni curvas ni picos, ahora los muertos pertenecen solo a sus vivos, ¡como debe ser! Dicen que la palabra es consuelo pero no lo creo, no hay consuelo para una tragedia inesperada.

Después de la muerte solo nos queda la vida, dijo el poeta, y a ella debemos entregarnos, aunque nos parezca vano o trivial, sabiendo que nuestra vida ha cambiado y que la naturaleza, a la que tanto miramos y tanto despreciamos, también se ha globalizado y nos avisa de que o cuidamos el cielo que nos acoge o tendremos que acostumbrarnos a la calamidad. Nadie quiere ser el primero en hacerlo porque es mejor aprovechar el esfuerzo de los demás para obtener el beneficio y reducir el coste, de esta manera nadie hace nada pero el reloj sigue funcionando y la contaminación y el descuido comiéndose el tiempo.

Es hora de cambiar, de imponer condiciones para avanzar de otra manera, de aprovechar la crisis no para destruir y explotar el derribo sino para crear una nueva relación entre el entorno y los habitantes. Es tiempo de utilizar los recursos económicos y financieros para establecer las bases de un nuevo marco de coexistencia que sea respetuoso con el medio ambiente, que no es nuestro, y compatible con el crecimiento económico y el bienestar. Europa pierde poder industrial, político y comercial por la competencia de países emergentes, China o India, y debe liderar una nueva forma de ver la política como lo ha hecho a largo de la historia, quizás debería ser la abanderada de una nueva forma de vivir. Es importante que avancemos hacia una total integración, sobre todo fiscal, educativa, laboral y sanitaria, y hacia un reparto de potencialidades que cubran vicios históricos territoriales y proyecten un futuro verde, sostenible, solidario y justo. También sería bueno para despegarnos de una maldita vez de esta guerra de banderas, nacionalismos y reproches continuos si estamos unidos en un propósito común.

Y España tiene mucho que decir, yo diría mejor la Península Ibérica, que por su situación estratégica y su clima podría llegar a ser la gran generadora de energía limpia para Europa. Nuestra industria es pequeña, en comparación con Alemania, Francia o Italia, está muy atomizada, es poco competitiva, con índices de productividad muy alejados de la media europea y un endeudamiento alto, por lo que tenemos que adaptarla a unos nuevos objetivos más sensatos y razonables que aporten seguridad al empleo y pueda protegerse de los vaivenes del mercado. Solo la industria del automóvil sobresale aunque debe, como Japón o Corea, evolucionar hacia la fabricación de coches no contaminantes. Deberíamos aprovechar los fondos para adecuar la industria a los nuevos tiempos en vez de hacerla crecer sin sentido a base de deuda. Nuestra agricultura y ganadería, sectores con poco peso en nuestro PIB pero muy demandados, necesita un proyecto de futuro, firme y decidido, hacia una producción con mayor valor añadido, reduciendo la producción, mejorando la calidad del producto y especializando los cultivos en busca de precios buenos en origen, dejando los productos de menor calidad para países con costes de explotación menores. Y nuestro gran impulso económico que es el turismo y los servicios, transformarlos y adecuarlos a este nuevo impulso verde y limpio que cada vez se demandará más; aire puro, deporte, gastronomía, entretenimiento y lógicamente sol en una ambiente protegido y sano. Hay que buscar un futuro distinto que no nos obligue a ir corriendo detrás de una zanahoria que no alcanzaremos nunca. También sería una buena manera de relanzar la España vaciada, cuidando los productos de la tierra y abriendo una nueva senda al turismo ecológico. Falta una política de agua equilibrada y a largo plazo financiando la investigación en la eficiencia de los escasos recursos hídricos y el avance en la explotación del clima para crear energía.

La política tiene mucho que decir si abandona la confrontación y empieza a planear el futuro de todos y no el futuro partidista. No tenemos tiempo que perder porque nos arriesgamos a no dejar de ser nunca un país vulgar, atrasado y predecible. Habría que hacer una reconversión nacional si queremos aportar algo original a Europa y al mundo. Los Presupuestos Generales del Estado es ocasión propicia para ponernos de acuerdo, políticos, intelectuales, expertos, investigadores, educadores, profesionales, empresarios y trabajadores para hacer algo en común de una vez. Y ese Ministerio de Agenda 2030, que sirva para algo más que dar ocupación y aspiración a los amiguetes de la 'new age' del comunismo de diseño.

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