La vida a plazos
ALGO QUE DECIR ·
Dilatar el pago es parte de nuestra manera de vivir en la actualidad, sin prisa, afianzados en el día presente y sin reparar en un futuro próximoMe estoy arreglando la boca a plazos con un dentista de mi confianza, aunque el dolor físico es inevitable pese a la anestesia, y el ... otro, el que produce un desembolso excesivo y radical, lo voy padeciendo mes a mes del mismo modo continuo y permanente que nos lo vamos comprando todo hoy en día, desde la casa hasta el coche, pasando por todas las compras de los grandes almacenes y un colchón de primeras calidades que comparto cada noche con mi mujer. Ya no se adquiere apenas nada a toca teja porque hemos adoptado un método de constante hipoteca a medio y largo plazo que nos hace la vida más cómoda, o eso creemos al menos.
La verdad es que no supone el mismo esfuerzo pagar mil en una sola vez que mil en mil veces, salvo por el hecho de que la última opción suele ser larga y pesada, y esperar no siempre nos apetece, pero como lo que urge es poseer, poseer pronto, esta fórmula es perfecta. Primero disfrutamos de la cosa y luego ya se irá viendo despacio cómo se sufraga, de la manera más lenta posible, de la forma más desahogada, porque dilatar el pago es parte de nuestra manera de vivir en la actualidad, sin prisa, afianzados en el día presente y sin reparar en un futuro próximo.
Tal vez todo obedece al menor esfuerzo que es necesario para acumular bienes o servicios, ese nuevo estilo con que concebimos la existencia en el presente, pues el tiempo parece haberse acelerado en estos últimos años y cada vez nos cuesta más renunciar, decir no, abdicar de nuestros derechos o abandonar la esperanza de los nuevos placeres que nos vienen entrando por todas partes. Nos cuesta mucho esperar para lograr algo y no queremos ni oír del esfuerzo que requieren las cosas, del afán en los trabajos y en los empeños, de la constancia o de la lucha por nuestros anhelos, queremos que las cosas sucedan de la forma mágica en que las leímos en nuestros cuentos infantiles, mientras chasqueamos los dedos y miramos hacia un rincón de nuestra sala, porque no hemos desistido de aquella vieja inocencia que nos hacía creer en los Reyes Magos, que hoy también estarán comprando a plazos todos los regalos que nos traerán el 6 de enero, porque en estos días nadie se libra de esa deuda diferida e incesante de las mensualidades, de las letras, de las prórrogas y de las cuotas.
Mi padre quería intervenir en la compra de mi casa para ejercer su honda sabiduría de viejo tratante que cruzó la sierra de Moratalla comprando y vendiendo ovejas, cabras y otros animales para ganarse la vida. Me costó mucho trabajo convencerlo de que las cosas ya no se hacían así, de que ya nadie regateaba para conseguir una vivienda, porque las viviendas se compraban en veces y ya nadie abonaba todo el montante como él, cuando echaba mano de su cartera, rebosante de billetes y ponía la cantidad acordada sobre la mesa que compartían los hombres en el trato. Entonces se veía el dinero, se tocaba y se olía y una vez acabada la operación, se iban todos a celebrar el negocio y el comprador pagaba el alboroque como una muestra de su alegría.
Años después, mi buen amigo Antonio me ayudó a tratar el precio y las condiciones de mi último coche, un modelo de alta gama que él supo obtener al mejor precio, aunque yo no imaginaba entonces que pudiera hacerse eso con un automóvil y en estos tiempos.
Ya nadie echa mano de esos usos trasnochados, como si todos supiésemos muy bien el camino correcto para alcanzar la meta. Mi padre tenía la costumbre de pagar todas sus compras en metálico y de una sola vez, así que cuando me compré mi primera casa y le dije que debía pagarla a lo largo de veinte años no creía lo que estaba diciéndole, meneó la cabeza desencantado como recriminándome, porque no había hecho las cosas como él me había enseñado durante toda su vida y, sobre todo, porque me había dejado engañar como esos arrieros que mercan asnos y mulos viejos a gitanos espabilados y estafadores.
Hoy la vida se compra a plazos quizás porque se vive también por partes, porque nada es definitivo ni auténtico del todo ni absoluto. Por eso la vivimos como si no fuera nuestra.
Ya pagaremos más adelante.
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