Jóvenes y política (II): el método
La verdadera fuerza de una sociedad se mide en su capacidad de garantizar derechos de forma constante
Hicham sabe que tiene los días contados en el Centro de Menores de Santa Cruz. El PP y Vox han pactado cerrarlo. Quedan pendientes otras ... medidas para la salvación: 'hundir' el 'Open Arms', deportar a ocho millones de inmigrantes y a sus hijos, más vigilancia y seguridad... La sensación de Hicham es parecida a cuando le arrancaron de los bajos del camión que le permitió entrar en España buscando una solución, una alternativa a una vida de mierda en su país, y vio que todo puede empeorar. Le duele que le echen del gueto harto de miseria y desesperanza en el que vive, pero sabe que¡, como dice el cura Joaquín Sánchez, «el mayor centro de menores está en el fondo del mar Mediterráneo». Él no sabe qué le aportará su futuro, pero el resto también desconocemos que el nuestro pasa por la integración de una generación de jóvenes sanos y valientes como él. Jóvenes que desean empezar a tener un futuro autónomo, y no un presente tutelado o un pasado sin esperanza.
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Mile, si conseguimos que Hicham participe en las cosas que le afectan, en la cosa pública, con el resto de jóvenes lo tenemos chupado, incluso con los jóvenes milicianos de la ultraderecha (también ellos son víctimas de un adiestramiento alienante). Hay que invitar a todos a mejorar la democracia a través de procesos de cocreación donde los gobiernos, la sociedad civil, los ciudadanos y otras partes interesadas se involucren activamente en el diseño y desarrollo de soluciones y políticas públicas para crear valor compartido y resultados más efectivos y legítimos. Por ejemplo, en el acceso a la vivienda de los jóvenes. No sé si sería acertado juntar a Hicham con quienes le odian, pero hay que intentarlo. Hay que intentar que quienes ven a los demás en abstracto como un peligro sientan que son personas de carne y hueso: probablemente no cambiarán sus prejuicios, pero en ese espacio habrá la posibilidad de que alguno –con uno basta– se cuestione si en su situación no hubiera hecho lo mismo. Ser 'ilegal' es una etiqueta que ponen los 'legales'.
–Vale, Víctor; si queremos sociedades más participativas, necesitamos metodologías que acerquen la información, que traduzcan lo complejo y que abran las puertas a quienes rara vez son invitados a la mesa. Solo así lograremos que la participación no sea un privilegio de unos pocos, sino una herramienta cotidiana para todos.
–Sí, porque la alternativa es transitar cobardemente por una realidad donde algunos creen que el mundo es suyo y que los demás fuimos hechos para servirles... Se creen más, se creen superiores, y la democracia y el humanismo cristiano promueven un sistema en el que todos nacemos libres e iguales. Ese es el camino. Tenemos que facilitar oportunidades para que los jóvenes visualicen futuros alternativos para la democracia europea. La participación ciudadana no puede quedar reducida a algunos reglamentos y algunas concejalías en los Ayuntamientos.
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–Obvio, Víctor; hablar de participación ciudadana no es hablar de trámites ni de encuestas. Es hablar de cercanía. Porque si algo hemos aprendido en los últimos años es que dar por sentados conocimientos previos es un error.
Durante mucho tiempo se asumió que los jóvenes, por haber crecido en sociedades más estables y con acceso a educación, ya sabían cuáles eran sus derechos o cómo ejercerlos. Nada más lejos de la realidad. Incluso en contextos de bienestar, hay una brecha enorme entre lo que se enseña y lo que se entiende, entre lo que está escrito y lo que llega a la vida cotidiana.
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Por eso, la metodología que necesitamos para analizar y fomentar la participación debe partir de un principio simple: no dar nada por hecho. Ni que los jóvenes saben de derechos políticos, ni que las personas migrantes conocen los mecanismos de participación del país al que llegan, ni que la ciudadanía en general confía en sus instituciones. La escucha activa, las entrevistas, los espacios de diálogo y los talleres no son 'pasos técnicos': son la única forma de construir conocimiento útil.
En este punto conviene rechazar frases hechas que circulan como verdades absolutas, como aquella que dice que «tiempos difíciles crean hombres fuertes; hombres fuertes crean buenos tiempos; buenos tiempos crean hombres débiles; hombres débiles crean tiempos difíciles». Más que un análisis, es una trampa fatalista que nos hace creer que las personas solo aprenden en la adversidad. Y no: la verdadera fortaleza de una sociedad se mide en su capacidad de garantizar derechos de manera constante, también en tiempos de bonanza. La democracia no debe ser vista como algo estático, como un derecho adquirido: es un ejercicio diario y en constante amenaza.
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Conclusión: la mayor amenaza es no hacer nada. Si queremos solucionar los problemas de forma radical, siempre podemos acabar con la mitad de la población que sobra y volver a un mundo feliz que nunca existió. Si alguien quiere un manual de cómo hacerlo, que se relea el 'Informe Lugano'. Los demás nos conformamos por hacer este mundo, y la vida de los miles de Hicham con los que convivimos, un poquito menos desagradable.
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