¿Por qué trabajar?
Todos redactamos el currículum intentando ser exhaustivos con nuestro pasado, cuando lo importante es lo que queremos hacer
Hace unos días tuve que preparar mi currículum. Tengo uno redactado en forma de biografía corta que utilizo para conferencias y libros pero en esta ocasión hacía falta uno extenso. No lo actualizaba desde 2005 así que fue una tarea ardua que me hizo pensar que el mundo laboral está mal construido. Todos redactamos el currículum intentando ser exhaustivos con nuestro pasado, cuando lo importante es lo que queremos hacer. En ningún currículum de los cientos que he recibido he leído «Y lo que quiero hacer» o «mis proyectos de futuro son». Un CV es una lápida de esas que describen nuestros méritos pasados a la manera de «Amado esposo y padre», de lo que fuimos y no de lo que seremos.
Lo ideal sería una mezcla de las dos cosas, nuestra experiencia y nuestras ganas: acabar el CV con «y esto es solo el principio». Es cierto que los trabajos pasados no garantizan que seamos capaces de ser efectivos en el futuro, y la prueba es la forma en la que el nuevo ultracapitalismo busca carne fresca por encima de carne con pedigrí. Tal vez por eso los millenials quieran trabajar lo necesario para hacer viajes exóticos (como ya quiso la Generación X) y vivir una vida con las presiones justas. Estamos en un mundo de trabajos basura, aunque si vamos a la Biblia leemos «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente» (Génesis 3:19). Aquí empieza una maldición que no existe de esta forma en las otras religiones. El trabajo en la tradición judeocristiana es una condena y así lo hemos interiorizado.
En la mayoría de las casas de España se nos educa para ser funcionarios. A veces es porque eso hace posible los oficios (entiéndase el matiz) como en el caso de médicos, bomberos, profesores, etc. Son trabajos vocacionales en los que hay una razón para levantarse cada mañana. No siempre es así. Los oficios vocacionales garantizan el entusiasmo y la formación. La otra opción es que las familias busquen que sus vástagos sean funcionarios sin importar en qué: transitar los estudios hasta hacer una oposición y transitar la vida laboral. Es lícito, es legal y es práctico, máxime en tiempos de precariedad como estos. Renunciar a pasar a la historia a cambio de pasar a la geografía sin haber sufrido mucho.
Luego hay opciones que son más que oficios. Hablo de las personas que se salen de la norma, de los que tienen un proyecto. Son carreras de sufrimiento, como la de los artistas. Son las personas que deciden vivir en la inestabilidad permanente, como los actores, músicos o los empresarios. Hablo de aquellos que no trabajan por dinero (que también) sino por algo difícil de definir, algo que no se termina de saber nunca. Son esas personas que quieren hacer algo grande aunque eso suponga pasar hambre, son los que no tienen miedo ni tiempo de tenerlo, los que abren caminos.
Lo que hacen estas personas no es siempre entendido en el país de la envidia. Tenemos un déficit en este campo con los países calvinistas, en los que el mérito individual es reconocido y celebrado. En nuestra España las motivaciones de las actitudes se hunden en la Edad Media judeocristiana, somos, como decía Maravall, los que sustituimos el feudalismo por el patriotismo sin solución de continuidad. La razón de este ser medieval nuestro es que los que triunfan evidencian nuestra mediocridad, así que ojalá se les venga abajo el tambalillo para poder sentenciar: «Si ya lo decía yo».
En este país en el que la principal industria es lo público a mí me gustan las personas que han hecho su vida de otra forma y lo han conseguido. Tengo mis ídolos como Carlos Tarque, que de la nada ha hecho una de las grandes carreras musicales españolas con M Clan o Alfonso López Rueda, que de trabajar de pequeño en una confitería familiar ha levantado una de las primeras empresas nacionales del sector, Postres Reina, o Isidoro Valcárcel Medina, que ha resistido durante décadas en una posición heroica frente a un sistema del arte que por décadas lo ignoró y ahora lo adora. A mí me gustan las personas con un proyecto porque son las que cambian el mundo, me gustan los que tienen un sueño. Me gustan los creadores.
En tiempos feroces como estos en los que se somete a la generación que se incorpora al mercado laboral a base de miedo, en la que se les pide que tengan más hijos pero se les pagan salarios casi inhumanos, es difícil educar a nuestros hijos para que se salgan del patrón establecido y del funcionarial pero hay que entender la sensación de sacar una empresa adelante o de materializar un proyecto o de grabar un disco o de hacer una gran exposición. No todo el mundo entiende que se defienda una cultura del éxito más allá de lo económico pero es cada día más necesaria. Toda la inestabilidad, los miedos, los reveses, todo cobra sentido el día que te sientas a celebrar que el sueño se ha hecho realidad. Ese día no piensas que lo que estás haciendo sea un trabajo, es tu vida. Bueno, en realidad apenas piensas porque inmediatamente empiezas con el nuevo proyecto al que dedicas el 200% de lo que tienes y eres.
Escribir esto en el CV es difícil, aunque sería lo importante.