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El rey de los toreros

Volvamos los ojos a Joselito para pagarle la deuda que el toreo tiene con él

Sábado, 16 de mayo 2020, 00:54

El rey de los toreros fue José Gómez Ortega, Gallito. Así, ¡el rey! Le bastaron 25 años para recorrer, de Gelves a Talavera, una asombrosa vida dedicada al toro y al toreo. Este año de miseria también habrá minuto de silencio por Joselito, porque su memoria es la del toreo mismo. Y porque las plazas de la Fiesta nunca están vacías.

Tuvo completo conocimiento del toro, de los terrenos, de la lidia, de la casta y la bravura. Y una afición que abarcaba su corazón entero. Y sobre todo, «la natural superioridad de un dios joven».

El oro del toreo estaba domiciliado en la Alameda, casa de los Gallos, desde la que salieron, majestuosos, Fernando y José camino del Arenal.

Volvamos los ojos a Joselito para pagarle la deuda que el toreo tiene con él, porque abrió los cauces del toreo tal y como ahora lo conocemos. Aunó una magistral técnica a su gracia natural de torero gitano y fue dueño de un sorprendente valor, aunque muchos creían lo contrario, porque «era imposible que un toro alcanzase a José».

Joselito no solo compitió con Belmonte, sino con todo el que asomara y también consigo mismo. Siempre tuvo sed de toreo, de perfeccionar su arte. Se sabía superior e imponía su criterio en la plaza, en el campo y en el negocio de los toros. Apostó por una selección de la casta que permitiese un toreo más pausado y cadencioso, de más quietud y temple. Y emprendió la construcción de plazas monumentales.

Tuvo el valor de enfrentarse a los maestrantes y la pena de ser despreciado por la familia Pablo-Romero que se oponían a sus amores con Guadalupe. Pero en una ocasión, la reina de España, una reina con afición a la Fiesta española, quiso bailar con él para pedirle «un favor».

Gallito le dijo con solemnidad de aristócrata: «La reina de España no pide favores, da órdenes». Después toreó con Juan la Corrida de la Cruz Roja, que ese era el real favor demandado. Así volvió a la plaza del Baratillo.

La 'señá' Gabriela tenía tan plena confianza en el poder de su hijo, que solía decir : «Pa cogé a mi José el toro tiene que tirarle un pitón». Y así era, su toreo desprendía dominio, seguridad en cada lance y en cada muletazo y todo con naturalidad exquisita, por eso resaltaba la gracia. La gracia, que es la luz del toreo. Gozaba de innata inspiración para las suertes. Y el 'galleo' se adueñó de los quites.

Cambió su rivalidad con Juan en amistad inquebrantable y leal, en mutuo respeto y aprendizaje, como impone el mundo de valores que es la torería.

Y para tener al Cielo de su parte le regaló a La Macarena seis esmeraldas, que Ella luce cuando reina en la 'madrugá'.

Un contemporáneo dijo de él: «Cuando a Gallito le llega el agua al cuello, los demás estamos ahogaos». Y así fue, porque pudo con todo y con todos. Felice Bleu lo sentó en la Cátedra de San Pedro: «Comparaos con Su Santidad Joselito, los demás son párrocos de misa y olla».

Mas tenía una 'corná' reservada. Ahora hace cien años su cuñado Ignacio Sánchez-Mejías acabó con 'Bailaor', el toro media- sangre que mató a Joselito, entristeció a Sevilla y al toreo y vistió de luto a La Esperanza Macarena.

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