El rey de los toreros
Volvamos los ojos a Joselito para pagarle la deuda que el toreo tiene con él
El rey de los toreros fue José Gómez Ortega, Gallito. Así, ¡el rey! Le bastaron 25 años para recorrer, de Gelves a Talavera, una asombrosa vida dedicada al toro y al toreo. Este año de miseria también habrá minuto de silencio por Joselito, porque su memoria es la del toreo mismo. Y porque las plazas de la Fiesta nunca están vacías.
Tuvo completo conocimiento del toro, de los terrenos, de la lidia, de la casta y la bravura. Y una afición que abarcaba su corazón entero. Y sobre todo, «la natural superioridad de un dios joven».
El oro del toreo estaba domiciliado en la Alameda, casa de los Gallos, desde la que salieron, majestuosos, Fernando y José camino del Arenal.
Volvamos los ojos a Joselito para pagarle la deuda que el toreo tiene con él, porque abrió los cauces del toreo tal y como ahora lo conocemos. Aunó una magistral técnica a su gracia natural de torero gitano y fue dueño de un sorprendente valor, aunque muchos creían lo contrario, porque «era imposible que un toro alcanzase a José».
Joselito no solo compitió con Belmonte, sino con todo el que asomara y también consigo mismo. Siempre tuvo sed de toreo, de perfeccionar su arte. Se sabía superior e imponía su criterio en la plaza, en el campo y en el negocio de los toros. Apostó por una selección de la casta que permitiese un toreo más pausado y cadencioso, de más quietud y temple. Y emprendió la construcción de plazas monumentales.
Tuvo el valor de enfrentarse a los maestrantes y la pena de ser despreciado por la familia Pablo-Romero que se oponían a sus amores con Guadalupe. Pero en una ocasión, la reina de España, una reina con afición a la Fiesta española, quiso bailar con él para pedirle «un favor».
Gallito le dijo con solemnidad de aristócrata: «La reina de España no pide favores, da órdenes». Después toreó con Juan la Corrida de la Cruz Roja, que ese era el real favor demandado. Así volvió a la plaza del Baratillo.
La 'señá' Gabriela tenía tan plena confianza en el poder de su hijo, que solía decir : «Pa cogé a mi José el toro tiene que tirarle un pitón». Y así era, su toreo desprendía dominio, seguridad en cada lance y en cada muletazo y todo con naturalidad exquisita, por eso resaltaba la gracia. La gracia, que es la luz del toreo. Gozaba de innata inspiración para las suertes. Y el 'galleo' se adueñó de los quites.
Cambió su rivalidad con Juan en amistad inquebrantable y leal, en mutuo respeto y aprendizaje, como impone el mundo de valores que es la torería.
Y para tener al Cielo de su parte le regaló a La Macarena seis esmeraldas, que Ella luce cuando reina en la 'madrugá'.
Un contemporáneo dijo de él: «Cuando a Gallito le llega el agua al cuello, los demás estamos ahogaos». Y así fue, porque pudo con todo y con todos. Felice Bleu lo sentó en la Cátedra de San Pedro: «Comparaos con Su Santidad Joselito, los demás son párrocos de misa y olla».
Mas tenía una 'corná' reservada. Ahora hace cien años su cuñado Ignacio Sánchez-Mejías acabó con 'Bailaor', el toro media- sangre que mató a Joselito, entristeció a Sevilla y al toreo y vistió de luto a La Esperanza Macarena.