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No termina uno de aceptar que la Navidad tenga magia, un atributo divulgado por la publicidad comercial, la cual lleva intrínseca la popular ilusión que ... despierta la lotería: todo un acontecimiento desde 1812, año en el que se celebró el primer sorteo navideño, en plena Guerra de la Independencia, para sufragar el coste de mantener la resistencia contra las tropas napoleónicas.
No fue la primera vez que el Estado utilizó la lotería como recurso recaudatorio. Casi cincuenta años antes, durante el reinado de Carlos III, se dictó un real decreto que instauró la lotería con fines sociales «... para que se convierta en beneficio de hospitales, hospicios y otras obras pías y públicas», decía. Más modernamente las agrupaciones y asociaciones sin ánimo de lucro sacaban papeletas de participación, con un pequeño recargo destinado al mantenimiento de su actividad, sacra o festera, hasta que a finales del pasado siglo nos volvimos ricos y... no queremos papeletas.
Ahora compramos décimos.
Y muchos de ellos revendidos con recargo. O sea, que la bienintencionada iniciativa del rey Carlos III ha desembocado en un negocio público y en muchos 'negocietes' privados. El negocio público, el gran negocio, reporta pingües ingresos para las arcas del Estado (actualmente más de 2.300 millones de euros) y los 'negocietes' privados los hacen la ingente cantidad de bares, tiendas, farmacias, tintorerías, clubes, etcétera, que los revenden con un sobreprecio –generalmente de 3 euros por décimo– que viene a ser un 'dinero en B' ya que la reventa de lotería con recargo está prohibida, según establecen los artículos 2 y 8 de la Instrucción General de Loterías que lo considera una defraudación. Es decir que, a no ser que se cuente con la autorización de Loterías y Apuestas del Estado, no se podrá comprar un décimo y revenderlo con un sobreprecio.
En teoría...
Sí, en teoría, porque en la práctica quienes deban vigilar esa reventa miran para otro lado, quizá por un afán recaudatorio como el leonino impuesto que los agraciados con un buen premio tienen que pagar a Hacienda (un 40%) y que significa un abuso: usted me vende y ya gana; si no me toca, otra vez será, pero si me toca le tengo que dar casi la mitad del premio.
Aprietan por todos lados.
A pesar de ello, compramos con sobreprecio, no nos toca nada, como manda el cálculo de probabilidades, y nos aferramos al refrán 'quien mete a la lotería que no se desespere, le tocará algún día'.
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