Fuego que indigna

La rampa ·

Menos rifirrafes, de los que estamos hartos, y más colaboración, más soluciones

Jueves, 14 de agosto 2025, 23:59

Podría liquidar este artículo haciendo un 'copia y pega' ya que, al buscar datos en relación los incendios veraniegos, resulta que hace tres años, también ... por agosto, escribí sobre el mismo tema que hoy nos ocupa: miles de hectáreas calcinadas en los montes de España. Transcribo:

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«Uno se solidariza con las personas que luchan contra las llamas; imagino sus cuerpos chorreando sudor por todos los poros; aprisionados por el traje protector y por el casco, a temperaturas altísimas; jugándose la vida, perdiéndola a veces [tres muertos a la hora de escribir este artículo] y también uno se duele por los animales achicharrados, emitiendo alaridos de sufrimiento hasta morir. Uno ve a las familias, hombres, mujeres, ancianos y niños, sanos o impedidos, abandonando sus casas a la carrera entre el miedo y la incertidumbre de no saber qué encontrarán a su vuelta...».

La desolación y tristeza que provoca el fuego.

Desolación, sí. También indignación. Indignación porque la mitad (o más) de los incendios de hoy, y de años pasados, han sido provocados, es decir que no estamos hablando de una plaga bíblica, sino de acciones dolosas, de humanos que matan a humanos, que destruyen historia, que devastan, que arruinan y abaten, que truncan esfuerzos e ilusiones de personas que no les han hecho nada.

¿Se puede ser más indigno?

Es lo que pensarán los bomberos forestales (tacañamente pagados, por cierto) al final de la dura y arriesgada tarea. Regresan, se hidratan, manguera caída, casco en la mano y el cansancio dibujado en su cara tiznada, ennegrecida, aunque no tanto como el corazón del pirómano (por sí o pagado) que desencadenó la tragedia. Tal vez convenga recordar que la mayor parte de la masa forestal española pertenece a propietarios privados. Lo cual no excluye responsabilidades a los servicios públicos, cuyos representantes, cómo no, en vez de enzarzarse entre ellos deberían reconocer que, tanto el Gobierno central como los autonómicos han rebajado a casi la mitad (de los 364,1 millones de euros en 2009 a 175,8 millones en 2022) los recursos destinados a la prevención de incendios.

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Menos rifirrafes, de los que estamos hartos, y más sentido de Estado, más colaboración, más soluciones.

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