El 20 de noviembre –día en el que escribo este artículo– es una de esas fechas en las que la historia se empecina en coincidir. ... Hay fechas que parecen cargarse de sentido por acumulación, como si la historia insistiera en pasar por el mismo cruce para dejar huellas distintas. El 20 de noviembre es una de ellas. En España, la memoria colectiva lo asocia de inmediato al final biológico del franquismo —la muerte de Francisco Franco en 1975— y, simultáneamente, al fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en 1936. Durante décadas, estas coincidencias alimentaron una liturgia política que convirtió el calendario en un recordatorio ideológico, un rito que se resistía a desaparecer incluso cuando el país avanzaba hacia la normalidad democrática.
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Hoy hay que añadir que otro 20N el Tribunal Supremo ha condenado a todo un Fiscal General del Estado. Un hito histórico con claroscuros, principalmente porque el Tribunal no ha tenido en cuenta el testimonio de los periodistas que declararon que ellos ya conocían el 'secreto' por cuya revelación se ha condenado al fiscal: filtrar el correo electrónico en el que el abogado del novio de la presidenta de Madrid reconocía dos delitos fiscales.
Sin embargo, limitar el 20N al marco español es reducir una fecha que, paradójicamente, es global. Más allá de nuestras fronteras, el mismo día señala el inicio de la Revolución Mexicana (1910), uno de los procesos sociales más profundos del continente americano, y también la celebración del Día Universal del Niño, ligado a la aprobación de los principales instrumentos internacionales sobre derechos infantiles. Y, además, el 20 de noviembre de 1945 comenzó el juicio de Núremberg, la primera gran respuesta jurídica internacional a los crímenes contra la humanidad.
Es decir: la misma fecha que aquí asociamos al final de una dictadura, en otros lugares simboliza justicia, derechos y transformación social.
Esa convivencia de sombras y luces convierte al 20N en una jornada singular. Mirar el 20N desde una perspectiva más amplia permite, quizá, desplazarlo del peso del pasado y situarlo en un terreno más fértil: el de las fechas que invitan a pensar en lo que fuimos, pero también en lo que podemos —y queremos— ser.
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