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La tele en color

PERMÍTAME QUE INSISTA ·

Los voceros del cambio de relato sobre la Transición demuestran una gran ignorancia que debiera inhabilitarlos para el ejercicio de la política

Miércoles, 21 de octubre 2020, 01:06

Hace 46 años un sector de la población española consideraba a Manuel Fraga un peligroso reformista. Paralelamente, una señora llamada Dolores Ibárruri decía que un cambio político en España solo sería posible si todos los partidos políticos, entonces en la clandestinidad, iban de la mano fuera cual fuera su ideología. Más o menos por las mismas fechas, Santiago Carrillo en París manifestaba renunciar a cualquier categoría de comunismo que vinculara a este con un modelo de estado dictatorial y Felipe González planteaba explícitamente renunciar al catecismo de Marx condenándolo a las estanterías.

Por aquel entonces, un príncipe manifestaba confidencialmente a un canciller alemán que quería ser «el rey de una república» como metáfora para explicar que trabajaba discreta, ardua y muy dificultosamente para que una España franquista se transformara en una democracia moderna como las ya entonces consolidadas en la mayoría de Europa.

Cualquiera de los personajes anteriormente citados (con sus luces y sus sombras) forman parte de la historia reciente de nuestro país. Más aún, resultaron claves para que España haya vivido desde entonces los mejores cuarenta años de su historia. Fueron capaces de dar pasos atrás –más que de ganar la carrera– sabiendo que todo consenso implica renuncia y que la democracia y la libertad bien valían una misa, guardar a Carlos Marx, tener rey en vez de república y especialmente perdonar para reconciliar.

España ha sido ejemplo de saber hacer esto. En la historia de los países, como en la de las personas, el rencor conduce a lugares inhabitables.

La vida premió a nuestros abuelos, a los que habían vivido la tragedia de la guerra y el espanto de la dictadura, con una modélica transición que incomprensiblemente ahora quiere ser borrada o, peor aún, reinterpretada de un modo interesado. El objetivo esencial e injusto parece ser el de imponer a las bravas un cambio de modelo de Estado. Y si no es ese el motivo, alguno lo disimula bastante bien. Si el cambio lo empezamos por la monarquía, mejor. Disparando alto, lo demás caerá en cascada. O eso parecen pensar.

De paso, se argumenta vinculando indisolublemente a la derecha española –en su totalidad– con la dictadura. Algo rigurosamente falso e insultante para la mayoría de los representantes públicos y votantes de esa ideología. Sería como relacionar a González con el marxismo, ¿no? Además, esas afirmaciones darían argumento al permanente cordón sanitario: «Cállate, facha», digas lo que digas. Y a su vez, justificarían determinadas alianzas en el Gobierno actual: algo así como «mejor Bildu que tú, que eres franquista». Alucinante, pero cierto.

Sin duda, los voceros del cambio de relato sobre la Transición Española demuestran una enorme ignorancia que debiera inhabilitarlos para el ejercicio de la política. Somos testigos de la propia inoperancia e incompetencia de quienes no sabrían llevar a cabo un proceso de tamaña dificultad, recovecos y aristas. Pretenden contar la Historia no solo como les gustaría que hubiera ocurrido, sino que es posible que algún ególatra se visualice protagonizándola con su propio moño y guion. Hay quien ha visto demasiadas series.

Sí, el Rey Juan Carlos I fue votado por los españoles. Lo hicieron el 6 de diciembre de 1978 cuando mayoritariamente refrendaron el texto de la Constitución Española que establecía el modelo de estado como monarquía parlamentaria. No seamos mentirosos. Si algún día existe el consenso necesario y es pertinente cambiar la Constitución española, que se haga, faltaría más, pero sin falsear la realidad.

En el año 75 llegó a muchos hogares españoles la televisión en color. En ese aparato, de solo dos canales, contemplamos cómo se empezaba a desdibujar, con el mayor de los consensos y una enorme dificultad, una España sombría, oscura y sometida a una dictadura. Algunos recordaremos que a veces la imagen desaparecía, siendo sustituida casi inmediatamente, por unas profesionales de preciosa voz, que se llamaban locutoras de continuidad. Tampoco nos quejábamos mucho por ello y acertadamente, puesto que años después hemos contemplado que la wifi, el conocimiento y hasta la decencia, se caen mucho más.

Quienes sacaron la paleta de colores y nos dotaron de derechos fundamentales merecen respeto, reconocimiento y objetivo recuerdo. Es de justicia. Todo lo demás es recurrir a falsear la historia para justificar actitudes del presente. Tremendo... con la que está cayendo.

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