Una sociedad educada para prevenir el colapso sanitario
Durante estos años, un modelo de salud paternalista ha ayudado a construir una sociedad pasiva y cabreada, llena de miedos
La falta de una Atención Primaria digna no solo es una injusticia, es un desperdicio del potencial y capital humano de una región. Durante años ... hemos invertido mucho en mantener controlada y a raya la enfermedad, pero hemos descuidado las inversiones en Educación y en Cultura de la Salud con mayúsculas (educación, promoción, prevención, creación de ambientes y estilos de vida saludables desde la infancia). El presupuesto autonómico para las consejerías de salud con minúsculas (en verdad deberían llamarse consejerías de la enfermedad) generalmente dobla al de las consejerías de educación. Esto ha sido una espada de Damocles y talón de Aquiles para una sociedad líquida, opulenta y con una cultura de la basura (usar y tirar) muy arraigada.
En el sistema de salud que emerge pospandemia (la Covid ha acelerado el proceso) el tener acceso a un médico o enfermero ya no es suficiente, es necesario que ese acceso sea de alta calidad en la prestación (que te resuelva 'el problema'). En verdad, los servicios de salud de baja calidad están frenando el avance de las mejoras en el sector de salud en todas las comunidades autónomas. El sistema de salud tiene que mejorar su eficiencia para asegurarse de que está logrando los mejores resultados posibles. Pedir y ofrecer más profesionales suena bien. Pero la pregunta debería ser: ¿para hacer qué? La política sanitaria gira y gira pero no evoluciona. De esto hablaré en otro documento.
Hemos alcanzado metas importantes como disminuir la mortalidad infantil, mejorar la supervivencia en enfermos de cáncer y cardiovasculares. Pero durante todos estos años, un modelo de salud paternalista ha ayudado a construir una sociedad pasiva, cabreada y líquida, llena de miedos y a veces infantilizada, que con frecuencia espera que la salud se la den otros. En este contexto de demanda ilimitada, las listas de espera crecen, más peonadas, más guardias, más doblajes, más promesas... una espiral autodestructiva que no satisface a ciudadanos ni a profesionales ni a gestores. Lo que no son cuentas, son cuentos, y los costes insostenibles de un modelo sanitario al límite crecen, y obligan a plantear una redistribución sustancial de los recursos. Y además, con urgencia.
Va a ser necesario incorporar la participación activa y consciente de las personas en la construcción de su propia salud para que sea óptima y esté en harmonía con la salud del planeta. Los gestores sanitarios en todas las CCAA llevan años hablando de «empoderamiento» de las personas para construir su propia salud. Una persona sana o enferma empoderada es la que tiene capacidad para decidir, satisfacer necesidades y resolver problemas, con pensamiento crítico y control sobre su vida. Como si esto fuese 'un rayo de luz' que ilumina de repente el cerebro de los ciudadanos o una 'receta mágica' que el médico te ofrece en la consulta. El empoderamiento en salud, esa necesaria participación de cada uno de nosotros en nuestra propia salud, requiere contar con las habilidades y conocimientos que uno acumula a lo largo de una vida y le permite lidiar con los avatares de la salud y de la vida, para alcanzar nuestro máximo potencial. Esto no se va a conseguir de la noche al día, requiere un propósito de país o región, para que las inversiones inteligentes en Cultura de la Salud y Educación comiencen en la primera infancia y se mantengan a lo largo de la vida como base sólida para la sociedad que queremos construir. Evitar el colapso sanitario requiere más inversión en educación, sobre todo en primaria y secundaria. Y crear estructuras comunitarias en las que los servicios municipales y los barrios tendrán que jugar un papel importante. Ya hay ejemplos embrionarios de democracia comunitaria útiles como los presupuestos participativos municipales o las comunidades de salud con actividades compartidas con los profesionales que estimulan el empoderamiento de los ciudadanos. Durante los próximos 10-15 años, en las regiones europeas de alto desarrollo humano la inversión en educación y los modelos de negocio empresarial ligados a la cultura de la prevención superarán con creces las inversiones para 'tratar la enfermedad', que incluso comenzará a considerarse como un fenómeno extraño, poco rentable.
Una ciudadanía sana, si además es educada, solidaria y empoderada irá menos al médico, autogestionará mejor su salud y competirá de manera más eficaz en una economía global. Aumentar la inversión en educación y en una nueva Cultura de la Salud requiere equilibrios presupuestarios, pero daría una gran oportunidad y capacidad de adaptación a las futuras generaciones. La administración sanitaria debería ser más permeable a la innovación, y la sociedad salir de su pasividad y servilismo para que abogue por un cambio cuando no se entrega lo que se promete. Lamentablemente la educación y la salud, como casi todas las cosas buenas que nos ocurren en la vida, se valoran cuando se pierden. Continuará...
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