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Sobre la seguridad y la eficacia de las vacunas contra la Covid

Es sorprendente que muchas actitudes críticas provengan del personal sanitario que enfrenta en primera línea la pandemia

Miércoles, 3 de febrero 2021, 01:10

El comienzo de la campaña mundial de vacunación frente a la pandemia generada por el SARS-CoV-2 (CoV-2) se ha superpuesto con la dramática irrupción de la 'tercera ola' de contagios, consecuencia directa del relajamiento en las imprescindibles medidas de contención social, propiciado por las fiestas navideñas. Aun siendo entendibles los anhelos de reencuentro y convivencia con familiares y amigos, las consecuencias no han podido ser más desgraciadas. En medio de esta catástrofe, se escuchan voces reticentes –cada vez menos– que antes de vacunarse prefieren esperar a conocer los resultados. Podemos imaginar que serán similares a las prevenciones que debió afrontar Jenner cuando en 1796 inició las primeras variolizaciones con las ordeñadoras escocesas de vacas y Pasteur, un siglo más tarde, al aplicar sus rudimentarias vacunas frente a la rabia y el cólera aviar. Es sorprendente que muchas actitudes críticas provengan del personal sanitario que enfrenta en primera línea la pandemia, y a quienes con toda justicia, debe dársele prioridad en la vacunación.

Como el miedo suele ser compañero íntimo de la ignorancia, bueno será empezar por el principio. Los coronavirus presentan una estructura compleja, consistente en un cápsida proteica helicoidal que encierra el ácido nucleico, una cadena única de ARN con polaridad de mensajero (ARNss+), porque es directamente traducida por los ribosomas de las células infectadas (las fábricas donde se sintetizan las proteínas), sin necesidad de utilizar su maquinaria transcripcional presente en el núcleo. El gran tamaño de este ARN (30 kilobases) permite a los coronavirus codificar las proteínas estructurales, imprescindibles para su replicación y propagación, junto a otro grupo de proteínas «no estructurales», que cumplen importantes funciones complementarias. Una envoltura membranosa de origen celular recubre externamente al virión. Sobre ella se inserta la famosa proteína viral S (spike), un factor esencial de reconocimiento y unión del virus a las células diana.

En este mecanismo infeccioso se basa la estrategia para obtener las dos vacunas de uso universal contra el CoV-2, hasta ahora autorizadas. Han sido desarrolladas por las compañías BioNTech (vinculada a Pfizer) y Moderna, partiendo del mismo principio: diseñar un ARN sintético homólogo del ARNm (mensajero), encapsulado en una partícula nanolipídica. Se han obtenido al menos dos prototipos vacunales: un ARNm conteniendo la proteína S completa del CoV-2, y otro solo con el dominio de S que interviene en la unión al receptor. Tras ser leído el mensaje en los ribosomas y ser sintetizada, la proteína S se expresa en la superficie externa de las células, el sistema inmune la reconoce como un elemento extraño, generando la consiguiente reacción inmunoprotectora que debe evitar el posterior desarrollo de la Covid-19.

En dos recientes publicaciones de alto nivel ('Immunity', 53: 724 y 'Nature', 586: 594; ambas de octubre 2020), el consorcio vinculado a BioNTech ha documentado de forma inequívoca la eficacia de su vacuna en promover las dos ramas esenciales de la respuesta inmunitaria: una significativa producción de anticuerpos por los linfocitos B y una marcada activación de los linfocitos T, tanto los denominados CD4+ como los CD8+. Demuestran asimismo la formación de células plasmáticas, especializadas en la síntesis masiva de anticuerpos y de linfocitos B con memoria. La administración de dos dosis en un intervalo de 21 días parece garantizar la generación de una respuesta inmune suficiente para proteger al organismo, aunque se precisa un seguimiento minucioso de la población vacunada para ir estableciendo el curso de la pandemia. El requerimiento de una crioconservación permanente (distinta según la compañía) supone un hándicap importante.

A medida que el virus mute –como ya está ocurriendo–, las vacunas deberán modificarse para neutralizar las nuevas cepas infecciosas. Por ahora, la presión derivada de la abrumadora demanda mundial, y quizá algún episodio de codicia, está ocasionando ciertos problemas de producción y distribución. La progresiva autorización de nuevas vacunas, con los mismos criterios de seguridad y eficacia, contribuirá a su remedio. Una disponibilidad suficiente, junto a un riguroso calendario protocolizado de vacunación, facilitará la progresiva regresión de la pandemia. En este sentido y, aunque parezca no tener relación, la organización de los Estados es un factor decisivo en la rapidez y eficacia. Aquellos países con un dispositivo único y centralizado han logrado un éxito de vacunación espectacular (Israel, por ejemplo), mientras otras naciones –como España sin ir más lejos–, con un modelo autonómico caótico, costoso e ineficaz, están sufriendo retrasos y disfunciones inadmisibles. Sin olvidar algunos episodios vergonzosos de abuso y corrupción entre los incontables gerifaltes taifales. Una práctica demasiado frecuente en un país donde la acción política está al servicio de los partidos y no de la ciudadanía.

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