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Yo nos salvé

La ciencia nos habla de un trastorno que puede afectar al pensamiento, las emociones, la conducta, la percepción, la identidad, la conciencia o el funcionamiento sensorial y motor

Martes, 24 de diciembre 2019, 02:04

En uno de los episodios más penetrantes de la trilogía de Tolkien 'El Señor de los Anillos', Gollum le dice a Smeagol: «Tú no tienes amigos, nadie te quiere..., ¿dónde estarías sin mí? Yo nos salvé, yo nos salvé. Sobrevivimos por mí».

Mientras Smeagol pugna por contener a su 'alter ego', este trata de imponer su prevalencia recordando al medroso personaje el poder salvador de la desconfianza. Estamos ante un caso que la mayoría de los especialistas describirían como trastorno identitario, o como se llamaba antiguamente, personalidad múltiple. El psicotraumatólogo neerlandés Onno van der Hart ('El yo atormentado') lo llama disociación estructural de la personalidad. Una patología que ha inspirado un sinfín de creaciones literarias, siendo conocida la novela de R. L. Stevenson 'El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde'. Igualmente ha inspirado películas como 'Psicosis' de Hitchcock, 'Las tres caras de Eva', 'El Club de la Lucha' o 'El maquinista', entre otras.

La ciencia nos habla de un trastorno que puede afectar al pensamiento, las emociones, la conducta, la percepción, la identidad, la conciencia o incluso el funcionamiento sensorial y motor. Cada una de las personalidades presentes exhibe un patrón distintivo y lo que viene a definir la patología no es otra cosa que un fallo en la integración, el cual tendría lugar por situaciones traumáticas, generalmente durante una fase temprana del desarrollo. La disociación se construiría como defensa ante una situación disruptiva que deviene insoportable. En las personas disociadas, habría una Personalidad Aparentemente Normal (PAN) y una o varias Personalidades Emocionales (PE), que funcionarían de forma intrusiva. La primera tratando de seguir adelante en la vida cotidiana con evitación fóbica de cualquier parte traumática; tratando de no pensar, no recordar, no sentir. Las PEs se fijarían a los sistemas de acción defensiva contra la amenaza por vías como la sexualidad, la huida, la lucha o la hipervigilancia. Al final, el sistema somático y relacional del individuo se ve afectado, y se producen pérdidas considerables de la energía y la eficiencia mentales, pero casi siempre, una gran confusión y un quebranto emocional que puede conducir al suicidio.

Aunque se trate de una tragedia para los afectados, créanme que tengo razones para proponer cierta perspectiva. Corría el año 1988 cuando Daniel Goleman publicaba en el diario 'The New York Times' un artículo titulado 'Probing the enigma of multiple personality'. El caso de investigación, Timmy, que había sido diagnosticado por un trastorno de personalidad múltiple, podía beber zumo de naranja, pero cualquiera de las once personalidades restantes no, pues inmediatamente aparecían urticarias. Y si Timmy reaparecía cuando los síntomas estaban presentes, la urticaria desaparecía inmediatamente. Desde estos trabajos pioneros, mucho se ha investigado sobre el tema y aunque todavía no conocemos bien los mecanismos subyacentes al cambio, ahora sabemos que en estos pacientes, cada personalidad tiene una fisiología individualizada. Cada yo psicológico se corresponde con un yo biológico. Y así, una personalidad puede ser epiléptica y las otras no. A veces cambia el color de la piel, la agudeza visual, la susceptibilidad a los fármacos... Si conociéramos cómo se pasa de un estado a otro, igual podríamos replicar el mecanismo para curar enfermedades. Cabe preguntarse si se podrían cambiar bajo hipnosis las personalidades de algunos pacientes, incluso personas no disociadas, para revertir su fisiopatología. Al final, estamos en el terreno de la neuroplasticidad.

Evolutivamente, disponer de 'varios formatos' siempre ha sido ventajoso. La mayoría de las plantas tienen algo llamado alternancia de generaciones y lo mismo sucede con algunos animales. Facultades que otorgan una gran versatilidad frente a circunstancias cambiantes o adversas. Las quimeras pueden ser igualmente sustratos de oportunidad.

La disparidad otorga facultades adaptativas y sin duda, la disociación es un fenómeno adaptativo. Pero igual no solo confiere desventaja. ¿Qué pasaría si aquejado por una enfermedad grave, una de las personalidades emocionales fuera paranoide y tomara el control del individuo haciéndole creer que es una especie de dios inmortal? ¿Su cuerpo se curaría?

Soy científico y he gastado muchos años entre la observación y la demostración. Pero les aseguro que todavía me queda mucha capacidad para el asombro. Pienso que lo que no se puede explicar, acabará por ser explicado, pero también defiendo que mientras tanto, debemos aventurarnos. Por eso no me tomo en serio a los psicólogos que afirman que todo sufrimiento es estéril. Tampoco creo que uno tenga la obligación de ser normal, ni feliz, ni siquiera saludable.

Les confieso que para mí Gollum nunca fue un enfermo. Al margen de su pasión esencial por el anillo, en su afán por complacer, Smeagol despierta cierta compasión. Quizá su personalidad viene a simbolizar ese deseado patrón de búsqueda que persigue cualquier acto curativo, una especie de posibilismo humanista. Sin embargo, para bienaventuranza de cualquier generación ulterior, no fue sino Gollum el que arrojó, con su inmolación, el jodido anillo al fuego eterno. Gollum fue quien nos salvó.

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