Salvar al rey
PARALELO 37 ·
El viejo Borbón siempre se sintió más divino que humano y bajo esta premisa manejó a su antojo su reinado«¿A las tres menos cuarto te va bien que llegue? Perfecto. Cuando estés cerca me llamas para que te abra el garaje. De acuerdo. ... Bueno, pues nada mi vida. Un besazo muy fuerte. Duerme y descansa. Te quiero mucho. Yo a ti te quiero mucho, un beso». Podría ser la inocente conversación de dos enamorados, pero ¿cómo se les queda el cuerpo si les digo que los que hablan son Bárbara Rey y Juan Carlos I de España? ¿Y si les juro que no solo he leído esta pasional declaración sino que la he escuchado?
Años 90. Suárez hace de celestino entre Bárbara Rey y Juan Carlos. Un chalet en la calle Sextante de Madrid dispuesto por el CNI sirve a la pareja de nidito de amor. Pero ¡oh là là!: la vedette, guapa y pájara a partes iguales, arrasa con la Tienda del Espía y oculta cámaras en los floreros y el televisor y llena el salón y el dormitorio de micrófonos con los que graba al monarca durante más de seis años para chantajearlo a sus anchas: 600 millones de las antiguas pesetas podría haberle pagado el CESID con dinero de los fondos reservados por estas cintas que la señora escondió debajo del sillón orejero donde descansaba su padre. No sé ustedes pero yo pensaba que las grabaciones eran leyenda hasta que el otro día me tragué de un tirón la explosiva serie 'Salvemos al rey' de la que todavía no me he recuperado porque a la de Totana el soberano no solo le dice que la quiere, también le comparte información privilegiada.
Por la cinta, dirigida por Santi Acosta para HBO Max, pasan también la rubia y despechada Corinna que, después de vivir como marquesa en uno de los pabellones de caza de la Zarzuela, acusa al rey de acoso y espionaje; la periodista y fotógrafa Queca Campillo, otra de las amantes, y su hija, tan inexplicablemente orgullosa de que su madre se metiera con él en la cama; periodistas, agentes de los servicios de espionaje, banqueros como Mario Conde, también inspectores de Hacienda para contarnos la historia de un rey que traicionó a su padre para acabar con cuarenta años de dictadura, puso en peligro y por amor a la monarquía y no le quedó otra que abdicar para marcharse de España y eso que alardeaba de que moriría de rey en la cama.
El viejo Borbón siempre se sintió más divino que humano y bajo esta premisa, inexplicable y constitucionalmente respaldada, manejó a su antojo su reinado. Dejé de respetarlo cuando nos pidió perdón por cazar elefantes. Ahora, tras un resumen en tres capítulos de todos estos escabrosos escándalos, prefiero que siga en Abu Dabi.
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