Sadiel Rojas y George Floyd
El jugador de baloncesto de UCAM-Basket Sadiel Rojas lideró en Murcia la manifestación reivindicativa en memoria del desdichado George Floyd, asesinado a sangre fría por un policía sádico en Minneapolis.
Sadiel es un joven profesional con éxito en España. En su país de adopción un afroamericano pudiente con su perfil tiene tres veces más posibilidades de cumplir pena de cárcel que un blanco de una barriada paupérrima. Askia Booker, otro jugador del equipo, contó a este periódico que durante su adolescencia en un barrio conflictivo de Nueva York resultaba hasta trivial confrontar el cañón de una pistola.
Con un fatídico ciclismo quinquenal, el asesinato de un afroamericano a manos de la policía provoca una erupción de protestas y saqueos en Estados Unidos. El detonador, en esta ocasión, el crimen en la vía pública de un buscón desarmado y rendido. Esa mañana aciaga del 25 de mayo, George Floyd había intentado una compra fraudulenta en un comercio con un billete falso de 20$. Fue detenido. Se le redujo y se le asfixió. El infame policía, Derek Chauvin, sonríe a las cámaras de los viandantes mientras Floyd agoniza bajo su rodilla. La sonrisa de Chauvin es reveladora de males sociales profundos. El verdugo se sentía protegido, inmune e impune en un sistema securitario-judicial que de manera sistemática condena a los negros desproporcionadamente, como también desproporcionadamente absuelve a los policías agresivos.
Cierto, las calles de América son feroces. He paseado de día por tres de las cinco barriadas más violentas del país –Oakland (San Francisco), Camden (Nueva Jersey), Cabrini (Chicago)– cuyos niveles de inseguridad y asesinatos son comparables a los de Siria o Afganistán. En las desabridas calles de América, la policía muere, aunque más comúnmente mata.
Cada año, 50 policías mueren en acto de servicio en USA. Pero la policía es brutal en otra escala: cada año mata a 1.000 civiles. Entre 2013 y 2019, la policía de Estados Unidos aniquiló a 7.663 conciudadanos, una mayoría de color. Por comparación, en ese mismo intervalo la policía británica acabó con la vida de 25 personas. Un ciudadano negro tiene tres veces más posibilidades de ser asesinado por la policía que uno blanco. Para los jóvenes varones negros, fallecer a manos de la policía es la sexta causa más común de mortandad.
Esa plétora de miles de víctimas civiles en el sexenio 13-19 condujo ante los tribunales a un número exiguo de agentes: 95 policías fueron acusados de asesinato durante ese sexenio. De ellos, solo 48 terminaron entre rejas. El sentimiento de impunidad de muchos policías tiene que ver con un corporativismo hermético, leyes garantistas blindaje, y fiscales o abogados manipulables que precisan de su complicidad y concurso para ganar casos judiciales.
Reeducar a una policía atrincherada tras un parapeto de impunidad sistémico no es una tarea sencilla en un país supremacista pertrechado con tantas armas de fuego como cepillos de dientes. La policía americana, a diferencia de la europea, está muy atomizada. Sus 800.000 agentes se dispersan entre 18.000 cuerpos distintos, de los cuales solo 65 son federales. También a diferencia de la europea, es una policía militarizada, entrenada como una 'fuerza de ocupación' y armada con fornitura de guerra por el Pentágono. Durante los disturbios posteriores al 25 de mayo, Time Square parecía a ratos la plaza de Tiananmen, a falta de tanques.
Los afroamericanos han tenido un presidente en la Casa Blanca, al fin. El fenómeno Obama fue un hecho simbólico en lo institucional, más que sintomático de una verdadera integración social. Para una teórica integración perfecta en barrios mixtos, más del 75% de la población negra de los Estados Unidos tendría que cambiar de hogar. Si los negros viven en sus barrios y los blancos en los suyos no es solo por racismo. Es también 'aporía': el odio al pobre. Los barrios negros cuentan con peor seguridad, deficiente sanidad y mediocre educación. En los últimos 50 años, tres factores clave de progresión social se han deteriorado para los varones negros: sufren más desempleo que en los años 70 –tres veces más que los blancos–; el cómputo de hijos nacidos en familias desestructuradas ha crecido un 30%; y el número de encarcelados se ha multiplicado por tres. Los afroamericanos representan el 13% del censo en Estados Unidos, pero el 33% de su población reclusa.
Las fuerzas de la segregación soterradas, operando invariables a la contra de la población afroamericana, nos ayudan a entender el destino aciago de George Floyd, así como a admirar todavía más los éxitos profesionales de jóvenes brillantes como Askia Booker o Sadiel Rojas. La empresa para la que trabajan, el UCAM Basket, es sin duda un ejemplo perfecto de integración: la mitad de la plantilla es blanca, y la otra mitad exacta de color. Como enfatizó su presidente, D. José Luis Mendoza, durante una arenga al equipo, «el racismo es ignominioso. Juntos desterrémoslo».