Veranos que matan: el calor extremo como síntoma y castigo
El calor ya no es un fenómeno meteorológico, es un factor de riesgo sanitario y social que actúa como generador de nuevas desigualdades
Hace unos años, un verano cálido significaba playa, helados y siestas a la sombra. Hoy, el calor nos golpea como una sentencia: despiadado, innegable y ... cada vez más letal. Lo que estamos viviendo este verano de 2025 no es simplemente «un poco de calor»: es una advertencia colectiva con forma de termómetro. El mes de junio de 2025 ha sido probablemente el más cálido registrado en España en los últimos 50 años, con temperaturas que superaron los 40 °C en 14 comunidades autónomas durante varios días.
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De acuerdo con las informaciones de diversas instituciones científicas, Europa está experimentando uno de los aumentos térmicos más rápidos del mundo. Las olas de calor ocurren ya cada año; en la última década hubo 30 eventos, y su duración e intensidad han ido en aumento. El cambio climático ha multiplicado por cinco la probabilidad de eventos de calor extremo en España. España ha batido récords térmicos que antes eran excepcionales y hoy se repiten año tras año. Murcia registró más de 24 °C de mínima. Y mientras sale este artículo, en lo que va de año, se han registrado al menos 1.180 muertes atribuibles al calor extremo entre el 16 de mayo y el 13 de julio, un aumento del 1.300% respecto al año anterior en clara tendencia asociada al cambio climático.
De acuerdo con los últimos datos del Observatorio de la Sostenibilidad, la ciudad de Murcia ha visto incrementada la temperatura media en los últimos cinco años en dos grados, convirtiendo a nuestra ciudad en una de las ciudades españolas más afectadas por la realidad palpable del cambio climático y también en una ciudad con unos niveles altos de contaminación ambiental, todo ello debido a la insuficiencia de zonas verdes que actúen como pulmón ambiental y déficits de medidas que actúen frente a las graves consecuencias sociales y ambientales de esta realidad. ¿De verdad vamos a seguir diciendo que en «Murcia siempre ha hecho calor en verano»? ¿Es posible que desde algunas posiciones sociales y políticas se siga negando la evidencia del cambio climático?
¿De verdad vamos a seguir diciendo que «en Murcia siempre ha hecho calor en verano»?
Por supuesto que no. Esto tiene nombre y apellidos: crisis climática. No es una exageración de ecologistas, ni una excusa de los meteorólogos. Es una realidad acreditada por la comunidad científica que ya afecta a nuestra salud, nuestra economía y nuestra forma de vida. El calor ya no es un fenómeno meteorológico, es un factor de riesgo sanitario y social que actúa como generador de nuevas desigualdades. Estudios recientes advierten de que la exposición prolongada a calor extremo puede incrementar hasta un 50% los trastornos mentales y de comportamiento, afectando especialmente a población joven en regiones mediterráneas.
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Se ha demostrado que las temperaturas extremas agravan enfermedades crónicas, disparan los ingresos hospitalarios, afectan la salud mental y, lo más grave, matan. Lo dice el Ministerio de Sanidad, lo dice la Aemet, lo dicen los datos. Y lo saben quiénes no pueden permitirse un aire acondicionado en su vivienda, quienes trabajan bajo el sol, quienes viven en viviendas mal aisladas, en infraviviendas o en situación de calle. En otras palabras: las personas más vulnerables. Greenpeace advierte que el 95% de las viviendas en España tienen un aislamiento deficiente; muchas familias no pueden mantener una temperatura adecuada en verano (33,6%, cifra que se eleva hasta 53,3% en hogares vulnerables).
Pero no es solo una cuestión individual. El calor está resquebrajando el equilibrio social. La productividad laboral disminuye, los servicios públicos se tensan, y la desigualdad térmica –sí, también existe– se agrava. No es lo mismo pasar la ola de calor en una casa con piscina que en un cuarto interior sin ventilación. Y esa brecha también es mortal.
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¿Y qué hacemos mientras tanto? Hay quien dice que nos acostumbremos, que esto es «el nuevo verano». Pero normalizar las altas temperaturas que estamos viviendo en las calles es rendirse. No podemos resignarnos a morir de calor. Es urgente actuar, no solo desde una dimensión individual (hidratarse, buscar sombra, evitar esfuerzos), sino desde lo colectivo, a nivel social y político con medidas urgentes que mejoren esta situación.
Es urgente poner en marcha programas que permitan aislar y rehabilitar viviendas, especialmente las de los más desfavorecidos. Climatizar los centros educativos. Proteger a los trabajadores al aire libre, con leyes claras que mejoren las medidas preventivas en el trabajo. Crear refugios climáticos en cada ciudad y barrio. Invertir en alertas sanitarias reales, no solo en previsiones meteorológicas, crear zonas verdes en todas las ciudades, impulsar planes de reforestación, reducir nuestras emisiones de efecto invernadero, instalar energía solar, creación de nuevas vías verdes, reducir el asfaltado en plazas y jardines... En un futuro con veranos más cálidos y prolongados, estas medidas no son opcionales: son imprescindibles para evitar que las desigualdades, las enfermedades y la mortalidad ligadas al calor se conviertan en la nueva normalidad.
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Y sobre todo, atacar la raíz del problema: las emisiones que causan este cambio climático desbocado. No basta con sobrevivir al verano de 2025. Tenemos que evitar que el de 2030 sea aún peor.
Porque el verano ya no es lo que era. Necesitamos políticas valientes, una ciudadanía informada y medios de comunicación que no titulen las olas de calor como si fueran simples anécdotas estivales. El calor no es noticia porque nos haga sudar. Lo es porque ya mata y aumenta la desigualdad social. Y seguirá haciéndolo si no actuamos. La pregunta no es si el verano será más cálido. La pregunta es si estaremos vivos para contarlo.
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