Se retira el maestro
ALGO QUE DECIR ·
Francisco Javier Díez de Revenga supo combinar en las aulas la buena literatura con un portentoso sentido del humorSe va Francisco Javier Díez de Revenga que ha sido durante tantos años catedrático de Literatura, y ya es emérito honorífico de la Universidad de ... Murcia, académico de la Alfonso X, consejero del Consejo Escolar y presidente de la comisión 4, pero sobre todo se va un profesor de Literatura, mi profesor de Literatura durante toda la carrera y director de mi tesis, el que tenía la virtud de leernos en todas las clases y de hacernos reír en casi todas, tal vez hiperactivo, con una humanidad rebosante, autor de varias docenas de libros y centenares de artículos, dueño de un currículo apabullante, especialista en las mejores generaciones literarias de España, en los clásicos, los modernos, los nacionales y los murcianos, filólogo e hispanista de prestigio en el mundo entero por el que ha ido impartiendo clases, conferencias y cursos de una manera incesante mientras lo compaginaba todo con sus clases y sus investigaciones.
Buena parte de lo que sé sobre literatura se lo debo a él, a sus clases y a sus libros. A las primeras asistí en los primeros años de la década de los ochenta hasta que me doctoré diez años más tarde, sus libros los he ido leyendo uno a uno, y de muy pocos dejé de escribir, porque siempre fueron fuente de conocimiento y de sabiduría.
Javier ha sido, por encima de todo, un trabajador infatigable, al que en muchas ocasiones sorprendí en el camino de su casa a su despacho de la UMU una tarde de sábado o una mañana de domingo mientras yo paseaba con mi familia ajeno al tráfago laboral. Reconozco que envidio esta virtud en los otros, tal vez porque yo no la tengo.
Su amistad, como la de alguna de sus hermanas, me ha acompañado durante bastantes años, cómplice, comprensivo y protector, y yo he intentado estar a su lado en alguno de los momentos más importantes,incluso en aquellos más difíciles, fiel al maestro que supo combinar en las aulas la buena literatura con un portentoso sentido del humor. Pero sería difícil olvidar su bonhomía y ese talante liberal de hombre sabio que entregaba en todas sus clases mucho más de lo que nos estaba diciendo con un tono moroso y delicado de amante de la palabra literaria.
Sabía todas las fechas, todos los nombres, todos los movimientos y todas las anécdotas y, junto a su humanidad excesiva, se encontraba uno disminuido y falto de energía. Por eso bien podría ser calificado de sabio en toda la extensión de la palabra, erudito y culto y humanista y diligente como he conocido a muy pocos profesores.
Yo sé que aunque se retire oficialmente, su curiosidad y su bullicio interior no le dejarán parar nunca, porque don Francisco Javier Díez de Revenga y Torres puede haberse jubilado, casi a la fuerza, de todas sus actividades públicas y cotidianas, de todos sus quehaceres obligatorios, pero su corazón inquieto y curioso no cejará en su empeño por emprender nuevos retos y aspirar a nuevas aventuras en las que no ha de faltar la palabra, aquellos versos que solía leernos en clase sin arrogancia alguna, con la naturalidad campechana de un artesano del aula, del maestro que entrega su tesoro con la sencillez con la que se comparte una confidencia amistosa o un cotilleo chispeante, con la cercanía con la que algunos maestros bajan de las alturas los versos áureos, y casi inalcanzables, de los dioses de la palabra y los reparten entre sus alumnos como se reparte un pedazo de pan o unas onzas de chocolate.
Pero leímos mucho y leímos bien bajo su amparo y luego acudimos a su despacho donde le hacíamos partícipe de nuestros descubrimientos insólitos.
Seguiremos leyendo en su honor y lo llamaremos a casa para contarle nuestras cosas.
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