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Hace algo más de un año que me marché del comité científico del Mar Menor, por cansancio y, sobre todo, por una profunda decepción. Me uní a otros compañeros que habían tomado la misma decisión semanas antes. Desde entonces las cosas en la laguna no han podido ir peor. Todavía recuerdo a nuestro consejero de entonces decir que el Mar Menor estaba mejor que nunca, y que así lo validaba el comité científico (o algún miembro destacado que actúa de facto, y seguramente bienintencionado, de guardaespaldas científico de la Consejería).

Nos encontramos con una crisis gravísima en la laguna, de un calibre similar a la que se desencadenó a partir de 2015. No tengo problema en admitir que ver cómo los peces salen a morir en la orilla me hace llorar. No me acostumbro a asistir en directo a los estertores crueles y anunciados de un sistema natural, aunque en mi caso desgraciadamente no es la primera vez. Y también lloro de rabia, porque todo pudo haber sido de otra manera. Hace 20 años ya lo indicábamos y con menos del 5% de las inversiones que se plantean en el vertido cero, hubiera sido suficiente. Nuestros políticos no estuvieron ni están a la altura, primero fueron negacionistas (¿qué problema hay?), después relativistas (todos tenemos la culpa) y ahora fatalistas (toda la culpa es de la DANA, que mala suerte tenemos). Siempre se han mostrado incompetentes, incapaces de dar una solución, rehenes directos de sectores económicos que pueden decidir muchas cosas y, especialmente, muchos votos. Veinte años perdidos, por la miopía, el cortoplacismo, el fracaso y la profunda mediocridad de los responsables de nuestras instituciones públicas.

Doradas, anguilas, cangrejos, zorros, chapas, todas se han suicidado en público. Cuando mueren en el fondo el desastre queda oculto. Pero el arma humeante que ha asolado la biodiversidad de la laguna no ha sido la DANA y ni el agua dulce, como argumentan los portavoces habituales que se ubican cerca de la ecología ficción, y que confunden, desgraciadamente y de forma reiterada, un sistema de aguas de transición con un sistema marino. La DANA ha sido un factor facilitador o desencadenante pero no es la causa primaria. La causa primaria es el estado degradativo profundo que tiene la laguna tras la crisis eutrófica por contaminación agraria en un 85% y urbana en un 15%, según nuestros datos. ¿Dónde está aquí la resiliencia y la homeostasis que algún portavoz saca en procesión a la menor oportunidad, en un optimismo temerario permanente? Poner el enfoque en el agua dulce, y no en los nutrientes, además de falso favorece fundamentalmente a los principales causantes de este problema. En 1987, ya hubo una inundación extraordinaria con más de 50 hectómetros cúbicos de agua entrando a la laguna desde la cuenca y no ocurrió esto, ni nada parecido. Un sistema ahora en profunda crisis, en la UVI por la eutrofia masiva, ha sufrido una nueva infección, que le ha comprometido aún más, pero que habiendo estado sano, la hubiera superado sin problemas.

Tras consultar a distintos investigadores y expertos en el Mar Menor, que curiosamente no coinciden con los portavoces habituales, la clave de la actual crisis parece estar en el agua profunda hipersalina, anóxica, con fondos ricos en materia orgánica en descomposición anaeróbica, con un potencial redox negativo, y probablemente con sustancias tóxicas (sulfídrico y metano, aunque esto habría que comprobarlo). Un cóctel imposible para la biodiversidad lagunar. Estas aguas pútridas profundas estaban confinadas por aguas algo menos salinas y menos densas, procedentes de la mezcla del agua lagunar y de la procedente de la avenida. Por la acción de los vientos de levante, estás aguas profundas han emergido en superficie en la esquina norte del Mar Menor, al bascular el conjunto del agua hacia el sur de la laguna. Estos afloramientos de aguas anóxicas y posiblemente con metabolitos tóxicos, pueden emerger erráticamente en cualquier otro punto según la dirección de los vientos dominantes. Este es el motor directo de la crisis de estos días.

Estoy verdaderamente harto de profesionales que medran demasiado cerca del poder, que facilitan la construcción de un relato que es ajeno a la verdad, y que desgraciadamente ejercen en algo parecido a una ciencia iluminada que reinterpreta los datos a su conveniencia. Harto también de políticos incapaces y cínicos, necesitamos un nuevo escenario para la gobernanza del Mar Menor, una mayor transparencia en la toma de decisiones, sin preconceptos ni condicionantes cortoplacistas. El Mar Menor es un gran ecoindicador del conjunto del Campo de Cartagena, de sus municipios ribereños y de los responsables políticos de las tres administraciones. Si algo huele mal en la laguna, es que algo se pudre en los despachos. Sanear el Mar Menor necesitará sanear muchas más cosas.

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