Réquiem por la Atención Primaria
Hace unos días navegaba en las redes sociales, en esta nueva ola en la que lo social «in vivo» vuelve a verse acotado, y me ... saltó un twitt de un compañero de profesión, de procedencia albaceteña, que me dejó francamente helado: «Hoy es mi último día en una consulta como Médico de Familia en Atención Primaria. Lo dejo».
Se preguntará el lector cómo puede darse esa afirmación en profesionales médicos y jóvenes que trabajan para la administración pública… pues, si les parece bien entonaré, en unas breves líneas una vivencia sufrida en primera persona. Todo esto comienza cuando descubres que ha llegado ese punto en que tu profesión se parece cada vez menos a la actividad que desarrollas. Así de sencillo se puede describir, aunque parezca ilógico. Partiendo de la base de que la Atención Primaria ha sido el patito feo de las especialidades médicas, lo acontecido en estos últimos años de pandemia y de olas continuas ya no tiene nombre. Porque, lo cierto y verdad es que dentro de este sector que nunca ha estado en ERTE, los médicos de Familia no hemos parado de sufrir el apretón de clavijas en cada ola; y en esta última, el cinturón nos está dejando sin respiración, y estamos agonizando: con los contagios disparatados nos hemos convertido en telefonistas obligados a disposición de todos para todo, comenzando por administrativos que emiten incapacidades temporales (las famosas bajas) a pacientes COVID, a los contactos estrechos correspondientes, y a todos los demás como, injustamente, hemos asumido siempre. También somos los que realizamos el seguimiento telefónico de los pacientes enfermos de nuestros cupos, damos resultados de PCR... y después, si aún tienes aliento al echar una ojeada a tu agenda de 50-60 pacientes se intenta «ser médico de familia». Sí, realizar eso para lo que se supone que nos pagan y hemos estudiado, y que ya casi nadie hace. Esto es similar a si a un cantante de ópera le dijeran que su aria a interpretar se reduce a la mitad, porque el resto de la actuación debe echar una mano limpiando el suelo del escenario (con mi respeto máximo a los profesionales de la limpieza); y no pasa nada si la obra está incompleta, o si simplemente la canta en otra tonalidad, con voz desgastada, sin llegar al público, o sin que nadie pueda oírlo, porque, en definitiva, no es tan importante…y lo que por el contrario, realmente importa, es que el telón se levante como siempre y que el suelo esté limpio, porque hay que dar respuesta a todo aquel que pise el escenario, cuando lo desee, por encima de todo.
Y así estamos ahora en Atención Primaria, saliendo del símil, asumiendo funciones que no nos competen, al tiempo que vemos cómo se incinera ese ideal de promoción y prevención de la salud, se amputan nuestras funciones como médicos cercanos al servicio de nuestra comunidad. Ya no tenemos voz, y lo poco que suena ya ni se parece a ese referente sanitario al que éramos para nuestro público, para los que el sistema español ha invertido muchos euros en ese proceso de formación especializada ( MIR) por y en el que tanto nos hemos esforzado.
Señoras y señores- disculpen que levante la voz - nuestra medicina es para el paciente , para todo aquel que la necesite, pero no nos dejan ejercerla con dignidad. Atrás queda esa declaración de Alma Ata, donde atender desde la esfera biopsicosocial era el santo grial que debíamos buscar y proteger. Lo hemos tirado al suelo y está hecho añicos. A cambio, lo hemos asumido todo, y, por supuesto, sin quejarnos y dando el cayo, seas o no contacto estrecho, teletrabajando incluso con COVID… porque ¿qué sanitario puede permitirse el lujo de estar de baja por enfermedad mental en esta pandemia? ¿Acaso nosotros no somos personas con derecho a ser diagnosticados de trastorno adaptativo frente a una situación desbordante?
La Atención Primaria ya no puede doblegarse más a esta masacre y muchos de los que hemos luchado por defender los ideales de la Atención Primaria nos bajamos del barco. Los servicios de urgencias hospitalarios y extrahospitalarios empiezan a llenarse cada vez más de jóvenes Médicos de Familia que arden en deseos de volver a ser aquello por lo que lucharon, estudiaron y pelearon, cuando no pueden hacerlo en una empresa pública que, tristemente, no los cuida en los centros de referencia donde abrieron los ojos: los centros de salud. Y marcha atrás, como los cangrejos, volveremos a los viejos « ambulatorios», a la medicina a demanda, perfil fast food, con profesionales no cualificados, sin estructura, ni mimo que entona, desgarradamente, un Lacrimosa mientras vemos ir nuestro barco a la deriva, con la salud de nuestra sociedad al timón y, tristemente, en primera línea.
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