¡Que nos quiten lo 'bailao'!
ALGO QUE DECIR ·
Nosotros pusimos la vida, pero él la llenó de música y de movimiento, de una sonrisa perpetuaLo bailamos todo, incluso aquellos que solo nos atrevíamos a mover el cuerpo con cierto ritmo a altas horas de la madrugada y con algunas ... copas de más, pero con Georgie Dann todo esto era más sencillo y menos ridículo, nos traía cada año su cosecha particular de música y danza, porque él también ponía la coreografía, y allí estábamos nosotros, grandes y pequeños, chicos y chicas bailando el misterioso y dulce 'Casatschock' en los años setenta, el bullanguero 'Chiringuito', el enigmático y pícaro 'El negro no puede' o el ineludible fin de fiesta con 'Carnaval, Carnaval'.
Nos criamos y nos educamos sentimentalmente con los sencillos y movidos arpegios de sus oportunos sones, pues no faltaban en verano, o en Carnaval, justo en las épocas del año que más se bailaba.
Tal vez por eso si suena el 'Bimbó' o 'La barbacoa' en un lugar cualquiera y de improviso, nos recuerde de un modo inevitable a la chica con la que estábamos saliendo en aquella época, a su perfume cálido o dulce, a la suavidad de las palmas de sus manos y a la ternura de sus pechos en nuestro pecho.
Fueron demasiadas noches y madrugadas. Nosotros, sus correligionarios, sus adeptos absolutos...
Nosotros pusimos la vida, pero él la llenó de música y de movimiento, de una sonrisa perpetua con la que lo bailaba todo del modo más natural del mundo, como si hubiera nacido solo para este cometido, y tal vez fuera verdad, tal vez naciera Georgie Dann en París un 14 de enero de 1940 para hacernos felices a todos cada navidad, cada verano o cada fiesta con su desbordante y descomunal optimismo y su sonrisa perpetua mientras nosotros apurábamos las copas en la madrugada, buscábamos fuerzas para erguirnos y caminar hasta la muchacha que se había estado moviendo muy cerca de nosotros toda la noche sin que nos atreviéramos en ningún momento a acercarnos para invitarla a una copa o para charlar con ella unos minutos y despertáramos de la bruma mágica con una negativa escueta y terminante.
Pero él seguía sonriendo con su boca grande de francés feo, gracioso, no sé si católico pero quizás también sentimental, como el Marqués de Valle, ocupando con su cuerpo atlético de bailarín absoluto toda la pantalla que se asomaba a la pista junto a las chicas del ballet, satisfecho y feliz como un sacerdote de la fiesta absoluta de la vida, francés pero mediterráneo, y más español que muchos de nosotros.
Fueron demasiadas noches y demasiadas madrugadas. Nosotros, sus correligionarios, sus adeptos absolutos, sus creyentes en la fe de una farra infinita y eterna acabaríamos la noche desfondados, felices y borrachos, tendidos en la cama incómoda y protectora de nuestra adolescencia como en una nave espacial que no pararía de dar vueltas en torno al dormitorio toda la noche, terca e impertinente, inoportuna y latosa, hasta que no pudiéramos más y tuviéramos que levantarnos para ir obligatoriamente al aseo, para bebernos un vaso de agua que nos sabía a rayos mientras nos sorprendían los ronquidos de nuestros padres en la habitación contigua.
Incluso en esos momentos de confusión y malestar físico recordábamos haberle dicho aquella misma noche algo a la chica de marras antes de marcharnos de la discoteca y recordábamos asimismo la sonrisa extraordinaria de la muchacha que tanto nos gustaba y a la que tan difícil nos parecía llegar, un chispazo de aquiescencia, simpatía o dulzura que nos había dejado como en suspenso al final de la velada, con la molesta sensación de no haber dado término a la faena y la seguridad de que en condiciones de sobriedad natural no lo íbamos a intentar nunca.
Pasaríamos la mañana con amagos de náusea, dolor de cabeza agudo y malestar de estómago, pero en nuestro fuero interno gritábamos aquello de que nos quiten lo bailado, la próxima vez será, en cuanto la vea cerca de mí bailando la 'Conga de Jalisco' o 'Vamos a la pista', me arrimo a ella y ya no la suelto nunca.
Descanse en paz.
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