Donde quiera que estemos
Yo no le he dicho aún a mi madre que fue buena porque vivo con la idea de que los padres debemos ser generosos y los hijos egoístas
Mi madre anda mala y la han ingresado. No es grave, ni virus, pero está en una edad en que el hospital es casi un ... acontecimiento anual. Su gata se ha quedado sola en casa y voy a llevarle comida. He entrado esta mañana en la casa vacía de mi madre y ha ocurrido algo inesperado. No es la primera vez que voy a su casa vacía, pero esta vez había algo distinto.
Su casa era la de siempre, pero las persianas estaban casi cerradas y la luz era muy tenue. Todo estaba en penumbra y todo tenía un mismo tono marrón, dorado en los sitios a los que llegaba el sol furioso del mediodía. En las paredes las fotos de mi hermano, de mis hijos, de Carolina, mías. Todo tenía una pátina similar y solo las motas de polvo que brillaban en el haz de luz rompían una quietud monolítica. Sin razón aparente me he sentado en el sofá y he pensado en cada foto. Todas nuestras vidas en los momentos brillantes. Dientes brillantes en sonrisas luminosas, momentos lejanos en el tiempo, infancias, adolescencias, adulteces... nunca me había dado cuenta de que la casa de mi madre es una cápsula del tiempo en el que estamos todos en todos los momentos. Después he ido mirando los cuadros, cada uno con su historia, con su camino hasta aquellas paredes, como los objetos y los libros de mesas y estanterías.
Nada se escuchaba y el tiempo no corría en ese lugar tan potentemente atmosférico que siempre es el sitio de pasos, besos, regañinas, charlas... prisas, siempre prisas.
He ido repasando los momentos de nuestras vidas juntos y nuestras vidas separadas y he vuelto a los años 70. Mi madre tenía un Mini Cooper rojo y la cabeza rapada. Llevaba jerseys de lana que hacía mi abuela y fumaba como si no hubiese un mañana. Íbamos a la playa por Orihuela con las ventanillas subidas y Rocío Jurado cantando 'Como yo te amo' en tonos más graves que lo del Sáhara. Luego Agapimú y ya estábamos en Guardamar.
Es la vieja historia de la magdalena de Proust. El olor a mi madre ha traído mi infancia a esta mañana de mayo de 2021 que brinca sobre cuchillas de afeitar de las que pende el fin del mundo.
Todo era tan fácil.
Hasta lo que fue difícil era fácil. La marcha de mi padre, la entrega de mi madre para sacarnos adelante pagando un colegio que no podía pagar, su segundo trabajo por las tardes. Y nunca le he dado las gracias. Todo en mi infancia parece como debió ser, como si ella hubiese hecho lo que tenía que hacer, pero no es siempre así. Hay madres malas y buenas, y yo no le he dicho aún a mi madre que fue buena porque vivo con la idea de que los padres debemos ser generosos y los hijos debemos ser egoístas. Hoy, en la mitad del camino de mi vida, siendo padre e hijo, veo todo de otra forma a como lo veía ayer.
El amor de la infancia es como los bocadillos de Nocilla. No tiene nada malo, se celebra cuando llega. Todo el mundo puede hacer uno pero no todo el mundo tiene los ingredientes. El amor de la infancia es una felicidad que a veces tapamos con la diversión o el drama. El amor de la infancia es una suerte enorme porque no todo el mundo lo tiene.
Vuelvo a casa y abrazo a mis hijos. En la tele cientos de niños que han nacido un poco más al sur que los míos se hacinan en lo que parece una nave industrial. Duermen en el suelo. Sus padres los despidieron con un beso para que buscasen un futuro en España. Son exactamente iguales que mis hijos. Tanto que me da miedo. No son mejores ni peores, solo han nacido unos cientos de kilómetros más abajo. Solo por eso duermen sin el cariño de sus padres.
Llega la noche. Pienso en mi madre en el hospital. Recuerdo su casa vacía. El día ha sido tan largo que no he podido pensar en el tiempo en el que ha vuelto mi infancia a su sofá. Son demasiadas cosas girando en mi cabeza y me desvelo. Voy al sofá y al rato viene Martina. Se ha despertado por el calor y se acuesta a mi lado. A sus 8 nunca le ha faltado un abrazo. Me siento feliz. Entonces pienso en los niños que hoy duermen lejos de sus padres y veo hasta qué punto nuestra sociedad es un proyecto contrahecho y nuestros valores los propios de los fariseos en la Biblia. La felicidad en occidente nos viene tan fácil tantas veces que pensamos que vivimos bien por nuestros méritos. Seguramente también, pero no tengo la certeza de ser mejor que uno de los que esta mañana nadaban hacia Ceuta.
Estoy preparando una fiesta para cuando mi madre salga del hospital. He preparado una caja de fotos viejas de mi familia, gente desconocida y muy seria en blanco y negro que vivieron hace casi doscientos años. Quiero que las rotulemos juntos, ella, los críos y nosotros. Quiero que sea una tarde larga. Quiero que vivamos cosas que luego sean parte del edificio de la vida de cada uno. Y quiero que no se me olvide cada momento que he sido feliz con ellos. Donde quiera que estemos.
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