Héroes estivales
Primero de Derecho ·
Me parece importante, inspirador, cuando alguien no se conforma, no consiente que las cosas se hagan mal, y se levanta para luchar con lo que pueda por lo que creeEn verano cambian hasta las noticias, quizá para poder descansar de la realidad tanto como de la cotidianidad. Tienden a abundar historias más concretas, más ... pequeñas, más humanas. Leía ayer aquí mismo la historia de un ascensor y, acaso intentando adoptar también yo un tono más estival, ha cambiado mi tema de esta semana. En resumen: la mayoría de una pequeña comunidad de vecinos al lado de la Catedral, coherentes con el constante desprecio histórico de Murcia hacia su propio patrimonio, decidió deshacerse de uno de los últimos ascensores art decó originales que quedaban en la ciudad. Todo ello, claro está, con la necesaria colaboración de la Administración para la destrucción del patrimonio histórico y cultural de la que es responsable, con sus retrasos e inacción. Hasta aquí puede parecer una anécdota más. Irrelevante más allá de la curiosidad de si, siendo un caso local, conocemos a alguno de los involucrados. A fin de cuentas, los ascensores históricos siempre quedan mejor en Barcelona o Madrid que en Murcia. Lo que me importa, sin embargo, es la lucha de unos pocos vecinos por ese ascensor. La lucha por defender lo justo, lo bueno, que hacen pocos. Y me importa porque esa es la única lucha real, la única que se puede ganar, y la única que se gana para todos.
Qué cómodo hubiera sido, en esta historia, para los pocos insatisfechos, criticar a vecinos y Administración, y enseñar las fotografías del ascensor histórico como la anécdota indignada frente a la degradación social. Esa es la postura que nos sienta más natural, la complicidad quejicosa del cada día. Acomodados, ajenos, confiamos en que otros luchen por nosotros. Los políticos, los representantes, las asociaciones, los sindicatos, cualquiera que no seamos nosotros. Porque es mucho más fácil quejarse de lo que otros no hacen que levantarnos nosotros del sofá. Rendirse a la inacción, disfrazada del desengaño por ser todos los responsables iguales, sin asumir nosotros ninguna responsabilidad. En el mejor de los casos, como actividad lúdico festiva, podemos apuntarnos a manifestaciones o agrupaciones que hagan una orgía de indignación del mismo inconformismo onanista de diván.
Es por eso que me parece tan importante, tan inspirador, cuando alguien no se conforma, no consiente que las cosas se hagan mal, y se levanta para luchar con lo que pueda por lo que cree. La propia prensa es una de las herramientas que se pueden usar –y más lo sería con una opinión pública informada y activa–, pero el Derecho es la principal: la última defensa, las armas que a todos se nos dan, y la posibilidad que pocos ejercitamos cuando es mucho más fácil no hacer nada.
Les podrá seguir pareciendo una anécdota, y lo es. Pero importa. Porque, aunque sea difícil, aunque tengan todo en contra, aún pueden ganar. Y, si lo hacen, el patrimonio que se habrá conservado será de todos. Así es como se consiguen las cosas, desde la lucha personal. En muchas más ocasiones de las que piensan. Hay derechos, hoy considerados fundamentales, que empezaron con la demanda de alguien que no estuvo dispuesto a rendirse. De alguien a quien no le sirvió la negativa del juez de instancia, ni de la Audiencia, ni del Supremo ni del Constitucional, y siguió peleando en Europa por conseguir derechos, como el derecho al olvido, del que ahora no goza sólo él, sino, gracias a su lucha, todos los ciudadanos de Europa. Un ejemplo entre muchos. Ni siquiera hace falta altruismo, pues el mero hecho de no rendirse y conseguir ellos su victoria, nos ha hecho más fuertes a todos los demás.
Hemos construido una sociedad solidaria y asistencial. Me parece bien que sea así, y que opere como red de seguridad en las cuestiones más elementales. Pero tengo la impresión de que, desde ahí, cada día nos es más fácil esperar, hasta desde la desconfianza, a que los demás hagan lo que necesitamos nosotros. Que lo luchen otros. Nos decimos que ya tenemos bastante, que para eso pagamos impuestos, que bastante tenemos con lo demás. Y todo eso es verdad, pero no cambia nada. Las conquistas se consiguen luchando. Y la lucha empieza en lo pequeño. La próxima vez que sufran una injusticia, intenten no conformarse. No se limiten a la queja, luchen contra ello, aunque les cueste. Asuman que perderán, muchas veces. La mayoría, quizá. Pero, al final, cuando ganen, el eco nos alcanzará a todos, y habrá merecido la pena. Lanzar una piedra nunca hundirá un tejado, pero si somos suficientes quienes las arrojamos, al final lo conseguiremos quebrar.
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