Preocupaciones
PARALELO 37 ·
Hice caso a mi padre y, junto a un táper con los restos de un asado, metí en el bolso 'Las inquietudes de Shanti Andía'En estos días de zozobra y vaivenes políticos busco refugio en el mar cada vez más templado y en la prosa de Pío Baroja, siempre ... tan atinada y rítmica. «Llévatela, te va a encantar, las descripciones son únicas, alejadas de todo innecesario artificio; además, utiliza el punto y coma con maestría». Hice caso a mi padre y la otra tarde, junto a un táper con los restos de un sabroso asado de lubina, metí en el bolso 'Las inquietudes de Shanti Andía' en una vieja y desgastada edición de Espasa Calpe firmada en tinta azul y adolescente caligrafía por un antiguo novio que mi hermana mayor abandonó cuando marchó a estudiar al extranjero y cayó en la cuenta de que la vida, más allá de la huerta murciana, era mucho más inesperada y divertida de lo que le habían dicho.
Escrita en 1911, 'Las inquietudes de Shanti Andía' es la novela de una de las fascinaciones barojianas: el mar y los marinos. Y, aunque a simple vista podría parecer tan solo un relato de aventuras, en ella nuestro universal escritor pone en letras la nostalgia y el recuerdo de un tiempo pasado: de lo que pudo ser y nunca fue. De lo perdido por el protagonista que llega a tierra y a su vejez aferrado a los recuerdos, atormentado por la conciencia de una vida malgastada y el deseo de haber sido uno de esos marinos vascos verdaderos héroes de novela como su tío Juan de Aguirre.
«Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad». Así comienza la novela y qué razón tiene Baroja, también cuando hace referencia a una poesía de Enrique Heine en donde un pino del norte suspira por ser una palmera del trópico y en boca de Shanti escribe: «Cada edad tiene sus preocupaciones». Sus ideales, diría yo, y les pregunto, queridos lectores, cuáles son ahora los suyos. De joven me abrumaba la soledad y soñaba con cruzar el Atlántico a vela y cubrir como periodista cualquier peligroso y alejado conflicto. Todo en mi cabeza era acción, «exuberancia de vida», como Andía. Con los años aprendí a valerme por mí misma y hoy lo único que quiero es seguir viviendo como orgullosa pueblerina en este pequeño rincón del Mediterráneo con un faro que nos vigila desde las alturas, escribir a diario y cada vez que pueda poner un pie fuera para no olvidar que existen otras gentes y otras vidas. Distintas sí, pero ni mejores ni peores que la mía.
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