La pirotecnia en Ojós
LA TRIBUNA DEL CRONISTA ·
La primera referencia de que disponemos se remonta al siglo XVII. En 1644, el capitán Pedro de Albornoz donaba para las fiestas patronales unos 5, ... 4 kilos. Esto suponían dos docenas de cohetes, media docena de carretillas, cuatro cohetones, doce bombas y doce salidas de morteretes. La noticia fue dada a conocer por Luis Lisón. Dispondremos de nuevos datos desde 1888. La tarde del 26 de agosto de 1888 llegaba al templo parroquial la imagen de la Virgen del Rosario, acompañada de la banda de música ocal, dirigida por Venancio Tomás. Al día siguiente, la banda animó plazas y calles, con realización de bailes, cerrando la noche con un castillo de fuegos artificiales. El 28 de agosto, por la tarde hubo baile y, ya de noche, castillo de fuegos artificiales. En 1890 y 1891, los cohetes y fuegos artificiales eran pagados por los aficionados locales.
Saltando unos años, volvemos a encontrar datos en 1895. La música recorrió el pueblo la madrugada del día 27, anunciando las fiestas. Por la tarde, la banda local dio un espléndido concierto, tras el cual tuvo lugar la procesión, cerrada con fuegos artificiales. El 28, nuevo concierto musical y castillo de fuegos artificiales. Al día siguiente hubo música, cuerda de fuegos artificiales y voladores.
En 1902 destacó la «feria de efectos de fuegos artificiales». La banda de música la dirigía Mariano Tomás Hortelano. Hubo dos noches de fuegos artificiales, a cargo del pirotécnico de Santomera Ramón Mateo. En Ojós llegó a existir una tienda en la que se vendían productos relacionados con la pólvora. Un caso grave nos lleva a disponer de datos. El 24 de enero de 1907, los músicos de la banda de Ceutí, que habían participado en las fiestas de Ricote, bajaban a Ojós, entrando en la tienda-expendeduría de Francisco Buendía Massa. Uno de ellos, el platillero, prendió fuego a una piula..., comenzando a arder todas las existentes en el comercio, explotando incluso las carretillas.
En 1908 vemos a la banda animando las fiestas. Siguieron los bailes; por la tarde, procesión y, como siempre, el castillo de fuegos artificiales. En 1929, las crónicas nos hablan de disparo de cohetes, por la mañana y por la noche, así como el disparo de dos castillos de fuegos artificiales.
Saltando en el tiempo, disponemos de datos anuales desde 1970 a 1980. Las fiestas patronales comenzaban el día con bombas, tracas y cohetes, cerrando con el tradicional castillo de fuegos artificiales; a media tarde, de nuevo tracas y cohetes. En 1973 se llegaba a afirmar que era imposible contar los cientos de cohetes y tracas que «se tiraban» a lo largo del día. En todas las ocasiones ponía la pólvora la empresa Hermanos Mateo, de origen santomerano y ojetero.
Interesante es la siguiente historia de Ramón Mateo Bucardo. Él y sus sucesores, en Santomera desde antes de 1885, ya brindaban sus servicios de tracas, cohetes y castillos de fuegos artificiales. Lo vemos en las fiestas de agosto de Ojós, antes de 1887 (tanto acudió al pueblo que acabó casándose con una ojetera). En 1903 sufrían un terrible accidente, explotando el taller pirotécnico, falleciendo su hijo Pedro, de tres años, quedando heridos tres operarios. Otros hijos de la pareja fueron Francisco Daniel, Bienvenida, Ramón, Antonio, Carmelo, Josefina y Pedro.
Su fama era tal que en las fiestas de septiembre de Murcia era el encargado de los castillos de fuegos artificiales. El de 1905 fue realmente sorprendente con luces de colores, bombas, relámpagos, la cruz maravillosa, los juegos de las bandejas, la rueda de la fortuna, etc. Fallecido Ramón en 1930, prosiguió el negocio su esposa, Victoriana López Sánchez, natural de Ojós, donde nació en 1865, y sus hijos Antonio Mateo y Francisco Daniel Mateo. Ambos fallecerían en otra explosión en agosto de 1950, dejando un total de diez hijos. Previamente acudieron a montar castillos de fuegos artificiales a las Fiestas de San Isidro, en Madrid. Victoriana fallecería en febrero de 1960. Serían sus sucesores los que cogieran la batuta a lo largo de los años sesenta y setenta, de la mano de Francisco Mateo Ayllón.
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