Zelig
Apuntes desde la Bastilla ·
Los votantes del PSOE han asumido de buen grado que cualquier peaje a pagar está justificado con tal de que no gobierne la derechaZelig es un pobre hombre que sufre una extraña enfermedad. Quien la padece se mimetiza con el ambiente por pura necesidad de supervivencia. Sucede en ... la naturaleza también. Los camaleones varían el color de su piel dependiendo de la superficie en la que estén apoyados. También los geckos de Madagascar, o los caballitos de mar, cuando perciben por el rabillo de sus ojos de zafiro a un delfín hambriento. Lo sorprendente del caso de Zelig reside en que, por primera vez, esta patología la sufre un ser humano. El hombre se va convirtiendo indistintamente en un perfecto psiquiatra, cuando lo analizan los doctores, en un francés de pipa y bigote, cuando acude un periodista a interesarse por su caso, en un chino de ojos rasgados, cuando visita Chinatown, en un señor con sobrepeso, en un negro de Alabama, un bufón de circo e incluso en un nazi confeso, si transmiten por la televisión un discurso de Hitler.
Considero en ocasiones que Woody Allen ha escrito parte de nuestra historia cotidiana, desde un punto de vista irónico, mordaz, que desnuda nuestra sociedad desde la risa y la obliga a enfrentarse con sus contradicciones. Zelig es una película menor del director neoyorquino, pero sirve también para entender, con humor, la realidad que nos ha tocado vivir. En la política siempre ha habido camaleones, por supuesto. Va en el sueldo. A ver si ustedes se creen que salir a la tribuna a hablar durante horas con toda una hemeroteca detrás nos saldría gratis a los contribuyentes. Lo que diferencia la costumbre de mimetizarse con el entorno para sobrevivir, propia de la política tradicional, de la técnica militar de engañar por sistema, no es tanto la naturaleza de la mentira, sino la colectivización de los que la creen.
El giro copernicano que ha dado este país se ha producido gracias a que los votantes del PSOE han asumido de buen grado que cualquier peaje a pagar está justificado con tal de que no gobierne la derecha. La esencia de la argumentación es maquiavélica. El fin justifica los medios. Todo está permitido si el que habita La Moncloa es un presidente socialista. Por el camino morirán la decencia, la palabra escrita, que tiempo atrás tuvo algún valor, los códigos y valores de las promesas cumplidas. El sacrificio es meritorio. En esta España de buenos y malos ya no se distingue la verdad de la mentira, los hechos probados de la fantasía exculpatoria. El relato oficial que se escribe estos días dicta que los sucesos ocurrido en Cataluña en 2017 fueron una afrenta que el PP de Rajoy ocasionó a Cataluña, que España se revolvió y castigó a una comunidad diferente, no privilegiada por la economía, sino por la genética y la historia. Este discurso se ha comprado íntegro. Hasta la última letra. Con tal de que Pedro Sánchez disfrute de cuatro años más de poder.
De vez en cuando, las palabras deben servir para ocultar los hechos. La cita es de Maquiavelo, que antes que Zelig, caló la catadura moral de los hombres que nos gobiernan y los que permiten que estos nos gobiernen. El fallo en el sistema de confianza es general. La culpa no es solamente de Sánchez, porque a estas alturas, todo el mundo que fue a votar el 23 de julio sabía que el sujeto político padecía la misma enfermedad que la encarnada por Woody Allen. Su camaleónica trayectoria le ha hecho pedir la rebelión para Puigdemont, prometer que lo traería a España (él solito, como los superhéroes) para ser juzgado, negar que concedería los indultos, descartar que reformaría el código penal para beneficiar a los condenados, exorcizar la palabra amnistía durante la campaña electoral... la lista es tan larga como abrumadora. Y sin embargo, a nadie le puede sorprender que el jueves pasado se alzase con la mayoría absoluta en la investidura. Él ha hecho de la política su supervivencia, y el resto de España ha comprado el argumentario, como moscas que no perciben el peligro de ser devorados por el camaleón.
Pero el pobre Zelig sufría con cada cambio de piel. Era una víctima de esa enfermedad que lo dominaba. Pedro Sánchez se ha instalado en el cambio de opinión continua, mutando también su ser, y con él, el de millones de personas, que justifican diariamente el mundo que les propone su presidente cada día. Confiar en Sánchez tiene más que ver con la devoción religiosa que con el ejercicio intelectual. Solamente él, mesiánico, iluminado, es capaz de hacer que un ejército de fieles justifiquen que amnistiar a unos políticos corruptos, fugados, guerracivilistas, racistas y claramente anticonstitucionales, sea un puro ejercicio de izquierdas. La victoria de Sánchez de esta semana no ha consistido en alcanzar la presidencia, sino el haber convertido a este país en una escena de Zelig, pero sin la gracia de ver a Woody Allen en pantalla.
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